JONDE_Filarmonica_Burgos_c_rodrigomenaruiz_4.JPG© Rodrigo Mena Ruiz

El virus de la música

13/10/2025. Sala de Congresos del Fórum Evolución, de Burgos. Ciclo Burgos en Cámara, de la Sociedad Filarmónica de Burgos. Obras de E. Varese, A. Esperet, J. M. López López, W. A. Mozart y R. Strauss. Miembros de la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE). 

Podría decirse que el virus de la música es aquel que, una vez es inoculado, sea uno profesional o diletante, intérprete u oyente, te impide vivir la vida de forma convencional y llegas a transformar la música (clásica) en el epicentro de la misma. Este virus está presente, por ejemplo, en muchos de los espectadores que llenaron la sala del Fórum Evolución burgalés, está bien presente en quien firma estas líneas y, quizás con más razón, en los jóvenes músicos de la JONDE que, en distintas plantillas, nos ofrecieron un concierto de interesante y discutible programa.

Digo interesante por la presencia de compositores de los siglos XX y XXI no habituales en las salas de conciertos y que otorgaban a la percusión gran protagonismo; y apunto lo de discutible porque habiendo previsto comenzar un concierto a las 20.15 h. el plantear un programa de 120 minutos de música cuando al día siguiente hay que madrugar era, cuando menos, inoportuno. 

El virus de la música es ese que agradezco haber asumido hace más de cuarenta años; lo que ocurre es que entre los de la JONDE se extendió otro virus, este mucho más prosaico, el de la gastroenteritis. Y como resultado de ello el concierto comenzó con quince minutos de retraso y tuvo que alterarse sustancialmente el programa previsto. Parece que entre los percusionistas este último virus no atacó con intensidad y toda la primera parte se dedicó a la misma, dejando las obras de Mozart y Strauss para la segunda, en evidente desequilibrio temporal. Pero es que, además, la Serenata Gran Partita nº 10, K361 mozartiana fue amputada en un 50% porque se nos advirtió que los músicos no tenían la fuerza suficiente para abordar una obra de casi una hora de duración. Finalmente, el septeto de cuerda fue adaptado a sexteto porque un violoncelista se encontraba muy enfermo y el segundo tuvo que abordar la urgente adaptación de ambas partes a una sola para no tener que suspender la ejecución de la obra. En fin, problemas mil y soluciones adecuadas que Ana Comesaña, directora artística de la JONDE explicó con suficiencia antes de iniciarse el programa..

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En estas circunstancias la primera parte se desarrolló de un tirón con tres obras sorprendentes: la primera, Ionisation, de Edgar Varese es la personificación misma de la modernidad. Una obra escrita originariamente para trece percusionistas que fue interpretado en este caso por seis y que muestra como en 1931 un señor que destruyó la mayor parte de su obra era, sencillamente, un genio muy adelantado a su tiempo. Un lenguaje de una modernidad atemporal que hoy sigue provocando tanto asombro como incomprensión. La segunda obra de percusión nos dejó a todos epatados: Ceci n’est pas une balle, del francés Alexander Esperet (1987) es más que una obra musical para percusión una performance percutiva, si cabe la expresión. Una grabación simula el sonido de una bola que vuela, golpea el suelo y es pasada de mano en mano. Tres miembros de la sección actuaron simulando los distintos vuelos de la pelota mientras, con una coordinación de una precisión extrema, simulaban lanzarse y recibir la pelota de marras. Sencillamente increíble; y, sinceramente, como soy incapaz, por mis limitaciones, de explicar esta obra, les animo a que la busquen y disfruten en video, porque hay varias versiones. 

La primera parte terminó con Haikus del mar, obra del madrileño José Manuel López López (1965) en la que recuperó el número de seis percusionistas, cada uno de ellos dueños de una caja, un xilófono o marimba, una caja de arena, un gong y otros distintos instrumentos de percusión. López López juega con cada instrumento en una sucesión de seis, donde cada uno de los músicos hace uso de cada uno de los instrumentos de forma distinta pero, al mismo tiempo, unificada. Muy interesante el juego otorgado a los gong, las más de las veces instrumentos de uso limitado en la música convencional y que en esta obra alcanza unas formas de sonoridad pocas veces vividas. 

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Después de un breve descanso para desalojar el enorme despliegue de percusión llegó la parte más “clásica”: para la sección de viento, Wolfgang Amadeus Mozart; y para la de cuerda, Richard Strauss. Y quiero reconocer que tras una primera parte tan explosiva en esta segunda la tensión y la emoción bajaron muchos enteros. La Gran Partita fue mutilada hasta los 25 minutos y quiero imaginar que varios de los músicos estaban afectados porque lo cierto es que la interpretación fue bastante plana, sin gran emoción. Las cosas cambiaron para mejor con el sexteto de cuerda que afrontó la adaptación de Metamorphosen, de Richard Strauss. El movimiento ondulante, casi infinito, de la obra straussiana nos dejó una sensación muy agradable, con una interpretación muy en estilo y con sentimiento.

Pasadas las diez y media de la noche salimos del recinto con sensaciones confrontadas. Mereció mucho la pena la primera parte, la segunda fue más convencional pero, de todas formas, viajar hasta Burgos, donde el lunes era día festivo, fue un acierto. Solo terminar deseando que el segundo virus, el no deseado, abandone a la agrupación juvenil cuanto antes.

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Fotos: © Rodrigo Mena Ruíz