Probando, 1, 2, 3
07/10/2017. Berlín. Staatsoper Unter den Linden. Wiener Philharmoniker. Obras de Brahms, Haydn y Bartók, Concierto para orquesta. Dir. musical: Zubin Mehta.
Como ya contamos recientemente, la improvisada y descalabrada reinauguración del edificio de Staatsoper en Berlín sirvió para admirar los resultados estéticos de la intervención y hacerse una vaga idea de las capacidades escénicas en el futuro. Tras este trámite, el público tuvo la oportunidad de empezar a experimentar en primera persona lo que se supone que es el elemento estrella de esta carísima reforma, la mejora acústica.
Se hace necesario ponernos algo técnicos en este punto. La sonoridad de una sala es un asunto de tremenda complejidad, pero afortunadamente se puede, más o menos, resumir en un solo factor: el tiempo de reverberación, que indica cuánto tarda un sonido en desvanecerse desde que se ha producido. Si este tiempo es bajo, tendremos un sonido seco, adecuado para el teatro, para que se entiendan las palabras. Si es alto, el sonido será más cálido a expensas de su claridad, más adecuado para las densidades de la música sinfónica. El resultado de aumentar el volumen de la sala de la Staatsoper ha sido pasar de un tiempo de reverberación de 1,1 a otro de 1,6, justo en el valor que optimiza su utilización tanto como sala de conciertos, como de ópera.
Barenboim probó las capacidades de la nueva sala con su Staatskapelle y se declaró entusiasmado. Inmediatamente después, para seguir la demostración se invitó a la mítica Sinfónica de Viena, poseedora de un sonido que muchos consideran único e inimitable. Aunque se ha comentado ya muchas veces, lo primero que salta a la vista al contemplar la formación austriaca es su impúdica falta de diversidad. Los varones blancos centroeuropeos de avanzada edad representan la práctica totalidad de la formación. La orquesta avanza a paso de caracol, y tener hoy a una decena de mujeres pioneras en nómina parece ser un logro. Hay cuestiones que solo se les permiten a los más grandes.
Zubin Mehta, que conoce bien a la orquestra y obviamente confía en ella, optó por un control en segundo plano, casi ausente, dejando hacer y tan solo conduciendo ligeramente la inspiración en algunos puntos críticos. La inicial Obertura trágica de Brahms supuso un aluvión de sonido engrandecido por la nueva geometría de la sala, casi exagerado. Entiendo que hay ocasiones para sacar músculo, pero en esta ocasión se insinuó cierta falta de control.
Tras esto, la Sinfonía concertante de Haydn proporcionó un terreno más ligero para las maniobras de ensayo. Fue una exhibición de excelencia musical, de incuestionable perfección formal sin intención de evocar otros mensajes. Solo el cuarteto de solistas liderado por Rainer Honeck dio toques personales a una interpretación en total orden y simetría, en la que hubiera deseado que alguna nota se diera ligeramente fuera de lugar, y que uno no puede evitar conectar con el monótono panorama demográfico sobre el escenario.
En la segunda parte, con Concierto para orquesta de Bartok tuvimos una base estable en las que las secciones e instrumentos se parearon por gracia de la partitura, permitiendo diseccionar algunos los elementos que hacen único el sonido de los vieneses: la hipnótica tensión de unas cuerdas con tendencia al portamento o los timbres luminosos y a la vez nobles de los metales. La claridad y transparencia también tiene cabida entre estos renovados muros.
En definitiva, las primeras impresiones de la nueva acústica de la icónica sala berlinesa indican que ha ganado en potencia y suntuosidad y pudiera haber perdido algo de personalidad. Por fortuna, en estos asuntos se mezclan siempre la subjetividad, las características y adaptación de la orquesta, el programa y el director. Se necesitará más tiempo para emitir un juicio que en todo caso no podrá ser definitivo hasta la prueba de fuego, ese primer Wagner a manos de Barenboim que les comentaremos puntualmente desde Platea.