Blomstedt Salzburg MarcoBorrelli

 

Reverencias

Salzburgo. 19/08/2017. Festival de Salzburgo. Obras de Strauss y Bruckner. Wiener Philharmoniker. Dir. musical: Herbert Blomstedt.

Herbert Blomstedt dirigió la Sinfonía no. 7 de Bruckner que centraba la segunda parte de este concierto con la partitura sobre el atril, aunque no la abrió en ningún momento. No lo necesitaba, qué duda cabe, consagrado a estas alturas como uno de los mejores brucknerianos de las últimas décadas. Se diría que partitura estaba ahí como pura reverencia al compositor. Esa era de algún modo la tercera y última reverencia que se concentraba en este concierto, concebido en realidad como una doble celebración, la del 90 cumpleaños de Blomstedt y la del 175 aniversario de la Filarmónica de Viena. Triple reverencia, pues, a compositor, director y orquesta, la que se consumaba con esta matinée salzburguesa.

Confieso que Herbert Blomstedt siempre me ha inspirado sensaciones irregulares. Su temprana grabación de la Sinfonía no. 2 de Mahler con la Sinfónica de San Francisco es magnífica, por ejemplo. Como magnífica es su reciente integral de Beethoven con la Gewandhaus de Leipzig. Pero le recuerdo entretanto también algunos conciertos francamente tediosos y poco inspirados. Sea como fuere, a buen seguro es uno de los últimos y genuinos Kapellmeister al modo de antaño. Y a sus 90 años se impone, aunque sea por respeto a su longevidad, un tributo unánime. 

La primera parte de este concierto fue una exhibición de complicidad por parte de Herbert Blomstedt y los escogidos Wiener Philharmoniker que integraban la plantilla de las Metamorphosen de Richard Strauss. Veintitrés músicos, en un derroche técnico espectacular y plegados a la sensibilidad que Blomstedt irradiaba, dirigiendo sentado, como durante el resto del concierto, con un gesto acariciador y firme al mismo tiempo. Esta obra se estrenó en 1946 y fue concebida por Strauss como un lamento de resonancias elegiacas al fin de la Segunda Guerra Mundial, con una Alemania devastada. Es curioso recordar, por cierto, que Blomstedt no debutó al frente de la Filarmónica de Viena sino en fecha tan tardía como 2011, a la edad de 83 años. Desde entonces la colaboración entre ambos ha sido cada vez más regular y continuada.

La segunda mitad del concierto nos deparaba una de las sinfonías de Bruckner más populares, la no. 7 que es a buen seguro la más programada de su catálogo junto a la no. 4. Blomsted y los Wiener nos ofrecieron un Bruckner a decir verdad demasiado exultante, siempre brillante y metálico, con menos candor y lirismo del deseao, con apenas claroscuros, pura exaltación orquestal en última instancia. Este es un enfoque válido pero un tanto unidireccional, parco en contrastes y a mayor gloria de los filarmónicos. Seguramente el Adagio fue el movimiento donde más espacio propio encontró la batuta de Blomstedt, que busco ahí más trascendencia que exaltación, logrando momentos de extraordinaria belleza.