Amén 

Amsterdam. 24/04/2025. Concertgebouw Grote Zaal. D. Shostakovich: sinfonía n. 7 ‘Leningrado’. Royal Orquesta del Concertgebouw. Semyon Bychkov, director.

La séptima sinfonía de Shostakovich, la llamada ‘Leningrado’, es una obra de guerra. Los alemanes invadieron Rusia el 22 de junio de 1941 y, a finales de julio, la capital quedó completamente rodeada. El asedio duraría 900 días durante los cuales murieron aproximadamente un millón de residentes. Gran parte de la ciudad quedó reducida a escombros, y las condiciones de vida de los que no murieron fueron espantosas. 

Shostakovich compuso los tres primeros movimientos de su sinfonía durante ese verano de 1941 en medio de la ciudad asediada. Él y su familia fueron evacuados ese otoño a Kuibyshev, y allí fue estrenada la obra el 5 de marzo de 1942. 

Ese mismo año, una bomba alemana cayó en el edificio de apartamentos en el que se criaría Semyon Bychkov años más tarde. El artefacto explosivo se detuvo abruptamente a los pies de una joven de 18 años que estaba destinada a ser su madre. Afortunadamente la bomba no explotó.

A principios de agosto de 1942, ente los escombros, los bombardeos y la inanición general, una orquesta de cadáveres vivos interpretó la séptima sinfonía de Shostakovich. Bychkov relata que el día del concierto había un descanso de la batalla. Además en las trincheras que rodeaban la ciudad destruida, las fuerzas nazis escuchaban la sinfonía a través de los altavoces que habían sido colocados por el ejército soviético. “Los alemanes que escuchaban en ese momento se dieron cuenta de que Leningrado nunca caería”.

La séptima sinfonía y Shostakovich están estrechamente relacionados con la historia de Bychkov. Éste nació en Leningrado poco más de una década después de ese memorable concierto, y durante la guerra casi todos los miembros de su familia murieron. El director recuerda que durante su adolescencia vio multitud de veces a Shostakovich: “Estaba sentado a dos metros del compositor sin atreverme a decirle ni una sola palabra. Porque no se habla con Dios. Tenía una expresión tímida y nerviosa, pero no desagradable. Pudimos ver que llevaba una vida atormentada”.

Escuchar la sinfonía ‘Leningrado’ con Bychkov y la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam se pueden imaginar que, después de lo escrito, se convierte en una experiencia realmente religiosa. Poco puede decir uno sino amén a todo lo que pueda salir de ahí.  

Solamente señalar el intenso y ‘borrascoso’ comienzo de la obra emanado por el director, o la prodigiosa regulación del famosísimo ‘Bolero de Ravel’ en forma de prolongadísimo crescendo sobre un insistente patrón rítmico al final del movimiento. 

Fabuloso el contraste conseguido en el squerzo en la sección central, lleno de sonoridades estridentes con carácter de parodia o burla. E inolvidable el adagio, que tras un perfecto coral tocado por los vientos, Bychkov lo desembocó hacia el lamentoso solo de violines, logrando en todo el movimiento que los escalofríos recorriesen la piel de cada espectador con un clima de especial desolación.

El último movimiento se construyó de forma muy sabia, sabiendo regular las tensiones perfectamente para desembocar todo en el elocuente y bombástico final en Do mayor con el que concluye la sinfonía.

De la Orquesta del Concertgebouw, qué decir….   Solo señalar que, por mucho que se crezca y se crezca musicalmente, lo sonoridad nunca se endurece; y que cada sólo que se escucha, uno siempre tiene la sensación de que eso que suena solo puede ser así, de esa forma, de esa manera. En la ‘Leningrado’ hay muchos y largos ejemplos, como el del fagot en el primer movimiento, o el de la flauta en el tercero, pero esa sensación es extendible a cada sección y solo instrumental.

Y también felicitar al joven fagotista madrileño Javier Sanz Pascual, al que se vio ya tocando después de ser elegido recientemente para formar parte de la extraordinaria orquesta holandesa. Enhorabuena, y a disfrutar de ese ‘cielo’. Amén a todo.