Let’s dance!
Barcelona. 12/03/17. Palau de la Música Catalana. Temporada Palau 100. Ludwig van Beethoven: Integral de sinfonías. Obertura “Egmont”. Sinfonía núm. 1, en Do mayor, op. 21. Obertura Coriolano, op. 62. Sinfonía núm. 2, en Re mayor, op. 36. Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. Dirección: Gustavo Dudamel.
Sin duda ha sido el evento sinfónico de la temporada en Barcelona. Una cita ineludible al poder disfrutar en cuatro días consecutivos de las nueve sinfonías de Beethoven por Gustavo Dudamel y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. La expectación entre un público que abarrotó la sala era máxima, ambiente de las grandes ocasiones, sold out e ilusión colectiva. Hay que felicitar al Palau de la Música Catalana, por haber conseguido traer semejante programa, pues poder ofrecer esta integral solo está al alcance de las salas de conciertos más importantes del mundo. No en vano después de Barcelona la gira de la orquesta solo visita la flamante Elbphilharmonie de Hamburgo y la decana Musikverein de Viena. Un lujo a todas luces admirable.
El hecho de que además se haya retransmitido en vivo a todo el mundo, en streaming gracias a Medicitv (visible en abierto y gratis, disponible en su página web por un periodo de un mes) ha convertido a la ciudad Condal en la capital sinfónica mundial para los amantes de Beethoven y de los nuevos valores musicales. Sólo una vez se pudo ver semejante gesta en toda la dilatada historia del Palau de la Música Catalana: fue en noviembre de 1981, con Daniel Barenboim a la batuta al frente de la Orquesta de París. Esa vez se pudo ver la integral de las sinfonías de Beethoven en la sala modernista de Barcelona y pese al éxito artístico, el fracaso económico de la taquilla propició un descalabro que hizo caer un proyecto que debía visitar otras salas europeas a posteriori. Ni el reclamo del todopoderoso Barenboim pudo salvar ese desastre financiero.
Así las cosas la envergadura de la propuesta, la dimensión mediática de las citas y el carisma artístico del director musical más joven en protagonizar el concierto de Año Nuevo con la Filarmónica de Viena, ofrecieron un atractivo y suculento menú del que la ciudad de Barcelona no se podrá olvidar en años. Con una media de edad joven, pues los músicos de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela tienen entre 17 y 34 años, la primera seña de identidad de esta formación es una energía contagiosa y un espíritu libre y desenfadado. Los Bolívares, como les gusta llamarlos el propio Dudamel, contagian alegría musical, sonríen, se mueven con dinamismo mientras tocan, transmiten un espíritu alegre y avasallador del cual la batuta analítica y apasionada de Dudamel se sirve con inteligente resultado cual medium musical.
Se eligieron dos oberturas de gran contenido dramático, la Egmont, op. 84 antes de la interpretación de la primera sinfonía, op. 21, y en la segunda parte, la obertura Coriolano, op. 62, antes de tocar la Segunda sinfonía, op. 36, una elección acertada. Con la Obertura Egmont la tragedia y el drama se hicieron presentes en la batuta teatral y vívida de Dudamel. Los primeros acordes, impetuosos y potentes, dieron paso a la sencilla dulzura de una sección de viento rica y de sonido compacto. Las cuerdas, de una generosidad de sonido de veras remarcable, con un equilibrio entre las dos secciones de violines, enfrentados entre sí, con el podio de Dudamel en medio, facilitó el diálogo y las tensiones propias del lenguaje beethoveniano. El gesto de Gustavo, nítido y certero, casi se diría sereno, contrasta con un ímpetu orquestal que explota en un sonido rico y homogéneo, desde las contundente percusión, pasando por un metal lleno de carácter siempre en contraste con un viento excelso y lleno de colores. Una obertura que ofreció la mejor cara de la formación, con su silencio dramático, su riqueza de matices y sus dinámicas vibrantes, pero sobre todo con una alegría en la ejecución que propició los primeros bravos y aplausos cálidos del público de la sala.
