Meister Wanderer
Vilabertran. 26/8/2017, 21:30 horas. Canónica de Santa María. Schubertiada 25 años. Winterreise. Christoph Prégardien, tenor. Malcolm Martineau, piano.
Con un fantástico Winterreise, en la voz del veterano tenor y amigo del festival Christoph Prégardien, se cerró el cartel de solistas vocales de la Schubertiada 2017. Fue el tercero de tres días consecutivos donde las británicas Sarah Connolly y Kate Royal, pero sobretodo el final del ciclo de integral de los cuartetos de cuerda de Beethoven por el fantástico Cuarteto Casals, sirvieron de festivo preludio al ciclo de los ciclos en el mundo del lied de Schubert.
Apostar por la interpretación del experto tenor alemán Christoh Prégardien (Limburg an der Lahn, 18 de enero de 1956), supnoía a priori pisar sobre seguro y era además un guiño a la primera edición del Festival y a su inauguración el 25 de agosto de 1993, cuando Brigitte Fassbaender cantó el ciclo entonces acompañada por Wolfram Rieger. Prégardien, buen conocedor de Vilabertran -había cantado ya en 5 ediciones anteriores, siendo su primera participación en la segunda edición en 1994-, se presentó sereno y con una actitud expectante, transmitiendo la sensación de estar en todo momento preparado para dar lo mejor de sí. Y así fue de hecho como regaló una auténtica masterclass de canto a la altura de una edición tan especial como esta.
Ya en el lied inicial, Gute Nacht, Prégardien mostró sus reconocidas cualidades interpretativas: sensibilidad y naturalidad en el canto y precisión en el texto. Sorprendieron ya entonces gratamente la frescura y la calidez de su timbre, todavía en buena forma, comunicativo e incisivo. Este lied paradigmático fue un pequeño muestrario de su lectura general del ciclo, minuciosa y siempre vívida. Canto imperativo en Was soll ich länger weilen, pero también dulce, casi susurrando, en frases como Die Liebe…Von einem zu dem andern, Fein Liebchen, gute Nacht, para acabar casi resignado y acompañado de manera empática por un Malcolm Martineau en total comunión con este Wanderer. El pianista fue cómplice siempre del solista y a el hay que agradecerle atmósferas únicas como sentir el viento en Die Wetterfahne, el siempre difícil control de las dinámicas de Erstarrung, la teatralidad sinestésica de Wasserflut, la filigrana sonora en Auf dem Flusse o ese onírico momento primaveral de Frühlingsgtraum. Pero también el uso dramático de los silencios y pausas, esa música callada que dice tanto y que supo administrar junto a Prégardien de manera subyugante en Irrlicht o en Die Post.
Prégardien expuso su madurez interpretativa poco a poco, dosificándose y dejándose acompañar por un público al que convirtió en cómplice de los veinticuatro lieder de este ciclo paradigmático. Prégardien llevó al público a su terreno, con una interpretación crepuscular, merced de un timbre que si bien no tiene el brillo de la juventud, todavía suena bien proyectado, nítido y con una capacidad emotiva de notorio calado. Una técnica impoluta le permitió usar su registro grave con notorio efecto como en Gefrorne Tränen, donde la calidez de las lágrimas del caminante se mecieron en unos colores tibios y humanos en contraste con el invierno que lo rodea, mostrado aquí con la punzante frase final Des ganzen Winters Eis. Esa fue otra de las grandes armas y cualidades del muestrario canoro de Prégardien: su dominio de los colores y el texto para transmitir el estado anímico del protagonista. Quizás faltó algo de hondura en Der Lindenbaum, pero podría achacarse más a la supuesta idoneidad para este ciclo de una voz baritonal antes que la de un tenor lírico, y no tanto a la naturaleza tiene unos colores más claros. En cualquier caso, su sabio uso de los colores sedujo por ejemplo en su enfoque casi religioso, como un ruego panteísta en Einsamkeit; o también al iluminar las palabras en Der Greise Kopf, otorgando a la palabra final Reise (viaje) un peso simbólico que sonó testamentario y escalofriante. El públicom hipnotizado y cómplice con el Wanderer sabio y confesional de Prégardien, descubrió las cualidades de su canto como su temperamental fraseo en Die Krähe o la trascendente resignación final en Letze Hoffnung.
Mención en este punto a la excelente elección de la traducción catalana del ciclo, firmada por el poeta Miquel Desclot, una versión muy musical pensada para cantar que ayudó a la inmersión del público en este ciclo paradigmático y universal. Este viaje sin solución de continuidad se transformó así en un irremediable in crescendo interpretativo del solista, quien llegó a los últimos ocho lieder de manera catártica. Las características de la Canónica, que tiene solo una ventilación natural, insuficiente para las fechas de verano, hizo que Prégardien mostrara como su camisa se iba mojando por el calor de los focos, el sudor por la temperatura y el esfuerzo lógico por cantar este ciclo tan exigente, acabando con la camisa completamente mojada al final del ciclo, añadiendo un extra de mérito y heroicidad a su labor.
La complicidad del tenor y el pianista también se dosificó de manera especial en los últimos lieder, llegando a cotas de extrema delicadeza y expresividad como en Im Dorfe o en el premonitorio Der Wegweiser, donde la simbiosis y control del tempo final de los versos Eine Strasse muss ich gehen, Die noch Keiner ging zurück! parecieron mecer al solista en un sueño final del que nadie le pudiera despertar jamás. El uso magistral de la media voz en todo Das Wirtsthaus y el canto heroico del lied siguiente llevaron al caminante hacia un climax artístico inolvidable. Die Nebensonnen sonó como como una iluminada resignación final donde el protagonista hizo sentir al público la serena placidez de una despedida sin amargura. Por último, en el siempre misterioso Der Leiermann mostró a un Christoph Prégardien exultante, con un canto emotivo y casi interrogatorio con la audiencia para cerrar un Winterreise para el recuerdo.