© Marco Borggreve
El oro brilla más que el bronce
Ámsterdam. 23/06/2025. Teatro Nacional de la Ópera. Mussorgski. Tomasz Konieczny (Boris Godunov), Vitalij Kowaljow (Pimen), Raehann Bryce-Davis (Marina), Gevorg Hakobyan (Rangoni) Inna Demenkova (Xenia), Ya-Chung Huang (Príncipe Serejski), Dumitru Mîțum (Grigori), Shenyang (Varlaam). Coro de la Ópera Nacional Holandesa. Kirill Serebrennikov, dirección de escena. Vasily Petrenko, dirección musical.
Espero se me permita este símil sobre metales para encabezar la crónica de la nueva producción de Boris Godunov de Modest Mussorgski, firmada por Kirill Serebrennikov que, la Ópera Nacional de Holanda ha presentado como colofón a su temporada 24/25. Y es que hay que utilizar alguna metáfora para describir una función con mucho que contar. En primer lugar que el problema para que la propuesta de Serebrennikov no acabe de funcionar es su aparente soberbia, plasmada en estas palabras que aparecen en el programa de mano: “Para mí, el compositor de la ópera que estoy poniendo en escena es mi coautor Creamos la producción juntos; él es uno de nosotros (...) No importa cuán talentoso sea un director o diseñador, debe abandonar el impulso de mirar a los clásicos desde abajo. De lo contrario, se verá paralizado por el miedo a un ideal inalcanzable, por el ídolo —y en este caso son dos: el compositor Mussorgsky y el poeta Pushkin.”
A partir de este planteamiento el director ruso lanza su propia visión del drama, llevándolo a su terreno, que no siempre coincide con el Boris de Mussorgsky y Pushkin, y creando más de una vez confusión en quien no conozca a fondo los textos de la ópera. Y no es que la propuesta de Serebrennikov sea mala, al contrario, está llena de aciertos. El primero es traer el conflicto político y moral de Boris Godunov a los tiempos actuales o próximamente futuros, a la represión que supone el régimen de Vladimir Putin. El director ha sido un represaliado y sus mejores amigos también lo han sido, algunos sin sobrevivir al encierro o al exilio interior. Conoce bien el tema. Para este planteamiento se sirve de una excelente grupo de ayudantes donde destaca la escenografía de Evgeny Kulagin, estrecho colaborador de Serebrennikov. Kulagin crea un corte transversal de un bloque de apartamentos panelka, el tipo de viviendas prefabricadas construidas a gran escala durante la era soviética, y donde se desarrollan diversas acciones relacionadas con la vida y las miserias del pueblo ruso. En el patio de esas viviendas es donde se desenvolverá principalmente la acción de la ópera.
Como digo, el planteamiento es bueno y funciona en el prólogo, donde el pueblo ruso espera ansioso que Godunov acceda a ser el nuevo zar para que acaben los disturbios. Pero a partir de ahí, descarrila porque son tantas las escenas diferentes y opuestas que aparecen en los distintos cubículos de la casa, que distraen completamente del meollo de la acción operística. Demuestra un gran dominio del trabajo actoral, pero se queda ahí. Toda la producción es un tour de force para estar a la altura de los creadores primigenios. Es como si dijera: “yo soy tan talentoso como vosotros, no os tengo miedo y hago mi Boris personal, mi alegato anti Putin, mi condena de la tiranía y de la represión aunque no tenga nada que ver con lo escrito por Pushkin”. Además desde el principio intercala momentos donde cantante que hará luego el personaje de el idiota (o del santo loco, como también se denomina), se convierte en el rebelde, y recita distintos textos de disidentes muertos hablando de la libertad, de los derechos humanos, de la democracia y de lo terrible que es la represión que se vive en Rusia. Interesante pero vuelve a querer pasar por encima de la ópera y al final se hace tedioso (por cierto que el público de Ámsterdam respetó estas “interludios filosóficos” y ni abucheo, ni grito “queremos oír Boris”).
