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Limitada satisfacción

01/05/2025. Bilbao. Teatro Arriaga. Jesús Guridi: Mari-Eli. Andrea Jiménez (soprano, Mari-Eli), Botond Odor (tenor, Joshe Mari), Gexan Etxabe (barítono-bajo, Telesforo), Fernando Latorre, bajo, Antón), Lara Sagastizabal (soprano, Nicolasa), Iñaki Maruri (actor, Serafín), Christopher Robertson (barítono, Bachi), Julen García, (barítono, Verdel), Mitxel Santamarina (actor), Ugaitz Alegría (actor). Sociedad Coral de Bilbao (dirección, Enrique Azurza). Bilbao Orkestra Sinfonikoa. Dirección escénica: Calixto Bieito. Dirección musical: Jon Malaxetxebarria.

 

Preámbulo

Cuando hace casi un año se presentó la temporada 24/25 del Teatro Arriaga destacó de forma inmediata la programación de una zarzuela de Jesús Guridi que permanecía en el cajón del olvido desde hacía décadas: Mari-Eli. Quizás 1941 sea el año de su última puesta en escena en Bilbao y siendo Jesús Guridi un compositor del que solo se programa El caserío –esta, servida muchas veces  por estos lares pero no siempre bien, dígase todo- y en muchas menos ocasiones Amaya y Mirentxu, las dos óperas del vitoriano, la propuesta de esta zarzuela era de enorme interés. El Teatro Arriaga y su director artístico, Calixto Bieito, se apuntaban un gran tanto y nos ofrecían la oportunidad de descubrir una obra que prácticamente nadie recordaba haber visto y oído nunca. Sirvan también estas líneas para reivindicar otros títulos líricos del compositor que continúan abandonados, caso de La meiga o La condesa de la aguja y el dedal.

El Teatro Arriaga está ejerciendo, en tanto que entidad apoyada por las instituciones públicas, con habilidad su “obligación” de darnos a conocer distintas obras del patrimonio lírico vasco ya clásico, ya contemporáneo. Así, de memoria, recordemos que últimamente hemos podido vivir Mendi mendiyan, de Usandizaga en 2019 o los estrenos absolutos de Saturraran, de Juan Carlos Pérez (2024) o Exodus, de Jon Saénz (2025), a los que hay que añadir esta Mari-Eli, de Jesús Guridi. Todo un acierto que desde estas líneas agradecemos con efusividad.

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Sin embargo este reestreno ha convivido con un conflicto laboral que ha estado a punto de evitar el vivir la experiencia. Los trabajadores de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa están inmersos en un problema con la entidad y apenas días antes del estreno se convocó una huelga coincidente con los días de la zarzuela. En el último momento, un acuerdo durante el acto de conciliación en el juzgado de lo Social de Bilbao evitó lo peor aunque no es difícil suponer que el conflicto está lejos de resolverse.

Todos los melómanos vascos vivimos por ello un cruce de sentimientos provocado por el alto respeto que nos merece el derecho a la huelga de cualquier colectivo de trabajadores junto al hecho de que lo que podía perderse no dejaba de ser un hecho cultural singular, a saber, la recuperación de uno de los títulos líricos más desconocidos de uno de los compositores vascos más importantes. Ya veremos que nos depara el futuro en torno a este problema laboral.

Finalmente un 1º de mayo -¡este día tuvo que ser!- pudimos asistir a un Arriaga lleno hasta la bandera como hacía mucho tiempo no se veía y en el que se respiraba cierta consciencia de estar viviendo un día importante para la lírica vasca.

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La función

Habiendo dejado claro el agradecimiento al teatro no puedo sino reconocer que al término de la función la sensación de desasosiego era relevante. Las dudas me asaltaban: ¿habíamos asistido a una función de la zarzuela de Guridi o a una adaptación libérrima de la misma? Mi apuesta es por la segunda opción, y ello desde el humilde reconocimiento de que desconozco la obra. Pero lo que hemos vivido en el teatro no ha sido una zarzuela tal y como la entendemos convencionalmente. 

¿Por qué afirmo esto? Porque los diálogos en esta zarzuela han sido eliminados prácticamente sin compasión alguna, siendo sustituidos por el uso de distintos medios para tratar de hacer más accesible al espectador el desarrollo de la obra. Uno de ellos, la pantalla colocada a modo de fondo de escenario; otro, el uso de actores que han resumido la trama a través del humor; y un tercero, a través de la elipsis de parte de la acción dramática. En definitiva, la mayoría de los intérpretes fueron solo cantantes y eso en la zarzuela… Todos los aficionados a la zarzuela tienen sus CD en casa, en la mayoría de los cuales solo se recoge la música con omisión de los diálogos y sin el soporte de la parte dialogada solo a través del profundo conocimiento de la obra puede seguirse la trama. Pues bien, esta zarzuela ha tenido un desarrollo algo similar al de estos CD con el agravante de que la obra nos era desconocida.

