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La puerta de la ópera

Bilbao. 23/08/2023. Sociedad Filarmónica de Bilbao. Claudio Monteverdi: L’Orfeo. Emiliano González Toro (Orfeo, tenor), Amandine Sánchez (Eurídice, la Música, soprano), Yerin Mira (la mensajera, mezzosoprano), José Coca (Caronte, bajo), Julien Segol (Plutón, bajo), Mathilde Etienne (Proserpina, soprano) y otros. Ensemble I Gemelli. Dirección escénica: Mathilde Etienne . Dirección musical: Emiliano González Toro.

Para los que amamos la ópera en Bilbao, Bizkaia y provincias contiguas ya sabemos que si queremos escuchar algún título italiano o no que no sea de la segunda mitad del siglo XIX –permítaseme la hipérbole- tenemos que acudir a los recursos alternativos que de vez en cuando se nos ofrecen fuera de la temporada de ópera oficial. Por ello, que la Sociedad Filarmónica de Bilbao en su coqueto y pequeño escenario ofreciera la obra que legítimamente puede ser considerada la puerta principal de la ópera, L’Orfeo, de Claudio Monteverdi, era una cita ineludible. De hecho, en 74 años de ópera bilbaína la obra de Claudio Monteverdi nunca jamás ha estado presente. 

La propuesta de la Sociedad Filarmónica es la escenificación de la obra aunque, a fuerza de ser sinceros, lo que tenemos es una obra en versión de concierto con vestuario y limitada teatralización lo que, eso sí, no conlleva ningún perjuicio al desarrollo de la función. Los intérpretes son los miembros del Ensemble I Gemelli, bajo la dirección de Emiliano González Toro, que se presentaron con once cantantes asumiendo los papeles solistas y las partes corales más un grupo instrumental de dieciocho miembros, entre los que destacaban el número relevante de mujeres, hasta un total de once, dos tercios del mismo.

La disposición del grupo era sencilla: a la derecha desde el punto de vista del espectador, todo el grupo orquestal excepto sacabuches, violines, corneto y flautas, situados a la izquierda. Ello creaba un espacio en el centro vacío en el que se disponían los cantantes en la intuida dramatización de cada una de las escenas. La dirección musical la ejercía Emiliano González Toro que, al mismo tiempo, interpretaba el papel protagonista, lo que daba lugar a escenas curiosas como que un Orfeo que implora a los dioses hiciera gestos al grupo orquestal para entradas o grados de intensidad musical. Es obvio que lo relevante es el trabajo previo pero González Toro nunca dejo de ser Orfeo ni nunca director. 

Vocalmente, el trabajo fue muy interesante aunque con ciertos momentos de desconcierto, por ejemplo el tempo lento de algunas danzas de los pastores en el acto I. Entrando ya en los personajes, el protagonista, el ya mencionado tenor Emiliano González Toro, es una voz curtida en muchos y diversos repertorios y presenta una voz operística al modo tradicional y por ello dio empaque al papel, con una cierta limitación en la coloratura de Possente spirto, el momento culminante de la obra pero con capacidad de entregarnos primero su alegría y luego su enorme dolor a todos los espectadores. Una interpretación notable.  

En el resto de papeles y comenzando por ellas destacó la peculiar y personal voz de Beth Taylor (Speranza), de muchos colores según tesitura pero con una autoridad innegable y gran volumen. La Euridice de Amandine Sánchez fue más ligera, quizás demasiado y con alguna afinación dudosa. Más que correctas Yerin Mira (la mensajera), con una entrada a escena quizás “demasiado” teatralizada e Irene Salom, una ninfa de presencia vocal agradable. Al mismo nivel la Proserpina de Mathilde Etienne, a la sazón también última responsable de esta puesta en escena. 

Por lo que a ellos respecta, los dos bajos presentaron voces nobles y oscuras, con sonido grave aunque, curiosamente, evitaron los graves finales tradicionales de las escenas de Caronte y Plutón. Ellos fueron, respectivamente, José Coca y Julien Segol. Los dos pastores fueron encarnados con mucha solvencia por los tenores Jordan Mouaissia e Iannis Gaussin mientras que estuvo extraordinario en su breve parte el barítono Fulvio Bettini (Apolo) tanto por la belleza del timbre como por la autoridad transmitida. El coro lo formaban los nueve solistas y hay que decir que, a riesgo de ser reiterativo, sigue siendo una lección de amor a la música ver a los solistas incardinarse con el grupo para pasar a ser coralistas, siempre en pro del buen desarrollo de una función.

En lo que al ensemble orquestal se refiere, un nivel muy alto aunque me llamó la atención la ausencia de percusión alguna y el papel relevante del arpa en el bajo continuo. Extraordinario el nivel de los sacabuches en la gloriosa tocata inicial y en las apariciones del infierno y entre los dioses y papel determinante de la “concertino”, Stephanie Paulet, coordinando el trabajo en ausencia del director oficial.

Ya queda dicho que la Sociedad Filarmónica anunciaba una ópera en toda regla aunque el local tiene las limitaciones que tiene. Al final el espacio para el desarrollo dramático era apenas de 10 m² y el atrezzo utilizado, inexistente con la única excepción de la larga vara de Caronte, a modo de guía de la barca infernal.

La respuesta popular fue de entusiasmo. Parece que hay bilbaínos que gustan de algo más que el repertorio de siempre y las “grandes voces” y que el “otro” repertorio tiene también su público. No estaría de más que la sociedad diera continuidad a esta apuesta lírica y que, siempre comprendiendo las limitaciones del escenario, pudieran también visitarse otras estéticas y otros momentos históricos. De todas formas, gracias por haber podido vivir la puerta de este género tan hermoso que llamamos ópera.