martin frost mats backer 

El clarinete órfico

Barcelona. 03/2/2018, 19:00 horas. Auditori de Barcelona, Sala 1 Pau Casals. Anders Hillborg (n.1954): Concierto para clarinete y orquesta (Peacock Tales). Millenium version. Primera audición de la OBC. Göran Fröst: Klezmer Dances n.º 2 y n.º 3. Primera audición de la OBC. Edward Elgar: Sinfonía n.º 1, op.55, en La bemol mayor (1957). 1ª audición. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: James Feddeck. 

Retorno del clarinetista sueco Martin Fröst a l’Auditori, después de su memorable primera visita el pasado noviembre del 2017 en la sala 2 Oriol Martorell, con un programa de cámara que incluyó una inolvidable versión del Cuarteto del fin de los tiempos de Olivier Messiaen. Fröst volvía esta vez en la sala grande y acompañado de la OBC. Protagonista de la primera parte del programa, con un concierto de clarinete firmado por su compatriota y compositor en activo Anders Hillborg, y con dos obras compuestas en arreglo por su hermano mayor, Göran Fröst, de nuevo su interpretación volvió a ser todo un acontecimiento. 

Escrito y dedicado expresamente a Martin Fröst, esta obra fue un encargo de la Swedish Radio Orchestra. De este concierto, una de las obras más famosas de Hillborg, existen hasta cinco versiones: para solo de clarinete y orquesta con una duración de treinta y un minutos, para clarinete solo y cinta de doce minutos, una Polar version para clarinete solo y cinta de ocho minutos, una versión de cámara de veintidós minutos y la que volvió a tocar en Barcelona, esta vez en el Auditori, la Millenium version, para clarinete solo más orquesta y cinta, de doce minutos de duración. 

Este concierto, titulado Peacock Tales, (los cuentos del pavo real), no se compone solo del protagonismo del clarinete solista y su acompañamiento orquestal más cinta. Desde el inicio se presenta como una especie de pantomima teatral con orquesta y coreografía, puesto que un juego de luces, movimientos danzatorios del clarinetista, y efectos teatrales como una máscara que se quita y pone Fröst, sumergen al público en un especie de cuento de hadas, donde la música surge como por arte de magia gracias al virtuosismo del sueco. Desde el inicial pianísimo con el que comienza el concierto, Martin demuestra un dominio del sonido y del clarinete avasallador, jugando con el control y dominio del aire, las dinámicas, los colores y todo ello acompañado por unos movimientos cual danza de un verdadero pavo real. La luces y el juego de la máscara hacen que acompañemos al solista en un universo sonoro que parece surgir de su propia persona, de su mente, de su espíritu. Orquesta y director parecen una continuación orgánica del solista, quien se llega tapar los oídos después de un fortísimo y la música calla, los destapa y la música vuelve a fluir. La composición, de generosa riqueza rítmica, mezcla un estilo ecléctico que proviene del mundo electrónico, con un estimulante uso del espacio sonoro, acordes disonantes de la orquesta, ambiente onírico, atmósferas cinematográficas, o citas textuales al clarinete solista inicial del aria E lucevan le stelle de la ópera Tosca de Puccini. Fueron doce minutos de extraño espectáculo, donde Martin Fröst, cual Orfeo del clarinete, condujo al público a otro estado sonoro donde como un verdadero artista-demiurgo, hipnotizó a todos con las armas de un músico-showman del siglo XXI. Las dos piezas siguientes, célebres ya en los conciertos del sueco, las danzas Klezmer, fueron un contrapunto extático lleno del encanto judío de esta música nacida de la tradición hebrea en las celebraciones de bodas. Con un público entregado y enardecido ante el encanto del sueco, este ofreció un bis basado en una improvisación con la ayuda del contrabajista de la OBC Christoph Rahn y el percusionista Ignasi Vila para acabar una festiva y original primera parte.

Si con el protagonismo absoluto de Martin Fröst, la dirección de neoyorkino James Feddeck no pasó de la de un correcto acompañamiento, hay que reconocerle a la joven batuta, estilo y determinación en su lectura de la primera sinfonía de Edward Elgar que protagonizó la segunda parte del concierto. Feddeck hilvanó el discurso de la sinfonía de Elgar, estrenada hace noventa años en Manchester, desde el grandilocuente Andante, noblemente e semplice-Allegro, un primer movimiento que mostró estimulantes ideas. La grandeza entendida de un modo muy british con la que se inicia el movimiento mostró una secciones bien coordinadas y equilibradas, donde el romanticismo inherente brilló con generosidad. Hubo algo de exceso de sonido en forte que restó nobleza al resultado final, pero las inspiradas ideas que aparecen en la partitura, desde un cierto aire cinematográfico, pasando por la grandeza orquestal de un Bruckner o acordes desde las cuerdas que recuerdan a la teatralidad de un Prokofiev, asomaron con felices y puntuales destellos. El control de la paleta de colores cristalizó en un Adagio donde destacó el trabajo del clarinete, el cuerno inglés, las arpas, flautas y el oboe. James Feddeck consiguió enderezar ciertos desajustes de volumen para cerrar la sinfonía con un Lento-Allegro final lleno de grandiosidad orquestal. Sin efectismo y abogando por una pomposa y elegante majestuosidad, la OBC respondió con un sonido rico y fluido haciendo justicia a una partitura de gustosa e inspirada melodía. Concierto de contrastes, solista virtuoso y mediático y la obra de un compositor del que se espera poder ver más menudo su corpus en la programación de Barcelona.