Y es que no ha sido fácil entender algunos momentos de la velada: la aparición del dúo cómico en el acto II queda deslabazada; el personaje de Bachi se reduce a una sola frase y su caracterización british no es aclarada; los avatares amorosos de Mari-Eli para con los dos chicos se sujetan con pinzas, de una forma muy poco creíble. En definitiva, que uno tiene la impresión de que Calixto Bieito ha querido hacer más accesible la zarzuela con la eliminación de gran parte de ella para terminar presentando lo que puede considerarse un gran resumen de la misma.

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Además, la propuesta escénica ha sido bastante pobre. Siempre me he reconocido un admirador del trabajo escénico de Bieito pero en este caso, con la salvedad de algunas imágenes impactantes –por ejemplo, la aparición de las dos traineras desde la parte superior del teatro o la transformación de la virgen María en una intérprete del aurresku- la mayor parte de la misma es un horror vacui sin mucho sentido, un trabajo poco consistente y en nada provocativo y/o sugerente. Por cierto, tanto en su vestuario como en las actitudes de los personajes la propuesta se sitúa en el mundo actual, con todo lo que conlleva. 

Por suerte, en el aspecto vocal las cosas caminaron por mejor camino. No hablaremos de un nivel excelso pero al menos se cubrió el expediente más que con dignidad. Andrea Jiménez enseñó una voz suficiente y ha encarnado a una Mari-Eli creíble. La tesitura no es compleja y esta mujer vizcaína no deja de ser un trasunto de la Ana Mari de El caserío, sujeta también a las normas masculinas que dictan los designios de la vida más íntima de las mujeres. En este caso Mari-Eli es víctima de una boda pactada… de la que poco más sabremos en la función.

Sus dos enamorados y rivales son amigos desde la infancia. Joshe Mari, el verdadero deseo de Mari-Eli ha sido encarnado por Botond Odor, un tenor de voz hermosa, de precioso color aunque minúscula en su volumen. Aunque húngaro de nacimiento su castellano es irreprochable, no así la intensidad dada a un papel que nos recuerda a Joshe Miguel en demasía. Odor tiene mucho gusto pero su voz es demasiado pequeña. Su rival es Telesforo, aquí un Gexan Etxabe que es –al menos en esta versión- el verdadero protagonista de la zarzuela. Estamos habituados a escuchar a Etxabe en papeles de partiquino en la ABAO como bajo pero aquí ha enseñado una voz más poderosa, abaritonada, algo árida en la franja aguda pero voluminosa y de enjundia. Además hizo buena labor como actor.

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Entre los papeles menores notable Fernando Latorre en su papel de padre, con la autoridad suficiente; sobresaliente en sus múltiples quehaceres Lara Sagastizabal porque fue la virgen de los mares, se convirtió en una txalaparta humana bailando claqué sobre tablones de madera, tocó el órgano y bailó –muy bien, por cierto- el aurresku, esa danza de carácter ceremonial y que para los vascos es casi sagrado. En su única intervención canora estuvo muy bien en un dúo cómico que intuyo nadie entendió en qué contexto se celebraba. En tal dúo le acompañó un insuficiente Iñaki Maruri, que no es cantor lírico. Solvente Julen García en su única intervención, que es la que abre la zarzuela e inexplicable lo de Christopher Robertson en escenario, con una sola frase –más la morcilla evocadora de Frank Sinatra-, ataviado como turista inglés en una situación muy difícil de entender. Ni siquiera salió a saludar al final de la función. Extraordinario Ugaitz Alegria como Mendigorrieta, el narrador de la acción y que hizo un alarde de rápida expresión en euskera hasta despertar las risas de quien era capaz de seguirle y entenderle.

La Bilboko Orkestra Sinfonikoa quizás quiso resarcirse de tantos y tantos momentos problemáticos y bajo la batuta de Jon Malaxetxebarria estuvo muy inspirada aunque, una vez más, se colocara a la orquesta no en el foso sino tras los cantantes, con lo que la coordinación se resiente. La batuta, atenta y dando a la obra por momentos un vuelo sinfónico más que interesante. Finalmente, notable la Sociedad Coral de Bilbao, dueña de relevante protagonismo en la obra y que se llevó una ovación más que merecida.

En definitiva, gracias Arriaga por el esfuerzo pero, por desgracia, terminando estas líneas aún no se si he vivido una función de Mari-Eli o una lectura personal de la misma. Y con la duda, esperaremos una nueva oportunidad, porque es de desear que este título no quede relegado por otros ochenta años en el cajón del olvido hasta su nueva audición.

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Fotos: © E. Moreno Esquibel