Butterfly 6793

Sucedió Puccini

Madrid 04/07/17. Teatro Real. Temporada 16-17. Puccini: Madama Butterfly. Hui-He (Cio-Cio-San). Vincenzo Costanzo (Pinkerton). Gemma Coma-Alabert (Suzuki). Luis Cansino (Sharpless). Orquesta Sinfónica de Madrid. Coro titular del Teatro Real. Mario Gas, dirección escénica. Marco Armiliato , dirección musical.

Puccini era un bandido. El rey del melodrama. El último impulso del aliento italiano en la ópera. Alemania tenía el piano, el lied, la música de cámara, el sinfonismo… Alemania lo acaparaba todo. Y además tenía a Wagner. Pero Italia tenía la ópera, era suya desde el principio, y con Verdi ascendía a su escalafón más alto. Tras él, nada parecía indicar que pudiese superarlo. Y de hecho así fue. Pero sucedió eso, el último aliento. Sucedió Puccini.

Las formas de Puccini sobre la escena son evidentes y no por ello menos disfrutables. Estrujar el melodrama hasta provocar la lágrima. Más que un compositor que pudiera seguir filosofando en una época postwagneriana, sobre el escenario Puccini es algo mucho más simple, es un teatrero. Juega con nosotros. Nos hace cómplices de secretos y situaciones que sus personajes desconocen. Así ocurre en La Bohème, así ocurre en Tosca, y por supuesto ocurre en Butterfly. Todas ellas un éxito asegurado de taquilla gracias a un recurso muy cinematográfico. Por eso que es la tercera vez que sube al Teatro Real en su corto tiempo de vida, y en las tres ocasiones con la misma propuesta escénica de Mario Gas, que convenció a Sagi, convenció a Moral y ha convencido a Matabosch, llevando el drama hasta unos estudios de cine durante los años 30.

La propuesta no molesta. ¿Aporta? Diría que sí. Con una escenografía cuidada y detallista, hay momentos estupendos en la dirección escénica, o al menos en la interpretación que se les da, fuera o no la intención del director, aunque tampoco resulten la invención de la Coca-cola. No obstante, Gas es el hombre capaz de montar cada cierto tiempo un Don Juan en el que Julia Martínez estremece como Brígida o donde Terele Pávez interprete al mismísmo Tenorio, sin ensayos y cuadrando todo a la perfección. Para ello, aquí en el Real, vale comprobar la escena final (atención spoilers): Butterfly se clava el cuchillo en el cuello y ante los gritos fuera de escena de Pinkerton, llamándola, otra vuelta de tuerca. No sabemos por qué le llama ese pobre diablo sin cordura ¿arrepentimiento? El caso es que Butterfly no cae fulminada, sino que aún tiene fuerzas para levantarse y seguir el eco de su voz antes de morir, como esposa rinegatta ante un amor que no es sino locura. ¿O tal vez sigue el camino que ha hecho su hijo momentos antes? Quién sabe, el caso es que son preguntas bien planteadas por Gas.

Al trabajo de Gas acompaña la dirección desde el foso de Marco Armiliato, que ofrece efectismo por doquier, ahí está el propio final, en una lectura que en algunos pasajes peca de pesada, que juega más a la ampulosidad que a la filigrana, al sonido amplio por encima de la delicadeza, lo que es lógico ante las voces y formas que emplean sus protagonistas aquí.

En realidad Madama Butterfly, la ópera de cristal, es una de las partituras más delicadas que escucharse puedan sobre el escenario. Butterfly es una muchacha de 15 años recién cumplidos cuyo mundo es la inocencia y por ende de una candidez extrema. Pinkerton es un capullo, pero no parece mala persona. Es un hombre aparentemente sensible (sus sentimientos, no los de otros) que juega a vivir la vida, sin conciencia alguna de lo que sus actos pueden provocar, pero que guarda dulces frases para su nueva amada. Es un Mantua con mucho mejores formas. Es difícil encontrar parejas que puedan dar la talla y es por eso que las mejores referencias las encontramos en los estudios de grabación. De los Ángeles y Di Stefano, Scotto/Tebaldi y Bergonzi… y por encima de todos Freni y Pavarotti. Eso es pura y llana maravilla. Demasiada carga emocional servía como excusa a la soprano italiana para nunca haberla llevado a los teatros. Temía que se le rompiese la voz en mil pedazos ante tantas emociones.

En este segundo reparto del Teatro Real encontramos a la soprano china Hui-He, quien ha paseado el rol de Cio-Cio-San por medio mundo y ha hecho de él su caballo de batalla. Su mejor papel, y con buenas razones para ello. Hui-He ofrece una Butterfly matizada en la expresión, tan esencial aquí, con un fraseo medido y una línea de canto homogénea y resuelta en su tercio superior. Su timbre ancho, su caudal vocal amplio, nos alejan de la quinceañera, pero nos regalan una mujer convincente y sentida que igualmente enamora. Su escena final hipnotiza. Se sabe ganadora en sus bazas y las aprovecha de buena manera, por ello fue braveada, con parte del público en pie.

Lo que no es de recibo es que a su lado se contrate a un hombre que cante como Vincenzo Costanzo. Si existe la mala educación y luego la no educación, Costanzo pareciera no poseer técnica, más allá de tener una mala técnica. Encontramos un tenor perdido, muy perdido, con un paso inexistente y unos agudos tan áfonos como deshilachados, amén de un fraseo y acentuación por momentos, simplemente nulos, con algunos finales de frase en bajadas al grave donde la voz también desaparecía. Fue devorado por orquesta, soprano, barítono. Se quiere adivinar un timbre agradable en la zona media, en todo caso del todo insuficiente para cantar Pinkerton.

Acompañaron a la pareja protagonista el Sharpless humanísimo en lo actoral y brillante en lo vocal de Luis Cansino, así como la bien resuelta Suzuki de Gemma Coma-Alabert.

Foto: Javier del Real