Felices encuentros
Barcelona. 18/5/17. Palau. Beethoven: Quinta Sinfonía. Mahler: Quinta Sinfonía. Orquesta de Cadaqués y Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Dirección: Gianandrea Noseda.
Lo había podido comprobar hace ocho meses, en la apertura de la temporada del ciclo Palau 100: Gianandrea Noseda es un director de intensidad emotiva hasta la propia extenuación, muy atrevido en tempi y dinámicas, pero extremadamente riguroso en el concepto. Entonces fue junto a la London Symphony con un Requiem verdiano de impacto. Esta vez, con un programa ambicioso en la concepción y el despliegue para cerrar el ciclo BCN Clàssics de la Orquesta de Cadaqués; nada menos que la Quinta de Beethoven y Mahler, separadas por una breve pausa. Como explicaba Noseda recientemente a Platea, la elaboración del programa responde al influjo que la obra de Beethoven tuvo sobre el Mahler director de orquesta, emplazando por lo tanto el espíritu de uno y otro en el mismo universo estético.
La cita permitió escuchar de nuevo el buen estado de forma de la Orquesta de Cadaqués, una formación cuidada que suele garantizar prestancia e implicación. Y por último, y no menos importante: una Sinfónica de Castilla y León bien engrasada, particularmente en lo que respecta a las cuerdas, y de respuesta ágil y versátil; ingredientes siempre indispensables para poder afrontar con garantías el inmenso microcosmos sinfónico mahleriano.
Si como escribiera E.T.A. Hoffmann en su célebre reseña, la Quinta de Beethoven constituye el despliegue de una idea musical fundamental y la materialización de lo sublime, estamos ante una de esas obras de concepción inalcanzable. No es posible lograr la comprensión y menos la traslación de ella a un auditorio, pero en la pugna por alcanzarla se cifra la dignidad del intérprete. Como en El caminante sobre el mar de nubes, la inmensidad del oleaje orquestal frente a Noseda se volvió en ciertos pasajes indomable, con excesiva presencia de los bajos en los pasajes fugados del Scherzo y unos violines algo sepultados en los dos últimos movimientos, que también acusaron el vértigo al que se vieron sometidos. La velocidad con la que se afrontó el Allegro que abre la obra resultó algo desconcertante, pero la orquesta se acomodó con pasmosa facilidad al pulso dramático que la batuta exigía, acomodándose a ella y alcanzando momentos de gran belleza y refinamiento como un Andante con moto en el que descolló la elegancia en el fraseo de violonchelos.
También en la segunda parte la sintonía entre instrumentistas y director fue ejemplar, y cuando eso sucede, el resultado se acerca a traducir musicalmente la concepción que este último tiene de la partitura. La batuta del italiano se empeñó en impregnar de un portentoso latido dramático ambas quintas, y la cuidada administración del volumen impidió efectismos o banalidades que sólo se deslizaron, en contados momentos, en los metales durante el último movimiento de la Quinta mahleriana, así como la trompa con alguna contada mácula en los pasajes siempre comprometedores del Scherzo, como también mostraron dificultades las maderas. Un resultado no obstante de mérito y que merece ser destacado porque como es sabido, en este aspecto concreto la acústica del Palau no lo pone fácil frente a los estallidos sonoros.
Dicho esto, resulta difícil escribir con qué quedarnos de una lectura tan solvente y precisa, como cálida e impregnada de un pathos de sincera profundidad. Quizás con la destreza en la primera parte, tras la marcha fúnebre, para lograr meritorios y sobrecogedores pianissimo, sobre los cuales se erigía la nobleza de sonido de trompas. O con el gran sentido del rubato que imprimió Noseda en el Scherzo, abordándolo tras una larga pausa. Tal vez con unas cuerdas de dimensión y redondez espléndidos, que ofrecieron un Adagietto fluido, orgánico y aligerado que ni siquiera el inoportuno móvil de turno y las toses de rigor pudieron estropear. En definitiva, si bien Noseda fue algo extremo en las transiciones llevándolas a veces al borde de la disolución, la administración de planos, tan decisiva en la plasmación de la partitura, rozó la excelencia. Un Palau con una entrada espléndida ovacionó el feliz encuentro entre Cadaqués y Castilla y León y obligó al italiano a salir una y otra vez a saludar, hasta verse obligado a recordarnos con gestos que había que marcharse a cenar y dormir, para seguir con una gira española que no ha podido dejar más que buen sabor de boca.