A vueltas con la maternidad
Berlín. 30/01/2025. Deutsche Oper. Strauss: Die Frau ohne Schatten. Clay Hilley, Daniela Köhler, Marina Prudenskaya, Patrick Guetti, Nina Solodovnikova Jordan Shanahan, Catherine Foster y otros. Donald Runnicles, dirección musical. Tobias Kratzer, dirección de escena.
La Deutsche Oper de Berlín ha estrenado una nueva producción de La mujer sin sombra (Die Frau ohne Schatten), en el marco de una trilogía straussiana encomendada a Tobias Kratzer, quien ha presentado ya aquí sus visiones sobre Arabella e Intermezzo.
Por resumirlo en pocas palabras, se diría que Tobias Kratzer renuncia a intentar comprender el corazón de este singular y sobrecogedor cuento de hadas, dejando a un lado todo el elemento onírico y las connotaciones sobrenaturales del libreto, sin trazo alguno de simbolismo.
A cambio, se centra en plantear una dramaturgia paralela y de extremo realismo que cuadra, solo en parte, con el libreto origina de Hofmmansthal. Kratzer plantea que la consabida ‘sombra' que planea sobre el libreto es un trasunto de la cuestión de la maternidad. Así, la obra consiste en un juego de dobles parejas, la de los emperadores y la de Barak y su esposa, a vueltas con la fertilidad.
La función se escora demasiada hacia esta cuestión, con clínica de reproducción asistida, un aborto, adopciones… demasiado subrayado, ya digo, de una cuestión que no deja de ser colateral en el libreto de Hofmmansthal, que es cierto que reserva cierto espacio a poner en valor una visión tradicional de la familia, pero en modo alguno es este el tuétano de una obra mucho más sugestiva y mucho menos realista de lo que Kratzer pretende hacernos ver.
El director de escena alemán hace un trabajo fino en materia de dirección de actores y esto depara un tercer acto brillante, con Barak y la Tintorera sentados en una terapia de pareja que acaba como el rosario de la aurora y que precipita el divorcio de ambos, en un giro genial e inesperado de los acontecimientos, leído después como una auténtica liberación para el personaje de Barak, que termina la función rehaciendo su vida -el 'Nun will ich jubeln, wie keiner gejubelt!' cobra un nuevo sentido aquí-, yendo a recoger a su hija a la escuela, fruto se supone de una relación posterior. Brillante, con un punto de humor aquí y allá -muy bien hilado el 'baby shower'-, pero la propuesta de Kratzer lleva a preguntarse hasta qué punto lo que vemos en el escenario es o no realmente La mujer sin sombra.
A nivel escénico, un espacio único y giratorio -obra de Rainer Sellmaier- se transforma progresivamente para dar cabida a las diversas estancias: el dormitorio de los emperadores, la lavandería de Barak y su esposa, etc. Es una fórmula bastante simple, no especialmente atractiva y que deja cierta sensación general de déjà vu.
En esta ocasión, las funciones suponían además el regreso al foso de Donald Runnicles, el saliente director musical del teatro. Su visión de la partitura fue un tanto monónota y corta de miras, cayendo en la rutina las más de las veces. Eché de menos más narratividad desde el foso y mayor hincapié y recreación en los imponentes climax orquestales que depara la obra.
Por otro lado hubo en la batuta de Runnicles una elección realmente arbitraria de tiempos en más de una escena, recreandose en exceso por ejemplo en la gran escena del Emperador, de una lentitud exagerada, y acelerando en cambio sin ton ni son todo el inicio de la opera.
En última instancia, y no es menos importante la cuestión, nadie nos explica a qué se deben los numerosos cortes en la partitura, especialmente en los actos segundo y tercero, encaminados a hacer cuadrar el libreto con la dramaturgia de Kratzer. La música no parece haber primado en este caso.
En materia de voces se presentó un elenco sólido pero sin solistas descollantes. A buen seguro la intérprete más completa fue la mezzosoprano Marina Prudenskaya, haciendo justicia al endiablado rol de la Nodriza, extenso y con una tesitura ciertamente extensa e ingrata. Brillantemente caracterizada por Kratzer, su encarnación del rol fue un auténtico hallazgo.
El segundo solista en orden de interés fue el barítono Jordan Shanahan, brindando un Barak honesto y realmente bien cantado, con sus medios -que no son apabullantes, pero son gratos-, sin forzar y comprometido al máximo con la visión escénica de Kratzer.
Catherine Foster es una cantante de indudable solvencia, justamente alabada por sus interpretaciones de roles como Brünnhilde o Turandot, pero no es menos cierto que la voz a veces suena dura y metálica en exceso. Tardó un tanto, pues, en carburar, por así decirlo, y hubo agudos destemplados aquí y allá. En todo caso, ya digo, es una profesional de probado desempeño e hizo suyo el rol de la Tintorera, sobre el que nuevamente Kratzer plantea un trabajo intenso e importante para la representación.
No cabe poner muchos reproches a la Emperatriz de Daniela Köhler, quien sustituía en estas funciones a la originalmente prevista Jane Archibald. Köhler tiene todas las notas, canta con solvencia y aguante, pero adolece de un instrumento demasiado corriente y no posee tampoco el magnetismo escénico que esta parte precisa.
Sonoro y algo envarado, expresivamente hablando, el Emperador de Clay Hilley tampoco fue la quintaesencia del canto matizado, pero es cierto que se agradece escuchar, de tanto en tanto, a un tenor capaz de adentrarse en estas lides sin apreturas y con un general desahogo con toda la parte.
Del resto del elenco hay que poner en valor el buen hacer de Nina Solodovnikova como La voz del halcón y el sonoro instrumento que exhibió Patrick Guetti como Mensajero del Espíritu.
Fotos: © Matthias Baus