• Foto: Wilfried Hösl
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No florecen rosas en el hielo

Munich. 31/01/2016. Bayerische Staatsoper. Miroslav Snrka: South Pole. Thomas Hampson (Amundsen), Rolando Villazón (Scott), Mojca Erdmann (Landlady), Tara Erraugth (Kathleen Scott) y otros. Dirección de escena: Hans Neuenfels. Dirección musical: Kirill Petrenko

Cuando estamos ante el estreno de una nueva obra parece ciertamente difícil distinguir la propia música que se estrena de la interpretación misma que nos la muestra. Esta South Pole de Miroslav Srnka, comisionada por la Bayerische Staatsoper de Múnich, nos ha dejado grosso modo la impresión de una realización excelsa para una música que sin embargo no termina de levantar el vuelo, quizá no tanto por su falta de inspiración como por las limitaciones dramáticas que impone el tema tomado como pretexto para esta nueva ópera. El tema en cuestión no es otro que la pugna por alcanzar el Polo Sur que en 1911 sostuvieron el explorador sueco Roald Amundsen (aquí Thomas Hampson) y el inglés Robert Falcon Scott (aquí Rolando Villazón) al frente de la British Antartic Expedition, también conocida como Expedición Terra Nova. La expedición sueca de Amundsen alcanzó su objetivo cinco semanas antes que el grupo inglés y la ópera que nos ocupa muestra precisamente el desenlace de esta doble aspiración por alcanzar un mismo objetivo.

Toda la representación está marcada por esta dualidad -por un lado Amundsen y los suyos, por otro Scott y su equipo- hasta el punto que la escenografía de Hans Neuenfels para estas funciones presenta una división clara de dos espacios para cada expedición, transmutado el escenario en un gran espacio en blanco con un punto negro señalado en su cumbre, que no es otra cosa obviamente que el objetivo que ambos persiguen. Falta en suma un drama, más allá de la descripción de los pormenores de ambas expediciones, con sus cuitas, padecimientos y miserias. Seguramente un libreto en forma de biopic en torno a la envarada personalidad de Amundsen hubiera dado mucho más juego que lo que nos encontramos en Múnich, que es una aséptica descripción de unos hechos que por sí mismos no conmueven demasiado al espectador. 

Tampoco conmueve demasiado el trabajo ya apuntado de Hans Neuenfels. Aunque resuelve con eficacia el desarrollo del libreto no es sino un trabajo clásico en una descafeinada clave simbolista, como otros que ya le hemos visto. Se le escapan entre tanto las connotaciones filosóficas de mayor alcance que presenta la acción, que podría ser un gran pretexto para reflexionar sobre el binomio espacio/tiempo aquí entendido como duración/distancia en torno a esa pugna por alcanzar el Polo Sur. 

Seguramente el mayor acierto esté pues no en la obra como tal, que es no obstante meritoria y valiosa, sino en los mimbres dispuestos para alumbrarla, comenzando por la batuta siempre deslumbrante de Kirill Petrenko, todavía titular en el foso de Múnich y por descontado flamante próximo director titular de la Filarmónica de Berlín. Deslumbran el rigor y la fe con que Petrenko encara cualquier partitura que tiene entre sus manos, como si se tratase en todo caso de una obra maestra, sea cual sea en realidad su naturaleza. Seguramente no haya por cierto un foso tan virtuoso y capaz en estas lides como el de la Ópera de Múnich, con el que Petrenko lo puede todo, sabedor de que los atriles le siguen como un ejército prusiano preciso e infalible.

El reparto está encabezado por dos voces sobradamente conocidas, las de Thomas Hampson y Rolando Villazón, a las que ciertamente sorprende encontrar al frente de un proyecto de estas características. El contraste entre ambos es uno de los mayores hallazgos de la representación, ya que cada uno sirve un temperamento muy particular a sus respectivos personajes, siendo así el Amundsen de Hampson (en plena forma, por cierto) un hombre riguroso, calculador e implacable, una mente fría y estoica que no conoce el desaliento; mientras que el Scott de Villazón es mucho más temperamental y ardoroso, y con ello más vulnerable (su voz misma estuvo a punto de quebrarse en un par de instantes).

El equipo vocal, amén de sendos equipos de expedicionarios, servidos de modo excelente por cantantes habituales en Múnich, lo completan dos voces femeninas, Moja Erdmann y Tara Erraught, que dan la réplica respectivamente a Amundsen y a Scott en varias escenas. El papel de Erdmann parece creado a su medida, sacando el máximo partido a un instrumento por lo general limitado e ingrato. La voz de Erraugth demuestra más posibilidades y un sonido más canónico, siendo hasta cierto punto un lujo para una parte tan pequeña.

La música de Srnka, que completó su formación en París con Ivan Fedele y Philippe Manoury, viene a ser de un clasicismo muy particular, pero clasicismo al fin y al cabo. Me refiero por descontado a ese clasicismo en el que cabe reconocer ecos frecuentes de Bernd Alois Zimmermann, que no deja de ser ya un clásico de nuestros día más recientes. Srnka maneja un gran dispositivo orquestal evitando sin embargo crear una música suntuosa y grandilocuente en exceso, llena más bien de contrastes, imaginativa y con un uso fecundo y fértil de recursos interpretativos y sonoridades (pizzicati, instrumentos frotados, instrumentos golpeados, etc.). Incluso el uso de un gramófono en una escena, con el aria de la flor de Carmen por Caruso, es un recurso escrito en la partitura.

Lo mejor de este South Pole está en la escena de más dramatismo, en la que ambas expediciones se deben deshacer de sus perros, a los que disparan en una escena de enorme crudeza. Asimismo, el cuarteto vocal que cierra el primer acto es a su manera un guiño estimable a los grandes cuartetos de la ópera del siglo XIX. También el monólogo de Hampson en el segundo acto posee una densidad que no salpica sin embargo el resto de la representación. Falta en todo caso un gran nudo dramático con su correspondiente desenlace, algo que termine de conmover o subyugar al espectador en su butaca. Seguramente sea difícil albergar algo más conmovedor en un marco tan gélido. No en vano no floren rosas en el hielo.