Walkure_paris25_horizontal_3.jpg© Herwig Prammer | OnP 

La cacería

París. 30/11/2025. Opéra Bastille. Richard Wagner: Die Walküre. Stanislas de Barbeyrac (tenor, Siegmund), Elza van den Heever (soprano, Sieglinde), Tamara Wilson (soprano, Brünnhilde), Christopher Maltman (barítono, Wotan), Günther Groissböck (bajo, Hunding), Ève-Maud Hubeaux (mezzosoprano, Fricka) y otros. Coro y Orquesta de la Opéra National de Paris. Dirección de escena, Calixto Bieito. Dirección musical, Pablo Heras-Casado.

El Anillo de la Bastilla, protagonizado en escena y batuta por dos españoles, continúa su andadura a muy buen paso. El prometedor comienzo que ya analizamos en Das Rheingold no ha hecho más que afianzarse con una segunda entrega que ha ocupado el foso parisino durante el mes de noviembre. Y, aunque es una producción llena de aciertos en todas sus facetas, conviene comenzar hablando de lo que la hace más singular: la escena de Calixto Bieito.

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Su propuesta funciona bien en dos niveles entrelazados: el escenográfico y el dramático. La escena se presenta como  un monumental calendario de adviento postapocalíptico —modular, industrial y tecnológico— en el que las secciones van destapando los diferentes cuadros de la obra y a la vez se conforma como el marco de conexiones que las pone en relación. Crea un ambiente de desolación con guiños al posthumanismo que ya vimos en el Oro, potenciados ahora por una estética de ruina postnuclear que recuerda a Chernóbil. La atmósfera inquietante se resume bien en la presencia de ese perro guardián de Boston Robotics, que vigila y amenaza por partes iguales. El buen oficio de Bieito se manifiesta en la belleza emergente que surge sobre las tablas: es una escenografía que consigue el efecto, aparentemente contradictorio, de mostrar una extraña hermosura en el conjunto a través de la fealdad de sus elementos independientes.

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En el aspecto dramático, Bieito descarga esa crudeza que le ha hecho célebre. El motivo narrativo que atraviesa la producción es el de la cacería, la persecución implacable, el juego de persecución y la matanza final impregna no solo las interpretaciones de los actores, sino también las proyecciones que pueblan los tres actos. La carga emocional superlativa de la muerte de Siegmund y Hunding al final del segundo acto alcanza niveles de intensidad inauditos.

El tenor Stanislas de Barbeyrac nos propone un Siegmund con una caracterización dramática que acentúa las contradicciones del personaje, frente a la masculinidad tóxica de Hunding. La de Siegmund es una virilidad basada en la huida, en el espanto; es un ser aterrorizado por sus circunstancias y por el destino, cuya única salida es la heroicidad. Tiene una voz potente y apuesta, aunque a veces algo engolada, y una dicción pulcra y trabajada hasta la última consonante. Sin duda se ve la excelente mano para la dirección de actores que tiene Bieito detrás de este trabajo memorable.

La Sieglinde de Elza van den Heever ofrece una interpretación en excelente complicidad con su hermano-amante, hay química. Su actuación alcanza el máximo, no en su icónico lirismo del primer acto, sino en el dramatismo del segundo y tercero. Fue una agradable sorpresa encontrar a Günther Groissböck en buena forma, potente y creíble, aunque algo ligero en profundidad vocal, tras una temporada (Rosenkavalier en el MET) en la que no parecía estar al máximo de sus capacidades.

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La Fricka de Ève-Maud Hubeaux se queda corta en el aspecto vocal, aunque hace una excelente actuación en su faceta teatral como esposa objeto, en la que la tecnología de los cuerpos intervenidos se lleva al máximo. Es una Barbie de quirófano, representación contemporánea del matrimonio burgués, que somete a Wotan a su voluntad a través no solo de los pactos, sino también del empuje sexual.

Tanto Christopher Maltman como Tamara Wilson abordan sus respectivos papeles con una naturalidad pasmosa, recordemos que sus roles son de los más demandantes del repertorio, pero nadie lo diría al escuchar su actuación. Los “Hojotoho!, Heiaha!” iniciales de Brünnhilde anuncian la calidad vocal que mantiene hasta el final, presume de proyección y carnosidad en los tres registros y una buena capacidad total que hace creíble su paso de niña inocente a guerrera desencantada.

Si bien muchos Wotan llegan con dificultad a la escena del fuego, en el caso de Maltman la llamada a Loge fue una exhibición de potencia y poderío divino. Así articula el papel el bajo-barítono británico, como una fuente rotunda de autoridad y ferocidad, muy en línea con la propuesta de cacería que preside esta producción.

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La dirección de Pablo Heras-Casado confirma lo ya insinuado en Rheingold: un pulso narrativo flexible, un foso lírico que nunca se deja arrastrar por la grandilocuencia y una precisión en el detalle que convierte el color orquestal en verdadero motor dramático. Fascina el trabajo de las maderas, que revelan tensiones y motivos a menudo ocultos en lecturas más pesadas. Así, la orquesta se pone al servicio de la escena de Bieito a través de ligereza estructural, claridad narrativa, tiempos con tensión, pero sin ansiedad y un fraseo cuya musicalidad mima al milímetro.

Fotos: © Herwig Prammer | OnP