Mareas_destino_25_vertical.jpg

Melodías que mecen el alma

Un año más el Espacio Garage Lola abrió su temporada con un espectáculo lírico, en esta ocasión en una cita con nuestro patrimonio lírico y haciendo pie en el motivo marinero que une las historias de Marina, de Emilio Arrieta, y La taberna del puerto, de Pablo Sorozábal. "Dos apasionados romances marineros distantes en lo musical, pero cercanos en los parajes dramatúrgicos", explicaban desde Garage Lola.

La idea de unir ambas tramas conformando una suerte de díptico marino es ciertamente pertinente. Con apenas algunos elementos escénicos que evocaban el ambiente portuario y con el apoyo de unas evocadoras videoproyecciones de Pedro Chamizo, la propuesta se centraba sobre todo en la relación entre los tres personajes principales que conforman la trama, debidamente contrastados y caracterizados.

Con la atinada dirección de Emiliano Suárez, alma mater del proyecto e incansable generador de nuevos formatos y propuestas, la fórmula que nos ocupa, titulada Mareas del destino, podría tener recorrido en otros escenarios; la selección de piezas es sumamente grata y las bellas melodías de Arrieta y Sorozábal no dejan de salpicar aquí y allá, meciendo el alma con su lírico abandono. "Dos títulos conocidos con sonidos a mar, barcazas, cantinas y redes de pescadores", se apuntaba desde la organización del evento.

En el elenco vocal sorprendió la desenvoltura del tenor Quintín Bueno para resolver con arrojo la intrincada parte de Jorge en Marina, dejando detalles de buen gusto en el fraseo y exhibiendo un tercio agudo bien timbrado; el tenor madrileño estuvo bravo también en el célebre 'No puede ser' de La tabernera. A su lado, Ruth Terán mostró nuevamente su solvencia, con un timbre amplio y restallante, capaz no obstante de plegarse a las florituras de la romanza de Marola, 'En un país de fábula', desgranada con gracejo y poesía. Robusto en el plano vocal y entregado en su faceta actoral, el barítono Javier Franco demostró una vez más su buen estado de forma.

La parte musical estuvo confiada al pianista Ramón Grau, habitual en el Teatro de la Zarzuela y quien hizo gala aquí de un dominio absoluto de este repertorio, otorgando confianza y serenidad a los cantantes.