Turangalila explota en el Palau de la Música Catalana

Barcelona. 07/01/16. Palau de la Música Catalana. Temporada Palau 100. O. Messiaen: Sinfonía Turangalila. Orquestra Simfònica Simón Bolívar de Venezuela. Yuja Wang, piano. Cynthia Millar, ondas Martenot. Dirección musical: Gustavo Dudamel.

Una fiesta sonora se hizo presente en Barcelona con el inicio del 2016 y este primer concierto del ciclo Palau 100. Los ingredientes que hicieron un lleno de público en la sala, con una obra clave del repertorio sinfónico del siglo XX, pero no las más asequible a un gran público, fueron una apuesta plena, la batuta del mediático Gustavo Dudamel, la talentosa y vibrante orquesta Simón Bolívar, y la virtuosa del piano Yuja Wang en contraste con la experta en esta obra, Cynthia Millar como solista de la ondas Martenot.

Ambiente de gran expectación, para la que supuso tan solo la segunda interpretación de la Sinfonía Turangalila en toda la historia del Palau de la Música (la primera fue en diciembre de 1985 bajo la batuta de Leif Segerstam al frente de la Orquesta Ciutat de Barcelona).

Turangalila, palabra compuesta proveniente del sánscrito, cuya sonoridad ya de por sí agradaba a Olivier Messiaen, se puede llegar a traducir como “amor que transcurre en el tiempo como un caballo al galope”, como menciona el lúcido artículo-guía de la obra en el programa de mano firmado por Carlos Calderón. Creada por un joven Messiaen, ya con sus obsesiones personales bien patentes en su obra musical, trascendencia y religiosidad y el canto de los pájaros como sonido de la naturaleza único y lleno de vida, el hecho de ser una obra de encargo con total libertad formal y temática, dio como resultado una de las partituras más fascinantes, complejas y originales de  toda la historia del sinfonismo del siglo XX. 

La situación personal de Messiaen, con su primera esposa, la compositora y violinista Claire Delbos, internada en un psiquiátrico con una enfermedad degenerativa incurable, y el naciente amor por su alumna y virtuosa del piano, Yvonne Loriod, quien estreno la parte solista de Turangalila, con la que por su ferviente fe religiosa no formalizó relación y no se casó con ella hasta pasados dos años de la muerte de Claire, fructificó en este canto de amor obsesivo, terrible y telúrico pero también lleno de luz, color y una fuerza musical descomunal, que es la Sinfonía Turangalila. 

La vital batuta del venezolano Gustavo Dudamel al frente de la refrescante Orquesta Simón Bolivar, y el piano exacto y cristalino pero lleno de fuerza de la joven solista china Yuja Wang, se tornaron unos intérpretes ideales con esta obra francesa de dificultad y exigencia extrema que encontró un punto de unión perfecto con la solista de las desconcertantes ondas Martenot, la británica Cynthia Millar, alumna de la cuñada de Messiaen y experta en la obra.

Esta composición cumbre de Messiaen, que contiene inspiración en sonidos lejanos como el gamelán indonésico y apela a imágenes sonoras potentes que aluden a las pirámides de Chichén Itzá o la Esfinge de Gizeth, se mostró perfecta para esta suma de talentos internacionales. Con su visita a Barcelona se inició además la gira europea de la orquesta con esta obra que solo habían tocado previamente el pasado septiembre del 2015 en Venezuela, incorporándola por primera vez en su repertorio.

Hay que remarcar la importancia y el hecho diferencial de vivir esta obra en directo, de escucharla y verla en vivo, descubrir como la orquesta dibuja el sonido inconfundible del compositor, como brillan los timbres, como vibra la percusión, como se genera un magma sonoro que parece tener cuerpo físico y desprender luces y sonidos nunca antes experimentados, tal es la fuerza intrínseca de esta maravilla sonora del siglo XX.

