Werther Liceu Bros 

Voces de casa

Barcelona. 24/01/17. Gran Teatre del Liceu. Josep Bros (Werther), Carol García (Charlotte), Carlos Daza (Albert), Sonia de Munck (Sophie), Atefano Palatchi (Le bailli), Antoni Comas (Schmidt), Marc Canturri (Johann). Solistas del Coro infantil Amics de la Unió de Granollers. Dir. escena: Willy Decker. Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceo. Dir. Mus.: Alain Altinoglu.

A veces los estrenos triunfales no hacen prever accidentadas representaciones a posteriori como ha pasado con este Werther del Liceu. Triunfal Beczala, como reza la crítica de Platea Magazine del primer reparto que estrenó el pasado 15 de enero, con bis incluido por parte de un estelar Piotr Beczala, este Werther ha encontrado un aparatoso reparto alternativo, con el regreso del tenor de la casa, el gran Josep Bros. El catalán cumple con este Werther veinticinco años de carrera sobre los escenarios, pero por indisposición vocal no pudo asumir las dos primeras representaciones del llamado también segundo reparto, donde lo sustituyó el tenor mexicano Arturo Chacón Cruz. 

Por fin, el martes 24 de enero, Josep Bros volvió al escenario del Liceu y pudo protagonizar la ópera, visiblemente recuperado y con la clase y la elegancia que lo caracterizan. Pero para sorpresa de todos Christina Scheppelmann, directora artística del Liceu, apareció en el escenario antes de empezar la función, anunciando algo que no figuraba en el programa de mano: Charlotte, papel que debía cantar Nora Gubisch, lo cantaría la mezzo catalana Carol García, al no encontrarse en óptimas condiciones la citada mezzo francesa y también esposa del director musical de esta producción. Sorpresa mayúscula para muchos, pero grato debut de una de las voces jóvenes con mayor proyección del rango mezzosopranil de la Península. Carol García debutaba así en el Liceu con Charlotte, no así con el rol, que ya había cantado en invierno del 2015 en Trieste. Esta búsqueda de sustitución last minute se saldó con la actuación como actriz de la soprano Elena Sancho Pereg (la Sophie del primer reparto), mientras que Carol García cantaba desde el atril a un lado del escenario. Una situación cuanto menos peculiar, que sin embargo se resolvió con una exitosa representación de feliz resultado final.

Puede ser por las circunstancias previas explicadas, pero lo cierto es que Alain Altinoglu no brilló en el foso como la había hecho en las funciones anteriores y pareció pálido y gris donde se le había degustado expresivo, atento y minucioso. Así fue sobretodo en los dos primeros actos, muy atento a Carol García a un lado del escenario, pero poco imaginativo con los colores románticos y fuerza emotiva de la partitura, con un preludio con poco temperamento, o un saludo a la naturaleza de Werther poco expansivo y solar. Por suerte su visión refinada y detallista sí afloró después de la segunda parte, en los actos III y IV, con un dúo de amor bien delineado, sección de cuerdas trazadas con mimo y delicadeza, unos vientos que dulcificaron el drama final y unos metales controlados y seductores, con el destacado solo de saxo en el aria de Charlotte. Un trabajo elegante,  que fue de menos a más, para el que ha supuesto un debut en el foso del Liceu que promete muchas alegrías futuras para el aficionado y del que se espera vuelva pronto al teatro.

El regreso de Bros a su escenario, con un público que lo quiere y lo valora, tuvo el ingrediente extra de un reencuentro esperado y expectante. La voz del tenor, todavía algo cauto en sus intervenciones, sonó con buena proyección, color y las inflexiones vocales propias del siempre complicado repertorio francés. Bros, quien conoce bien el rol, sabe administrar la particella con inteligencia y sobretodo elegancia, basando su enfoque en un medido control de medios, una linea de canto cincelada y una clase soberana en el fraseo y en las medias voces. Si bien es cierto que en el registro superior, sobretodo en los agudos en forte, la voz suena dura y algo metálica, soportando un vibrato fluctuante, también lo es que su Werther bebe del estilo aristocrático de la escuela krausista. Su enfoque más que copiar el del gran tenor canario, lo evoca por la limpieza de la dicción, la transparencia de fraseo y la elegancia en la óptica del personaje. Su Werther es un antihéroe romántico, medido con inteligencia y administrado con soberano gusto. Cantó Pourquoi me réveiller de manera intachable, pero sobretodo su muerte, dulce y refinada, mostró al Bros maduro y gran cantante que ha regalado sus mejores años a la historia del Liceu.

