Afkham OCNE feb25 a© Rafa Martín 

Placebo para viejas deudas 

22/08/2025. Donostia. Quincena Musical Donostiarra. Auditorio Kursaal. Lorin Maazel/Richard Wagner: Der Ring ohne Wörte. Orquesta Nacional de España. Dirección musical: David Afkham

Justo a la entrada del Kursaal, mientras recibíamos gozosos tímidos rayos de sol después de varios días de fuertes lluvias, escuché la conversación de dos conocidos melómanos donostiarras. Uno de ellos, wagneriano de pro, confesaba que el programa no era de su entera satisfacción aunque terminó la breve charla con una frase lapidaria: eso sí, me conformo porque esta es la única manera de escuchar la música de Wagner en esta ciudad. Y no le falta razón. 

Esta captura de conversación me hizo recordar a aquel antiwagneriano furibundo de Madrid que decía que hablando de ópera el repertorio habitual no se debería circunscribir a Verdi, Puccini o Rossini sino también a Wagner porque en teatros como el Real o el Liceo estos compositores son muy frecuentes. Pero, ¿y fuera de estas salas? Digo todo esto porque en la Quincena Musical donostiarra, adicta a grandes conciertos sinfónico-corales, la música de Richard Wagner está ausente un año tras otro. Sí, acepto que en la edición de 2020, la que fue suspendida por la Covid, se había programado en versión de concierto el acto III de Die Walküre que nunca llegó a realizarse pero no dejaba de ser una pequeña parte de una obra que es, además, solo la primera jornada de la obra más grande de la historia de la música, Der Ring des Nibelungen. Sí, Wagner está ausente de la capital guipuzcoana y de su festival desde tiempo inmemorial. Quizás la última función wagneriana completa en Donostia –y fuera de la Quincena- fue un Tristan und Isolde en versión de concierto el 26 de abril de 2005, traído ex profeso desde la Ópera de Burdeos y que dirigió Hans Graff, con John Fredric West, Jayne Casselman, Hans Tschammer, Natasha Petrinsky y David Pittman-Jennings como destacados solistas. Fíjense en lo inusual de la propuesta que el periódico más vendido de la capital consideró necesario publicar un artículo aconsejando cómo escuchar y “soportar” una ópera tan larga.

Por ello este concierto era no sé si necesario pero al menos oportuno. En su escucha los que amamos la música de Wagner y conocemos la música de la tetralogía vivimos en el entrelazado que construye Lorin Maazel con la música, con los motivos de Richard Wagner en un continuo sube y baja de emociones al ver interrumpidas las secuencias lógicas de las escenas originales y que guardamos en nuestra memoria musical. A esto Maazel le llamó El anillo sin palabras, lo que no deja de ser una pequeña crueldad, hablando de uno de los pilares del arte de la ópera, es decir, del canto.

Dicho esto, David Afhkam se puso al frente de su Orquesta Nacional de España en el inicio de su último año de dirección artística y nos ofreció una versión redonda. Quizás el inicio fue algo tibio, con un preludio en las profundidades del Rin demasiado sonoro para lo que uno espera pero poco a poco la obra fue cogiendo enjundia y terminó siendo una fiesta orquestal. Maazel apuesta por los fragmentos orquestales más célebres y ya se sabe que, en este sentido, la escritura wagneriana es rica en color, matices y expresión. Las secciones de viento madera y viento metal aportaron su labor –muchas veces de solista- con eficacia, destacando clarinetes, oboes, trompetas y trombones, así como violoncelos y contrabajos en las páginas de Die Walküre.

La obra está bastante desequilibrada en su planteamiento; mientras que de Siegfried apenas se recogen seis minutos, de Götterdämmerung la aportación supera la media hora mientras que de las dos primeras jornadas, Das Rheingold y Die Walküre la aportación musical supera, de cada una de ellas, el cuarto de hora. Así se completan los setenta minutos de una obra que últimamente se programa con relativa frecuencia y que, intuyo, era estreno en la ciudad y en el festival.

La recepción del público fue relevante sin llegar a ser fervorosa aunque hay que constatar que el Kursaal estaba muy lejos del lleno. A vuela pluma puede hablarse de una ocupación del 70%, cuestión que se está repitiendo en varios conciertos. Uno intuye que el festival está viéndose obligado a reflexionar sobre el diseño del mismo y es que después de todo lo que vivimos tras la pandemia algunos problemas parece que llegaron para quedarse. Está abierto el melón de la duración del festival y es posible que en un futuro más bien breve conozcamos cambios en el modelo de Quincena que hemos conocido en los últimos cuarenta años.