Con el inicio del Adagio molto- Allegro con brio, el primer movimiento de la primera sinfonía, las cosas volvieron a un cauce más calmo, donde el equilibrio de las secciones se tornó cristalino y ordenado, bajo la batuta natural y ordenada de Dudamel; si bien el brio final del primer movimiento sacó a relucir el espíritu intenso y casi frenético de la formación, despertando algunos aplausos del público. A pesar del cliché que siempre señala la deuda con Haydn y Mozart de esta primera sinfonía de Beethoven, este carácter no apareció hasta el elegante Andante cantabile con moto. Bien guiado por la batuta e iluminado por una sección de viento cual serenata mozartiana, se rubricó el ritmo galante propio de la época con una transparencia hedónica reconfortante. Con el Menuetto, apreciado por Berlioz como lo mejor de la obra, el carácter teatral y casi operístico de las ráfagas de las cuerdas mostró de nuevo una formación que sabe construir un sonido potente y empastado, muy atractivo y que llega directo al espectador, de manera limpia y empática. De nuevo el contraste y una lectura rítmica irresistible en el Adagio, allegro molto vivace, cerró esta primera sinfonía con calidad y destellos orquestales deslumbrantes.
Con la Obertura Coriolano se iniciaba la segunda parte y de nuevo se pudo disfrutar del mejor Dudamel. Si bien el director venezolano mide con sabiduría los efectivos orquestales, es con obras de la épica de esta obertura donde sabe lucir más el nervio y la fuerza irresistible de esta formación. Acordes certeros y contundentes, fluidez de las secciones, y sobre todo una habilidad natural por mostrar uno de los sinos más arquetípicos de la obra de Ludwig van Beethoven, el recorrido sinfónico de la tensión a la liberación, con un desarrollo musical lleno de carácter y obstinación. Es verdad que a veces el resultado suena precipitado o acelerado, ¿a propósito?; las cuerdas que lucen un sonido esmaltado y potente, se superponen casi con impaciencia con los graves de los chelos, densos y generosos, o las violas, homogéneas y rítmicas, hasta llegar a lo violines. Una “crispación sonora” que parece más un sino sinfónico marca de la casa que no el resultado de una meditación pensada y construida. Un sello que se irá repitiendo a lo largo de la integral, donde el grado subjetivo del acercamiento al espíritu de la obra ofrece una libertad interpretativa llamativa y característica.
Esta obertura de un periodo más maduro del compositor de Bonn fue un potente entremés que contrastó con la Sinfonía no. 2, op. 36, donde la formación demostró de nuevo la fogosidad de un sonido intenso construido sin artificios. Las dinámicas del Adagio molto- Allegro con brio, de juguetón resultado, junto a la brillantez de una lectura desarrollada con pulidos acabados y un buen dominio de las luces y las sombras de la partitura. Pero fue con un Larghetto encantador donde la inspiración de batuta y formación se volvió inolvidable. Tal y como dice el bonito texto del programa de mano, firmado por el musicólogo Carlos Calderón, Beethoven se anticipa a sí mismo y nos regala un cuadro sereno que anticipa la madurez naturista de la futura Pastoral. El diálogo de las cuerdas con la flauta solista, llena de luz y candidez, se mostró con delicadeza y causó un hipnótico resultado con un Dudamel concentrado y reflexivo que dejó fluir con mágica lectura la sencilla belleza de la obra. Los equilibrios clásicos de Haydn sumada a la serenidad trascendente de Mozart se dieron de la mano en uno de los momentos más hermosos de la velada. Después del pícaro Scherzo: allegro, llegó el Allegro molto final con el ímpetu propio que la formación muestra sin miedo. ¿Brusquedad en el sonido?, ¿no busca de alguna manera eso la partitura?, ¿ofrecer los contrastes de una forma sinfónica perfecta, la heredada del clasicismo puro, para abrir un nuevo camino a la experimentación beethoveniana? Los espejos de Mozart se vuelven convulsiones con Beethoven, la libertad compositiva busca una frescura futura que el compositor insinúa con desparpajo y sin complejos. Dudamel y sus Bolívares muestran el mismo descaro e intensidad, la formación tiene un carácter propio innegable, la batuta luce su reconocido carisma con naturalidad, el camino se ha abierto y la integral comenzó con arrollador resultado: Let’s dance!