Precioso el debut de la mezzo catalana Carol García, voz siempre presente, bien proyectada, timbre terso, redondo y homogéneo en toda la tesitura. Agudos pulidos y linea de canto cuidada; fue un grato descubrimiento para los que no la conocían. Si sus dos primeros actos fueron intachables, fue sobretodo en el tercero y el cuarto, donde Charlotte ha de demostrar la clase y calidad de su instrumento, donde García desenvolvió el personaje con un resultado admirable. Cantó un aria de las cartas sensible y emotiva pero también supo entregarse en un dúo excelentemente desarrollado teniendo en cuenta las características de la función. Con un timbre nacarado y una naturalidad en la emisión, sin forzar nunca la voz, destiló un canto de hermoso efecto sonoro, seductor y convincente. Un triunfo personal que se ha ganado por méritos propios una vuelta al Liceu en próximas temporadas con un rol principal. Es de agradecer las prestaciones y disponibilidad, de la soprano Elena Sancho, quién realizó el acting mudo en escena con gran profesionalidad y entereza.

Carlos Daza volvía al Liceu, desde un lejano debut como hotelier en la Manon que en su día protagonizaron unos inolvidables Natalie Dessay y Rolando Villazón. Albert, el marido responsable y contrapunto juicioso al alborotado Werther no es un gran papel para lucir medios, pero sí para demostrar la calidad de un cantante en plena madurez personal. Voz de bello timbre, dicción y estilo en el fraseo, dibujo un personaje impecable con un una proyección adecuada y agudos pulidos. Grato retorno de una voz, cuyo retorno se espera pronto en un Gran Teatre donde se agradece y mucho la presencia de cantantes de calidad autóctonos, porque haberlos háylos.

Otro tanto se puede decir delas prestaciones de la soprano Sonia de Munck, una Sophie pizpireta, fresca y de gran naturalidad vocal que cumplió con creces en sus partes solistas, con un timbre brillante y atractivo. Le Bailli del bajo Stefano Palatchi, es otro reencuentro con un cantante liceísta que siempre sabe mostrar una factura vocal profesional, efectiva con al valor añadido de la veteranía y el savoir faire.

Mención de honor para el dúo formado por el tenor Antoni Comas y el barítono Marc Canturri, quienes fueron un Schmidt y Johann, muy bien trazados, siguiendo el dibujo caricato de una regia que los transforma en dos incómodos testigos y metáfora de una sociedad cerrada y llena de prejuicios. Como dos cuervos que siempre anuncian el mal agüero y que precipitan el final amargo de una historia imposible, sus movimientos esperpénticos y complicidad teatral son uno de los grandes aciertos de la producción firmada por Willy Decker. Fantástico trabajo de las voces de niños dels Amics de l’òpera de la Unió, con unas prestaciones de radiante profesionalidad bajo la mano de su director Josep Vila i Jover.

Se dice que el color amarillo, es el color gafe del teatro, y también se podría decir de esta producción puesto que a todos los contratiempos antes mencionados, hay que sumar un fallo técnico del telón, producido en uno de los ensayos de este reparto, que ha dado como resultado la cancelación de una de las funciones, la del día 4 de febrero. Habría que tirar de la historia del teatro para ver un caso similar en la historia del mismo. 

Sea como fuere, el color y los cromatismos vertebran esta producción del teatro de Frankfurt cuya principal virtud es clarificar el drama romántico y colorearlo sobre la base de un amarillo solar (metáfora wertheriana) y un azul ultramar (metáfora de la sociedad hermética y acusadora). Esta dualidad se presenta clara y diáfana en los dos primeros actos, curvilínea en la escenografía y radiante en su color, el amarillo representa la libertad solar de la naturaleza con Werher como principal valedor. Con el amarillo Werther, que Goethe describe en su novela original, un color que causó furor en la moda de la época por el éxito de la novela epistolar del alemán, sin parangón hasta la época. Este color que también remite al amarillo de los girasoles de Van Gogh o el de la noche estrellada, pues tiene también su connotación de locura emancipadora, como la de un personaje que vive su propia realidad alejado de un mundo que no acepta ni reconoce. Como dice el propio Josep Bros de su personaje, una especie de bipolaridad que lo lleva al final trágico y liberador. 

En contraste el color azul profundo, que envuelve la sociedad a al que pertenece Charlotte, una buena hija, esposa y mujer respetada y esclava de las reglas estrictas de un entorno asfixiante y recto, puntiagudo e inflexible, como refleja la escenografía, amplia y desnuda. Los pocos elementos de atrezzo remiten también a un reduccionismo simbólico, la mesa que distancia un matrimonio obligado, el pueblo miniaturizado, el cuadro como culpa, la pistola presente desde una principio…todo funciona con el efectismo de un reloj con una cuenta atrás implacable para el único final posible, el suicidio redentor, la muerte como escape romántico para una ópera fundamental del género. Una producción inteligente y efectiva al servicio de una música intemporal.