Deliciosa monotonía
Madrid, 21/09/2017. Teatro Real. W. A. Mozart. Lucio Silla. Benjamin Bruns, Julie Fuchs, Marina Comparato, Hulkar Sabirova. Anna Devin, Roger Padullés. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección de escena: Claus Guth. Dirección musical: Ivor Bolton.
La elección del Teatro Real para el comienzo de temporada no deja de tener su riesgo. A pesar de ser un Mozart, es una obra ajena al repertorio canónico y no cuenta con grandes nombres en el cartel. Es una apuesta de dudosa efectividad en términos de mercadotecnia, como demostraron el patio de butacas y los palcos de platea llenos de huecos, pensada más bien para los conossieurs, pero que ha resultado ser un acierto en términos de sensibilidad y calidad artística.
Lucio Silla es un Mozart temprano y complicado, tanto para su ejecución como para su escucha. La insultante juventud del compositor no se percibe en la inmadurez de sus medios, sino más bien en la falta de mesura y contención. El genio del autor estaba ya presente, innegablemente, con solo 16 años. Se adivina una explosión de omnipotencia juvenil en ese alud de coloraturas y sucesiones de arias en las que parece no haber descanso, y en la falta de los necesarios contrastes dramáticos y musicales. Hasta la belleza necesita tomar respiros y esta obra discurre por una reiteración en las alturas, que hubiera podido resultar tediosa de no ser por el talante creativo del director de escena.
El alemán Claus Guth utiliza su lenguaje habitual y reconocible, ese que ya hemos visto en otras producciones como Rodelinda, Parsifal, Clemenza, o ese Fígaro de Salzburgo referencial: los grandes elementos arquitectónicos y los dos niveles que, además de duplicar el espacio escénico, sirven para separar físicamente los contrastes emocionales. El temible escenario giratorio, que en tantas ocasiones hemos visto convertirse en un tiovivo enloquecido, en esta ocasión se maneja con prudencia. Es un escenario que presenta una fascinante topología, aparentemente imposible y que da más de sí de lo que cabe en 360°. El uso brutalista del hormigón proporciona una arraigo y una solidez que hace un buen contraste con lo etéreo del canto y los sentimientos de esta obra. Pero son una cuidada dirección de actores, potenciada por un expresionista uso de la iluminación y de las sombras, y unas sutiles coreografías corporales -innegables referencias a Sellars- las que transportan a la actualidad una obra tan primigenia.
El segundo reparto de esta producción resultó ser más que solvente. Destaca sobre todos Julie Fuchs como Giunia. Derrocha sensibilidad, expresada en un emotivo control de las dinámicas y unas coloraturas que con naturalidad superan el mero virtuosismo para adentrarse en la expresión del alma. Es muy posible que el papel necesite una voz menos ligera, pero Fuchs compensa de sobra con una impecable conjunción de afectos y técnica. También convenció Hulkar Sabirova como Cinna, un papel de pantalones al que pudo dar la precisa dosis de agilidad y energía andrógina. Silla es el papel menos lucido vocalmente que Benjamin Bruns resolvió cimentándolo en una apasionada y por momentos feroz actuación. Anna Devin como Celia complementó unos precisos estacatos con un timbre de cierta acidez para dar un toque de insolencia a un papel que de otro modo hubiera podido pasar desapercibido.
El resto del cartel actuó a un nivel inferior. El Cecilio de Marina Comparato funcionó bien como consorte de Fusch, pero le faltó espíritu mozartiano a su línea de canto en solitario. Roger Padullés hizo un Aufidio de interesantes agudos pero francamente incómodo en las agilidades centrales.
Nuestro director Ivor Bolton, al que algunas veces amamos y otras no entendemos del todo, tuvo desde la modestia una de sus noches acertadas. Huyó de protagonismos orquestales y exhibiciones tímbricas y se decantó por un sonido envolvente, de ritmo vivo, aportando una dosis de acción que la narrativa escénica agradeció.
Para mi sorpresa, tras el descanso algunos espectadores abandonaron la sala. Nuestros tiempos no acompañan para más de tres horas de sutilezas y deliciosa monotonía que, gracias al buen trabajo de los creadores de esta producción, a algunos nos supieron a poco.