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La Pasión contenida

Madrid, 10/2/2018. Auditorio Nacional. J. S. Bach, Matthäuspassion (La Pasión según San Mateo), BWV 244. Sylvia Schwartz, soprano; Paula Murrihy, mezzosoprano; Michael Schade, tenor; Samuel Boden, tenor; Neal Davies, bajo-barítono; Christian Immler, bajo-barítono. Orquesta y Coro Nacional de España. Escolanía de El Escorial. David Afkham, Director

Por Navidades, oratorios, y por Semana Santa, pasiones. Este año sin embargo la Pasión según San Mateo nos llega adelantada, con el Carnaval, en un esperadísima interpretación de David Afkham con su Orquesta Nacional de España. Una ocasión que había situado las expectativas a niveles máximos con merecida razón: la brillante carrera que el alemán está haciendo en Madrid desde que llegó. Sin embargo, no ha sido esta su mejor actuación.

En una entrevista hace unos meses, el director nos indicaba que pensaba introducir elementos dramáticos en esta Pasión. Le hubiera gustado realizar una versión semiescenificada como la ya mítica de Sellars con la Filarmónica de Berlín. Por problemas logísticos y disponibilidad de tiempos y espacio esto no ha sido totalmente posible. La apuesta teatral se ha reducido a elementos de iluminación, salidas a escena y una particular disposición del coro. Un acierto que, sin excesos, contribuye a resaltar espíritu de ceremonia y sagrada severidad de la obra, suavizados por la humanidad de los personajes que narran e interpretan la historia.

Los coros en estéreo -qué genial innovación la de Bach- abrieron la velada con enormes dosis de emotividad y arrebato. Una crecida de sonido en la que, más que los detalles y la claridad de las polifonías, pareció buscarse el empaste y la fusión. El Coro Nacional de España estuvo categórico y sentido, e hizo de cada una de sus intervenciones una explosión de energía, algo que chocó de frente con cierta falta de pulso dramático en la dirección orquestal. Afkham se decantó por un camino intermedio entre las dos corrientes más frecuentes de interpretación, el historicismo y romanticismo tradicional, sin llegar a encontrar un punto óptimo: se perdió la vitalidad de la primera y la solemnidad y grandeza de la segunda. La tensión estuvo contenida, sin acabar de detonar, algo que sobre todo se echó de menos en la segunda mitad. Curiosamente, los mejores momentos orquestales estuvieron en los instrumentos solistas que acompañaron las arias -un aplauso especial a las maderas, el concertino y la viola de gamba.

En el aspecto vocal, disfrutamos de un reparto solvente con algunos integrantes sobresalientes. Impactó Cristian Immler, una voz poderosa y severa, de timbre y presencia viril, pero capaz de articular la sentida humanidad que corresponde al Salvador. Michael Schade interpretó un Evagelista impecable, brillante en los agudos, sólido en todo el registro y con una clarísima dicción. Ofreció momentos para recordar, como ese “weinete bitterlich” (“lloró amargamente”) que demostraron posibilidades expresivas de un papel que es mucho más que un frío observador. También tuvo una vocalización irreprochable la mezzo, Paula Murrihy, aunque anduvo más corta de medios, sobre todo en el tercio grave. Es una de esas cantantes cargada de intención que desdibuja las diferencias entre aria y recitativo mientras combina lo mejor de ambos. Sylvia Schwartz, delicada y sentida, destacó por un marcado vibrato, por momentos cercano al trino, algo que no recordaba de actuaciones anteriores. Completaron el elenco el bajo Neal Davis, de canto sabio pero extrañamente ausente y el tenor Samuel Bodem, de maneras dramáticas pero emisión limitada.

Salimos de esta sesión del sábado recordando algunos momentos deliciosos y otros en los que reinó la monotonía por esa contención en la construcción dramática de una historia que merece otras intensidades. Hay también una cuestión de expectativas. La OCNE, con su director al frente, nos tienen mal acostumbrados, tras tantas actuaciones de primer nivel que de seguro traerán pronto de vuelta al Auditorio.

Foto: Rafa Martín.