Rameau goes to Brooklyn

París, 07/02/24. Palais Garnier. Jean-Philippe Rameau, Castor et Pollux (versión original de 1737). Jeanine De Bique (Télaïre), Reinoud Van Mechelen (Castor), Marc Mauillon (Pollux), Stéphanie d'Oustrac (Phébé), Nicholas Newton (Mars, Jupiter, un athlète), Claire Antoine (Minerve, Une Suivante d’Hébé), Laurence Kilsby (L’Amour, Le Grand-Prêtre, un Athlète), Natalia Smirnova (Vénus, une ombre heureuse), Orchestre et Chœurs Utopia. Dirección escénica, Peter Sellars. Dirección musical Teodor Currentzis.

“No pronuncies ese nombre en mi presencia. He visto lo que él hace, y es criminal…[como] ir al Museo del Louvre a pintar un grafiti sobre la Mona Lisa”, así se refería la mítica soprano Elisabeth Schwarzkopf a Peter Sellars cuando comenzaba su carrera al comienzo de años 90. Más de tres décadas después, el director norteamericano ya no escandaliza. De hecho, se ha convertido en un clásico, pero sigue manteniendo esa vocación de reunir lo antiguo y lo contemporáneo y, como ha demostrado en el magnífico Castor et Pollux que estos días se representa en el Palacio Garnier de París, le sirve para fascinar y emocionar como muy pocos pueden hacerlo.

Castor_Pollux_Paris25_b.jpg

Sellars utiliza su habitual lenguaje escénico, figurines y atrezzo contemporáneos, cotidianos incluso desvencijados. Y sobre esta base mundana, construye un torrente de delicadeza y emotividad. A través de las potentes proyecciones de Alex Macinnis (con quien ya colaboró en su referencial The Tristan Project), su interpretación es un viaje que discurre, paso a paso, de lo terrenal a lo divino, de lo doméstico a lo universal.

La dirección de actores, con atención minuciosa a cada movimiento, transmite poesía. Pero lo que más llama la atención de esta obra es la incorporación de bailes urbanos, el FlexN dance de Brooklyn. De influencia jamaicana, su esencia se define por movimientos que combinan pausas, deslizamientos, contorsiones y efectos que simulan fracturas corporales. A través de una mezcla de fluidez y movimientos intensos, sus intérpretes expresan el terror de los infiernos, la crudeza de la guerra y acompañan a los personajes en su viaje existencial.

El resultado es de una fuerza y de una belleza inauditas. Hay que tener un talento muy especial para mezclar a Rameau con vestuario y bailes urbanos, y obtener un resultado armónico que, con honestidad y sin estridencias, nos sitúe en comunión con la esencia de la obra.

Castor_Pollux_Paris25_d.jpg

Pero la producción no se hubiera sostenido al sobresaliente nivel que mantuvo durante las casi tres horas de representación de no ser por el minucioso trabajo en el foso de Teodor Currentzis al mando de su “nueva” orquesta Utopía (básicamente una continuación de su MusicAeterna). Ritmos enérgicos y una tendencia a crear una música que se eleve y flote fueron sus señas interpretativas. Como es habitual en él, hace una lectura personal de la partitura: esa querencia por resaltar los acompañamientos atmosféricos de las cuerdas bajas y unos fraseos que desprenden vitalidad a raudales. 

En el terreno vocal, hubo también un factor común interpretativo. Los cantantes se dedicaron a potenciar una emotividad sincera y delicada por encima de todo, mediante el uso de las medias voces y pianos, muy en línea con la escena y el foso, a bien seguro orientados por Sellars y Currentzis. En este sentido, la Télaïre de Jeannie de Bique destacó por encima de todos. Ofreció una actuación vocal alejada de lucimientos y pirotecnias, y fascinó por su sensibilidad recogida. Como ejemplo máximo de esta aproximación podemos atender a la manera en la que interpretó su aria icónica, “Tristes appretês…” con una exposición en pianos flotantes y aprovechó el da capo, en contra de lo que cabe esperar según la tradición, para reducir la emisión y llevar el hilo de voz al límite de lo audible y, a la vez, al máximo de tensión emocional. Los dos hermanos se confunden en presencia escénica y actoral, aunque la vocalidad de Castor, interpretado por Reinoud Van Mechelen, supera en inflexiones a la de Marc Mauillon como Pollux.

Castor_Pollux_Paris25_f.jpg

El resto del reparto, más que notable, siguió en complicidad esta delicada línea interpretativa con la salvedad de Stéphannie d’Oustrac como Phébé cuya potente emisión pareció no encajar por momentos en la atmósfera de exquisitez que inundó la sala toda la velada. Hay que hacer también una mención celebratoria para Laurence Kilsby, conmovedor a través de las dinámicas y reguladores en cada una de las breves apariciones que sus tres papeles le permitieron.

El coro Utopía, preciso, emotivo e inteligentemente dramático, completó un elenco vocal solvente que, en conjunción con el foso, la escena, y un cuerpo de baile urbano para el recuerdo, logró crear una producción memorable, estableciendo lazos entre el pasado y el presente, y regalándonos momentos de fascinación y de divinidad; esa misma que vertebra la historia de Cástor y Pólux. 

Fotos: © Vincent Pontet | OnP