La producción levanta el vuelo en el acto polaco, donde con la excusa de la grabación de un thriller político nos cuenta de manera estupenda las intrigas palaciegas de Dimitri para conseguir el trono de los zares, desapareciendo detrás de un gran telón con fotografías, la casa. Fue sin duda lo mejor de una producción técnicamente estupendamente realizada, gracias también a las proyecciones de las muy buenas e impactantes fotografías del gran artista que fue Dmytri Markov, gran amigo del director y al que este dedica su trabajo aquí. Pero Serebrennikov no convenció. No se puede competir con el oro cuando eres un bronce, y la música de Mussorgski y el texto de Pushkin brillaron mucho y mejor en el corazón de los espectadores.
Musicalmente las cosas funcionaron mucho mejor. Vasily Petrenko hace estas declaraciones en el programa de mano sobre la música escuchada: "Creo que sería interesante hacer una versión completa con toda la música disponible, pero eso resultaría en una ópera muy larga. En Ámsterdam básicamente seguimos la versión revisada, con algunos pequeños cortes aquí y allá. Sin embargo, también hemos revivido la escena en la Catedral de Vasily el Bendito, que normalmente solo está en la versión original. Esto se debe a que es más fácil seguir la historia con esta escena incluida que cuando se omite". Está hablando de las versiones de 1869 y 1872, revisadas posteriormente por algunos compositores como Rimsky-Korsakov o Shostakovich. Aceptable pues, esta propuesta que se tradujo en un buena dirección que quizá no emocionó tanto como se esperaba pero que sí demostró el amplio conocimiento que tiene Petrenko de la ópera y sus excelentes maneras a la hora de dirigir. Nos mostró una lectura serena y canónica, de kapellmeister, donde dejó que la música fluyera con soltura. En el foso la Orquesta del Concertgebouw, una de las mejores orquestas del mundo que esta vez mostró un perfil bajo, sin un brillo especial que la caracteriza, pero con la profesionalidad absoluta que los distingue.
Tomasz Konieczny es un bajo-barítono. Muchos pueden pensar que el papel de Boris debe ser para un bajo profundo pero Mussorgski también contempló que lo cantará una voz más ligera. El cantante polaco cumplió perfectamente con su cometido aunque quizá le faltó un poco más de profundización en el personaje. De todas formas solventó con buenas maneras la escena en que se queda solo con sus remordimientos en la escena final del segundo acto y resultó un Godunov convincente. Excelente el Pimen de Vitalij Kowaljow que posee una voz de atractivo timbre y absoluta seguridad en toda la tesitura. Bordó su larga e intensa escena del Monasterio.
Buen trabajo también Dumitru Mîțu como Grigori, el falso zarevich que pretende el trono de Godunov. Fue creible en todo momento aunque destacó especialmente en el acto polaco, donde brilló tanto en sus momentos en solitario como en los dúos con Marina, la noble polaca que quiere manejarlo. Este papel recayó en la mezzo Raehann Bryce-Davis, una de las cantantes más comprometidas actoralmente y que lució sus grandes dotes de mezzo tanto en el agudo como, especialmente, en las notas más graves, siendo de las voces más destacadas de la noche. También lo fueron la de Gevorg Hakobyan como Rangoni, el intrigante jesuita del acto polaco. Tiene un instrumento privilegiado, de bonito color baritonal pero le faltó un punto de maldad en su interpretación.
Destacable en lo vocal pero no tanto como actor el tenor Ya-Chung Huang que interpretaba el papel del intrigante Príncipe Suhisky. Y no olvidar tampoco la Xenia de Inna Demenkova poseedora de una voz de gran belleza o el impecable desempeño de Shenyang, bajo-barítono chino que brilló como Varlaam en la escena de la taberna y la Canción de Kazan. Y sobre todo hay que destacar el impecable trabajo del Coro de la Ópera Nacional Holandesa. En esta obra el trabajo del coro es fundamental y ellos y ellas lo hicieron de una manera extraordinaria, para mi, lo mejor de la velada.
Es legítimo presentar tu propuesta ante una obra clásica. Pero me parece erróneo querer emular a los grandes. Casi diría con seguridad que, con el tiempo, esta producción se olvidara y Boris Godunov será, gracias a Mussorgski y Pushkin, como una gran, si no la más, ópera rusa. El oro es un valor-refugio en épocas de crisis. El bronce no.
Fotos: © Marco Borggreve