Elogio del oficio
Zurich. 30/01/2016. Opernhaus. Donizetti: Don Pasquale. Carlos Chausson (Don Pasquale), Javier Camarena (Ernesto), Aleksandra Kurzak (Norina), Andrei Bondarenko (Malatesta). Direccón de escena: Grischa Asagaroff. Dirección musical: Enrique Mazzola.
Se reponía en la Ópera de Zúrich la producción del Don Pasquale de Donizetti firmada por Grischa Asagaroff que estrenasen Ruggero Raimondi, Juan Diego Flórez e Isabel Rey en la temporada 2005/2006, ahora con las voces de Carlos Chausson, Javier Camarena y Aleksandra Kurzak en los papeles principales, bajo la batuta de Enrique Mazzola.
Carlos Chausson es Don Pasquale en un sentido verdaderamente literal; respira el papel por cada uno de sus poros. No voy a reiterar aquí una vez más el magisterio contrastado que Chausson atesora cuando se enfrenta a este repertorio de bajo bufo belcantista, desde el Don Bartolo de El barbero de Sevilla hasta el Don Magnifico de La Cenerentola, pasando por el Dulcamara de L´elisir d´amore. Chausson es un libro abierto sobre lo que significa tener tablas, dominar un estilo y amar un oficio. El público de Zúrich, donde tanto ha cantado, le quiere y le respeta y no en vano le propició una ovación visiblemente afectuosa. En el transcurso de al representación, un Chausson en su salsa propició la repetición del final de su dúo con Malatesta, aquí un Andrei Bondarenko sin pena ni gloria, voluntarioso, con un buen material y buenas intenciones, pero con unos modos vocales un tanto toscos.
En la parte de Ernesto el tenor Javier Camarena hizo el esfuerzo de cantar incluso afectado por un proceso vírico. Y lo cierto es que de no haber mediado un anuncio previo a la representación en este sentido, no hubiéramos apreciado mayor diferencia con una de sus funciones habituales a pleno rendimiento. Muy meritorio pues su papel durante la noche, mostrando una vez más ese canto limpio, siempre ligado, con una cobertura del sonido que nunca está comprometida, siempre firme y flexible. Una emisión de manual que confirma que no hay más secreto que una técnica aseada y pulcra para cantar incluso cuando todo se pone en contra. Por descontado, su Ernesto fue impecable de línea y estilo, amen de contrastado y creíble en escena. Le faltó quizá el desparpajo de otras noches o los fuegos de artificio en el sobreagudo que a buen seguro le hubiera gustado incorporar; peccata minuta para un Ernesto sobradamente meritorio en las condiciones físicas en las que cantaba. Vayan estas líneas como un elogio al oficio del canto, ese que bien entendido permite a alguien como Chausson sobreponerse al paso del tiempo o a alguien como Camarena imponerse ante las inclemencias de su salud.
Pocos inconvenientes pueden ponerse ante la Norina de Aleksandra Kurzak, que realmente recrea el lado más repelente e ingrato del personaje, que en sus manos resulta insoportable por momentos, dicho sea como un elogio a su hacer. La voz no es menor, desde luego, sobre todo con un centro redondo y grato, de color agradable y muy capaz, si bien no hay en su instrumento una facilidad virtuosa para el sobreagudo. Kurzak es muy teatral, si bien ahondando en un código que termina por ser redundante. En todo caso, una Norina con oficio.
En el foso, Enrique Mazzola no fue más allá de una literalidad poco estimulante. A decir verdad tenía mejor recuerdo de alguno de sus Rossini anteriores. Se limitó aquí a concertar con esmero, sin buscar demasiados detalles que elevasen la partitura a algo más que una comedia ramplona. La citada producción de Grischa Asagaroff no dice gran cosa a estas alturas, con una doble escenografía, la de la misma vivienda de Don Pasquale, antes y después de ser transformada por la reforma integral a la que la somete Norina. Por momentos la producción es una apología del horrorismo más kitsch y trasnochado, por mucho que haya cierta coherencia y atino en esa exagerada y grotesca comparación entre el antes y el después de la envenenada acción de Don Pasquale, que termina por volverse en su contra hasta desembocar en esa moraleja final que todos cantan.