Gustavo Dudamel comenzó certero y exacto en su lectura con una introducción dinámica y llena de vida, desflorando una partitura que explota luz, pero también tinieblas. Los diez movimientos, cual diez mandamientos sonoros de la Turangalila se presentaron cómplices y alternativos, jugando al puzzle creativo que conforma una partitura tripartita, si entendemos los tres ejes que la conforman y la peculiar composición de la misma. El vivo sonido de la energética Simón Bolivar respiró mejor en los movimientos de danza y ritmo desbordante, como en el extasiante Joie du sang des étoiles, el quinto movimiento -el último en ser compuesto y añadido a la obra- donde la batuta de Dudamel brilló con especial inspiración. Aquí asomó el parecido rítmico con alguna de las obras de Bernstein (quien dirigió el estreno en Boston en 1949), y quien de alguna manera debió quedar totalmente subyugado por la partitura de Messiaen. La orquesta avasalló al espectador guiada por un Dudamel en estado de gracia, enardecido por el nervio de las notas, los colores infinitos de un cromatismo sonoro único, cuerdas flexibles y vívidas, golpes de percusión como estallidos de luz y un acorde final extático que anuncia el gran final de la obra, dejaron al Palau absorto y anonadado. A todo esto hay que sumar las notas diáfanas y nerviosas a la vez de Yuja Wang, quien luchó con una partitura rebelde que no aguantaba bien las hojas, pero que se plegó a la danza endemoniada de su particella con entrega y un virtuosismo natural y a la vez exquisito técnicamente hablando, como demostró en su solo de piano al inicio del séptimo movimiento -Turangalila II- con notas que se clavaron en el imaginario del oyente cual picos de pájaros… Dudamel supo extraer jugo a los contrastes con los movimientos amorosos, como en el sexto, el sonámbulo Jardin du sommeil d’amour, dando una alternativa ideal a los severos leitmotiven de las estatuas, excelsos metales, aportando delicadeza con su batuta, acariciando las notas con las armas de la Simón Bolivar basadas en unos violines inacabables, en contraste con el piano lleno de pulsión sexual de una Wang muy cómplice con Dudamel, transpirando química a raudales, como se pudo comprobar en el inolvidable octavo movimiento, Développement de l’amour. ¿No es acaso también esta Turangalila, un tango sensual y vertiginoso entre la orquesta y el piano solista?.

Imposible no destacar el sonido hipnótico, lunar y surreal de la ondas Martenot por Cynthia Millar, destacando en el Turangalila III, o en ese Finale alucinado y alucinante donde las Martenot coronan una bacanal acústica difícil de olvidar. 

La Elektra de Strauss, el Mar de Debussy, o el Dafnis y Cloe de Ravel, salpicado con gotas de música cinematográfica, o el espíritu innovador del Stravisnky de La consagración de la primavera, se vinieron a la memoria en una escucha de casi ochenta minutos. Referencias sonoras que pueden ser más producto de la ejecución que de la obra en sí, pues por encima de todo triunfa la música única, característica e inconfundible de un compositor tocado por la mano de la inspiración y un maestro de la orquestación, digno heredero de la tradición de la gran escuela francesa. Un único pero en el resultado global, la fuerza y dinamismo de la batuta y la formación no consiguen todavía llenar de la misma manera con la necesaria hondura y lirismo las partes más delicadas de la obra, una mejora que sin duda se dará con la experiencia de próximas interpretaciones. No parece descabellado vislumbrar en el horizonte una pronta grabación de la obra para el sello DG, cosa que alegrará al aficionado y también la discografía de una sinfonía ideal para las armas musicales del tándem Dudamel y la Orquesta Simón Bolívar.

En definitiva, imposible olvidar la experiencia de vivir este perpetuum audio, magnético y perturbador, de poder experimentar la interpretación en vivo de una obra que no da tregua al espectador… Llegar después de casi setenta minutos, al último y décimo movimiento, ideal para el lucimiento de la orquesta, con todos los elementos instrumentales derivados en un solo foco de frenesí sonoro sin solución de continuidad para paladear la última coda de más de 15 segundos que se hizo presente como una última explosión cromática deslumbrante… Casi 9 minutos de aplausos de un público alucinado, que cual la pareja de amantes protagonistas de la obra, se transforman en “colores que giran y caen sobre las notas en un remolino de luz y gloria de diamantes deslumbrantes”.