CañizaresOBC

Sobre héroes y tumbas

Barcelona. 13/2/16. Auditori. Parra: Absència. Rodrigo: Concierto de Aranjuez. Beethoven: Tercera Sinfonía. Juan Manuel Cañizares, guitarra. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Lorenzo Viotti. 

Muy buena entrada el sábado en el Auditori de Barcelona, atraído principalmente por el popular Concierto de Aranjuez y una “Heroica” de Beethoven a cargo de la OBC dirigida por el jovencísimo director invitado Lorenzo Viotti (Lausana, 1990), una de sus recompensas por haber ganado en 2013 la 11ª edición del Concurso Internacional de dirección de Cadaqués.

Junto a ellas, la primera obra fue L’Absència (2013) de Hèctor Parra, una de las partituras con las que Viotti ganó el mencionado Concurso. Parra es un compositor de imaginación visual que se materializa en una búsqueda constante del color mediante la fusión de timbres (centrada en una dimensión más acústica que intelectual) a través de un lenguaje que goza de amplio reconocimiento en Europa, y esta temporada comparte residencia en el Palau y el Auditori. A pesar del nivel de abstracción que se suele atribuir a su música, el compositor salió a explicar profusamente –antes de dedicarle el concierto al recientemente fallecido David Padrós de quien fue discípulo en Barcelona– el “programa” literal que narraba su pieza, más arraigada en rasgos de la tradición que otras de su catálogo. Teniendo oportunidad de tener el compositor en residencia esta temporada, bajo un criterio estrictamente musical juzgo sorprendente (más allá de la importancia que pueda tener para Viotti) la programación de una obra que fue estrenada en la sala de cámara del Auditori tres años antes, y que en unas condiciones menos apropiadas que ofrece este sala para una escritura eminentemente cambrística, no pudimos escuchar con el detalle y la claridad suficientes; a veces los vientos, decisivos en el discurso dramático de la obra perdían presencia; otras las cuerdas, entregadas a complejos efectos, quedaban ahogadas y éstos se volvían inapreciables.     

La primera parte finalizó con el Concierto de Aranjuez. Escrita por Joaquín Rodrigo en París durante la Guerra Civil, estrenada con gran éxito en Barcelona en 1940 y de inmensa popularidad desde entonces, que le dio resonancia internacional; más allá de otros conciertos del compositor valenciano, su catálogo contribuyó a dignificar la literatura guitarrística. El guitarrista Juan Manuel Cañizares (Sabadell, 1966), con amplificación en el instrumento, ofreció una versión de la obra de sabor genuino y popular. Sin abandonar el virtuosismo que derrochó cuando se exigía, en los momentos en que tuvo que elegir entre parámetros técnicos, precisión y tensión expresiva, se quedó con esta última; en otras palabras, más cerca de Paco de Lucía que de Narciso Yepes. Como se ha señalado en ocasiones, se podrá discutir mordientes o adornos de su lectura que a veces se alejan con soltura de la estricta fidelidad a la partitura, así como un tempo excesivamente pausado, pero su interpretación no deja de tener un enardecimiento de autenticidad en todas sus articulaciones y ataques que hacen respirar con sinceridad y frescura la obra. En la orquesta faltó algo del entusiasmo que sí mostraba el solista, especialmente en el Allegro gentile que cierra el concierto. Aunque Viotti consiguió un sonido elegante y un carácter vital en el Allegro con spirito del primer movimiento, la orquesta fue adquiriendo un tono excesivamente plano desde el Adagio, lo que propició en el tercer movimiento momentos desalentadores y faltos de músculo, que ni el brío de Viotti consiguió hacer remontar. De hecho, el mejor momento fue el solo de propina de Cañizares, una lírica pieza de su disco Cuerdas del Alma, hipnóticamente dolorosa y vehemente y sólo estropeada por el móvil del impertinente de turno. 

Hay días que esta orquesta es brillante, y otros llega a emocionar. Lamentablemente no fue el caso. Para la segunda parte, nada menos que una Tercera de Beethoven, poco heroica en este caso. Epígono de un mundo que agonizaba y aurora del que se avecinaba, es la última de las sinfonías beethovenianas estrenada en privado ante los invitados del príncipe Lobkowitz en 1804. Lo heroico en Beethoven, que desborda las formas lingüísticas, es como el proceso de despliegue en Hegel, quien acabó su Fenomenología del espíritu el 13 de octubre de 1806, el mismo día en que Napoleón –una especie de “espíritu a caballo” tomando posesión del mundo– conquistaba Jena y ponía de rodillas el Sacro Imperio Romano Germánico. En Beethoven está materializado musicalmente, pero el proceso es análogo y también aspira a la totalidad, de la conciencia a la razón y de ésta al espíritu para llegar a la totalidad del saber absoluto, que la sinfonía recoge en un hipertrófico aluvión de células musicales aparentemente secundarias, junto a pasajes fugados que crecen hasta morir en sorpresas temáticas. La obra pide mantener la visión unitaria y evitar desembocar en el tedio las largas transiciones y desarrollos que escribe Beethoven. Cierta inercia que se apoderó de la orquesta en la primera parte, se pagó en la segunda: Beethoven no perdona, y esta sinfonía divide entre héroes al servicio del ideal musical o vulgares, sepultureros de su tumba porque están al servicio de lo prosaico. De sonido algo desangelado y fraseo vulgar ya en el Allegro con brio, echamos en falta mayor estabilidad en las cuerdas ya en la “marcha fúnebre”, a la que no obstante un instintivo Viotti sin batuta, otorgó la pesadez del carácter sombrío que exige. La desintegración ocasional de esa unidad entre las secciones y la falta de empaste entre los metales y las cuerdas en los compases más sutiles del Finale, nos impiden hablar de una reseñable heroica. Aún así, el talento de Viotti logró obtener algunos pasajes de belleza y calidez, en gran parte gracias a su capacidad para contemplar de un vistazo una multiplicidad de detalles, enfatizando con motricidad escénica los finales de frase. Con personalidad y firmeza en la batuta, su economía de gestos permite no obstante, que estos sean de gran efecto. Se trata sin duda de un buen director, de refinada austeridad y clara gestualidad; acaso falta desarrollar lo que no es técnica, que a juzgar por la madurez que muestra por momentos, seguro que lo adquirirá. El cimiento del que ya dispone es indiscutible y extraordinariamente sólido.