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Zubin Mehta: "Nunca he hecho nada que no me tomara en serio".

Magnético y temperamental, con un gesto envolvente y una palabra fácil, Zubin Mehta (Bombay, 29 de abril de 1936) acumula tantas horas de vuelo, en todos los sentidos, que ya se las sabe todas. Es un conversador afable aunque un tanto urgente. Y es que su agenda sigue siendo fatigosa incluso ahora, cuando ha sobrepasado los ochenta años de edad. En 2017 pondrá fin a su compromiso como director musical del Maggio Musicale Fiorentino, la última institución a la que estará vinculado de forma estable, salvedad hecha de su condición vitalicia de director musical de la Filarmónica de Israel.  De ahora en adelante su carrera como “pájaro libre”, como le gusta decir, le llevará regularmente a lugares que han sido clave también a lo largo de su extensa trayectoria, como Viena, Múnich, Berlín o Milán. Trabajador infatigable, por lo general su talento ha sobrepasado su rutina en las casi seis décadas que lleva subido a un podio.

Ha cumplido 80 años e imagino que en su caso habrá llegado hoy a conclusiones sobre la vida y sobre la música distintas de las que tenía hace treinta o cincuenta años.

(Pensativo) No tanto, sólo parcialmente. Hay cosas que nunca cambian. Mi idea sobre algunas partituras ha cambiado, pero mi educación y mi formación se mantienen intactas, son las mismas hoy que hace cincuenta años. Los tiempos que empleo para la Heroica de Beethoven, por ejemplo, son los mismos hoy que cuando empecé a dirigirla. Lo más importante quizá sea lo que nunca cambia.

Hay pequeños detalles que hacen de cada concierto algo único: los músicos concretos con los que se trabaja son quienes terminan de dar forma a una versión musical determinada. Yo tengo la suerte de trabajar con los mejores. En mi orquesta de Florencia, por ejemplo, hay músicos que podrían perfectamente hacer carrera como solistas de su instrumento. Sabe, hay algo místico y excitante a la hora de hacer música: todo está predeterminado pero nada resulta finalmente idéntico, nada se repite exactamente igual. Y no puedo explicar por qué, simplemente sucede. Y créame, es maravilloso seguir descubriendo algo nuevo cuando has cumplido ya ochenta años y podrías creer que está todo dicho.

Una y otra vez vuelve a Viena, donde empezó su carrera, donde se formó. ¿Viena sigue siendo la capital de la música hoy en día? ¿Es al menos la capital de la música en su corazón?

Viena fue, ha sido y es como mi segunda patria. Me he sentido en casa en muchas partes, desde Nueva York a Valencia pasando por Florencia o Múnich. Pero en Viena me formé como músico, hice mis primeros conciertos, escuché a grandes como Böhm, Karajan, Mitropoloulos, Krips… Lo que aprendí en aquellos años en Viena ha viajado siempre conmigo a todas partes. La fortuna enorme de trabajar con Hans Swarovski es algo que nunca he dejado de agradecer. Viena es una ciudad difícil e ingrata, pero todavía hoy guardo un grandísimo recuerdo de mi tiempo allí y me alegra poder regresar cada año, sea con conciertos en el Musikverein o con representaciones en la Staatsoper.

Usted nació en Bombay y al comienzo de su carrera en Viena, coloquialmente, se referían a usted como “el indio”. A día de hoy, ¿qué queda en usted de ese indio?

Todo (muestra su pasaporte, que saca de un bolsillo de la chaqueta). Me siento indio de los pies a la cabeza. Mi espiritualidad, mi dieta… Soy indio en todo lo que hago. Sólo cómo comida india, italiana y china. ¡Y tortilla de patata! (risas)

¿Diría que es más superficial el modo de hacer música hoy que antaño?

No especialmente; músicos banales ha habido siempre. En mis comienzos, los verdaderos directores de orquesta... 

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Foto: Marco Brescia.