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El triunfo del buen trabajo

Madrid. 25/09/2024. Teatro Real. Cilea. Adriana Lecouvreur. Maria Agresta (Adriana), Matthew Polenzani  (Maurizio), Ksenia Dudnikova (Princesa de Bouillon), Manel Esteve Madrid (Michonnet), Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección de escena: David McVicar. Dirección Musical: Nicola Luisotti. 

Lo que demostraron los miembros del equipo vocal que lidera Maria Agresta, y que debutaban en la segunda función de Adriana Lecouvreur, es que son grandes cantantes, totalmente entregados a su trabajo y con un nivel que consigue encandilar a un público que los aplaudió con entusiasmo al final de la representación. Los cuatro personajes principales que sustentan esta maravillosa ópera (pese a lo que se diga en algunos círculos) de Francesco Cilea y que se representa estos días en el Teatro Real, estuvieron perfectamente representados por cuatro voces muy especiales, diferentes entre sí pero con una conjunción y una complicidad evidente.

Decía antes que muchos no consideran una obra maestra a esta ópera verista que ha estado demasiado tiempo un poco alejada de las programaciones habituales de los teatros y que ahora parece resurgir otra vez después de que las grandes divas del siglo xx la cantaran y la sumieran como uno de los papeles de mayor lucimiento para una soprano. Pero para el que escribe estas líneas, desde el primer acercamiento a esta obra a través de un video de la inolvidable Mirella Freni, siempre ha formado parte de mis títulos favoritos. La pasión, la ternura y el dramatismo del libreto de Arturo Colautti y la bellísima música de Cilea me encandilaron desde el primer momento. La historia puede ser arquetípica y la música no es rompedora (aunque sí moderna para la tradición italiana) e incluso neoclásica en la escena del ballet, pero sirve al texto de una manera perfecta mostrando en cada una de sus notas los sentimientos totalmente diferentes de los personajes, con esos leitmotiv sencillos pero definitorios de la personalidad de cada uno de ellos. Unos personajes que se acercan al espectador, que conectan perfectamente con él, consiguiendo que en una obra metateatral también el oyente se involucre.

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La mujer que da título a la ópera es una actriz de la Comédie-Française, una de las instituciones del país galo, enamorada de la que ella cree un alférez del Duque de Sajonia. Maria Agresta encarna el papel de una manera convincente, más segura actoral y vocalmente según avanzaba la función, consiguiendo en la dramática escena final encantar al público, bastante frío durante toda la tarde pero tremendamente expresivo en los saludos finales. En su famosa aria de entrada 'Io son l’umile ancella', Agresta demostró ya su virtudes: un timbre atractivo, perfecta en las notas centrales y más graves y que sube con facilidad al agudo aunque este, por lo menos en esta aria, no se mostrara demasiado brillante. Como dije, fue calentando la voz y brindó una Adriana potente, de buena proyección y con volumen, pese a que desde el foso, en alguna ocasión los decibelios subieron más de lo deseable. Sus mejores momentos fueron los dúos con el tenor, donde ambos cantantes se entendieron perfectamente y también, por supuesto todo el cuarto acto, un tour de force que Agresta resolvió con indudable maestría.

Gran noche de Matthew Polenzani como Maurizio, Duque de Sajonia. El tenor estadounidense posee todos los requisitos que exige el papel, como la bravura, la facilidad del agudo, la potencia y una excelente proyección, pero personalmente destacaría lo bien que matizó cuando la partitura lo exigía, sabiendo hilvanar unas medias voces poco habituales en muchos tenores de sus características, demostrando en todo momento una italianità perfecta para su papel. Como actor estuvo correcto, y es que el de Maurizio es el personaje más plano de los cuatro protagonistas.

Ksenia Dudnikova sustituía a la anunciada Ekaterina Semenchuk en el papel de Princesa de Bouillon, la “mala" de la obra y ya la pudimos disfrutar ya en Sevilla en 2018 en este mismo papel.  Con una voz de auténtica mezzo, con esos colores tan propios de las voces graves eslavas, nos brindó un estupendo trabajo vocal, especialmente en esa joya que abre el segundo acto que es 'Acerba volutta'. No tuvo problema en toda la tesitura y su voz sonó fresca y con gran potencia, un buen trabajo.

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Punto y aparte merece el trabajo de Manel Esteve Madrid como Michonnet, el amigo, el enamorado secreto, la mano derecha en el teatro, de Adriana. El trabajo del barítono catalánfue excepcional y recibió los primeros bravos de la función, abrumadores en los saludos finales, al acabar esa maravillosa pieza que es Ecco il monologo. Y el que sea habitual de los teatros españoles lo conocerá de sobra en papeles comprimarios. Pero su momento ha llegado y está asumiendo papeles de más enjundia como el Marcello de La bohème en ABAO o ahora este Michonnet en el Real, aunque quienes seguimos su carrera hayamos admirado ya, por ejemplo, su magnífico Figaro en el Teatro Villamarta. Esta noche que narramos estuvo estupendo en todo momento, midiendo perfectamente cada intervención, mostrando una voz de una calidad y una clase indudable. Esteve es de los mejores cantantes españoles actoralmente y una vez más demostró en un papel tan tierno como el suyo esta impecable virtud. Enhorabuena al cantante más destacado de todas estas funciones de Adriana Lecouvreur.

Estupendos Maurizio Muraro y Josep Fadó como Príncipe de Bouillon y abate, respectivamente. Y mi admiración para los cantantes que dan vida al cuarteto de actores de la Comédie, con ese toque cómico, de Comedia del Arte italiana. Sylvia Schwartz y Mónica Bacelli estuvieron estupendas y David Lagares y Vicenç Esteve volvieron a demostrar que son dos voces que nunca defraudan. Buen trabajo del Coro Titular del Teatro Real y de los bailarines que intervienen en “El juicio de Paris” del tercer acto. 

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Nicola Luisotti conoce perfectamente este repertorio y a la Orquesta del Real y nos brindó una versión animada y bien concertada de la obra. Con ritmos ágiles y no dejándose llevar por la melancolía facilona en los más líricos, nos brindó momentos de gran calidad, especialmente en los protagonizados por las cuerdas. Eso sí, el volumen que impuso en algunos fue excesivo, aunque tenía en el escenario voces que pudieron sortear con fortuna y volumen estos escollos puntuales. 

La ya bastante conocida producción de David McVicar (aquí repuesta por Justin Way) volvió a triunfar porque tiene el don de la atemporalidad. El director inglés acierta en remitirse a la época donde el libreto sitúa la acción y se sirve de una excelente escenografía de Charles Edwards y un bello vestuario de Brigitte Reiffenstuel para crear unos ambientes sencillos y prácticos que destacan especialmente en el primer y cuarto acto, en que el armazón del escenario y las bambalinas enmarcan las alegrías y tragedias de los protagonistas. Excelente trabajo.