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Recuerda mi nombre

Vilabertran, 22 de agosto de 2025. Schubertíada a Vilabertran. Ruzan Marntashyan, soprano. Hilko Dumno, piano.

La 33ª edición de la Schubertíada a Vilabertran ha llegado a su ecuador con un bagaje, en cuanto a asistencia y calidad, más que notable. El concierto inaugural, por primera vez, reunió a tres jóvenes intérpretes nacionales que, en su día, participaron en el programa Lied the future, demostrando que el proyecto se está convirtiendo en uno de los pilares no solo de la Schubertíada sino también de la evolución y calidad del Lied en nuestro país. Tras Elionor Martínez, Ferran Albrich y Victoria Guerrerro llegó la excéntrica versión de Winterreise, tan discutible como fascinante por momentos, que ofreció Florian Boesch junto a un inmenso Malcolm Martineau. Les siguieron Samuel Hasselhorn y Ammiel Bushakevitz demostrando que son uno de los mejores dúos liederísticos de la actualidad y una destacable actuación de Anna Lucia Richter, sustituyendo a última hora a Sara Blanch, que contó con la imprescindible complicidad al piano de Julius Drake. Extraordinarias a todas luces fueron las dos horas de Lied que regalaron una Christiane Karg en absoluto dominio de sus facultades junto a un Wolfram Rieger que ha agotado ya los adjetivos. Fue el prólogo protocolario a la llegada, como dice el colega Jordi Maddaleno, de su alteza el heredero de Vilabertran: Andrè Schuen acompañado por su fiel escudero Daniel Heide. Hasta ahí un festín más o menos previsible. Lo que nadie esperaba es lo que sucedió después.

La fecha del viernes 22 de agosto quedaba un tanto aislada dentro de la programación de la Schubertíada. Se situaba tras la atractiva tríada para visitantes que conformaban los sucesivos recitales de Blanch, Karg y Schuen mientras que el 23 era el primer y único día sin actividad en todo el festival. A eso hay que añadir el protagonismo de una cantante de la cual teníamos pocas referencias y de nombre un tanto complicado: Ruzan Mantashyan. Pero tras el recital que ofreció la soprano armenia difícilmente vamos a olvidarla y su nombre queda grabado en el Olimpo de recitales memorables de la historia del certamen. El resumen es que Matashyan, secundada correctamente por Hilko Dumno al piano, no solo ofreció un Liederabend de altísimos vuelos pese a la enorme complejidad técnica y variedad estilística de este, sino que se reveló como una cantante que tiene todas las condiciones para ser una soprano dominante del panorama internacional los próximos años. Tiene treinta y cinco años, el momento adecuado para la explosión, y todas las cualidades para conseguirlo.

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Ruzan Mantashyan arrancó el exigente y vasto programa con seis canciones de Komitas, el referente y recopilador de la música folclórica armenia. Aunque más que eso, Komitas es un símbolo nacional, un mártir del genocidio de 1915 y uno de los puntales culturales de su país. Por todo ello y, quizás, porque la Canónica de Vilabertran ha conseguido ya ese estatus de escenario que impone, la soprano salió especialmente seria y concentrada, incluso tensa. Pero el material elegido era el mejor para romper el hielo, unas canciones bellísimas en su idioma y en las que Mantashyan podía sumergirse emocionalmente para extraer una expresividad que a veces parecía acariciar y otras golpeaba hasta tenderte en la lona.

En las canciones de Komitas, especialmente en un escalofriante Antouni, ya demostró que una de sus armas más mortíferas era un juego de dinámicas inacabable. Sus fortissimi hacían templar los muros de la iglesia románica mientras que los pianissimi llegaban a cada rincón de esta con asombrosa nitidez. Pero más deslumbrante aún fue todo el juego de colores y de volúmenes intermedios que desgranó en los Tre sonetti di Petrarca, de Franz Liszt. Expuestos con un estilo más bien operístico -lenguaje que encaja bien con estas grandes creaciones de Liszt-, especialmente en Pace non trovo construyó frases vertiginosas gracias a un fiato gobernado con absoluta autoridad y una dicción tan punzante como cristalina. En esta interpretación se puso claramente de manifiesto su formación en la Accademia di Belcanto de Mirella Freni de Módena, y por tanto la alta escuela y la afinidad absoluta de la cantante con el repertorio operístico italiano.

Una afinidad que, como se podía sospechar por sus orígenes, también mantiene Mantashyan con la música rusa. Las seis canciones de Rachmaninov que interpretó se caracterizaron por el equilibrio en la exposición. Era fácil en ese momento, en medio del fervor de un público ya entregado, y con unas piezas de alto voltaje emocional como son las del compositor ruso, dejarse llevar y caer en excesos. En ningún caso fue así sino todo lo contrario. La soprano, acompañada por un Hilko Dumno que se posicionó en todo momento más como aplicado acompañante que como verdadero partenaire, ofreció bellas y líricas interpretaciones de piezas tan inspiradas como Siren, Son o la conclusiva Ne poi, krassavitsa, pri mne.

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Hasta ahí todo iba de perlas, pero una pregunta flotaba inevitablemente en el ambiente. ¿Cómo se las arreglará con los Vier letzte Lieder de Strauss? Además de una cantante extraordinaria -a esas alturas ya no quedaba rastro de duda- ¿demostrará que es también una liederista de primer nivel? Pese a las posibles y lógicas dudas al respecto había un dato biográfico que respaldaba esa posibilidad, sus estudios también en la prestigiosa Hochschule für Musik und Darstellende Kunst, de Frankfurt, en la que obtuvo el máster en 2014. ¡Y vaya si se las arregló! Pese que aquí sí que se echó en falta algo más de compromiso por parte del pianista, la soprano desgranó las cuatro maravillosas canciones con un estilo y una variedad de recursos apabullante. Pasajes en los que dominaban los colores tornasolados, otoñales, se alternaban con otros en los que el instrumento desplegaba las alas y mostraba todo su esplendor, provocando que, en algunos momentos, echásemos de menos a una gran orquesta sustentándola. Pero todo llegará, porque no cabe duda de que los que estuvimos en Vilabertran tuvimos la fortuna de asistir a ese momento único en el que una intérprete, ya dominadora de sus recursos y madura en lo interpretativo, eclosiona artísticamente e inicia su transformación en estrella del firmamento operístico. Tiempo al tiempo y recuerden este nombre: Ruzan Mantashyan.

Fotos: © David Borrat