Desacralizando Parsifal
Berlín. 06/4/2018. Philharmonie. Wagner. Parsifal. Stuart Skelton (Parsifal), Nina Stemme (Kundy), Franz-Josef Selig (Gurnemanz), Evgeny Nikitin (Klingsor) Gerald Finley (Amfortas), Reinhard Hagen (Titurel). Rundfunkchor Berlin. Berliner Philharmoniker. Dirección musical: Simon Rattle.
Ya ha habido intentos escénicos de abandonar el lado más espiritual y sacro de Parsifal para convertirlo en un drama entre hombres sin tan elevados destinos como los caballeros del Grial. No va por ahí esta crónica, que además es de una representación en concierto sino más bien de la doble vertiente que tuvo este espectáculo. Por una parte el hecho mismo de no existir entramado escénico elimina gran parte de la esencia del denominado por Wagner “festival sacro”. Cada personaje, los protagonistas, aunque interactúan (unos más que otros) entre ellos, al final se encuentran solos ante el público, con una orquesta y un director que les apoya, sí, pero que también puede ser un temible enemigo si el volumen no se controla ya que no queda matizado por un foso como en una representación normal. Es casi, y salvando las obvias diferencias, como un recital de lied a lo grande, con un texto que une la historia y los cantantes pero en la que estos se enfrentan a pecho descubierto a la complicada y exquisita partitura wagneriana. Este hecho en sí ya desacraliza la obra, la convierte en una preciosa sucesión de escenas pero sin soporte escénico, sólo la música, el gesto, y la inmensa comunicación de la voz humana. Por eso mismo estos personajes son más cercanos (de hecho lo están más físicamente al público), y lo que cuentan, su drama, se desgaja en cierta manera del general para hacerse más íntimo, más personal y por tanto más alejado de lo divino y trascendental. Esa fue, para mi, la primera parte de esta “desacralización”.
La otra surge de la batuta de Simon Rattle. El insigne director inglés, ya despidiéndose de su titularidad en la Filarmónica de Berlín, tiende con su gesto, con sus tempi, con toda su dirección a alejar a la partitura de su lado más divino y llevarlo a un terreno más humano. Rattle, por descontado, no pretende poner patas arriba una obra del calibre de Parsifal. Es demasiado experto e inteligente para esta estupidez. Pero su dirección está llena de detalles que nos llevan a pensar que quiere librar al festival sacro de su lado más litúrgico, incluso heroico, para acercarlo más al hombre, a lo que sienten los personajes individualmente más que lo que el destino y el deber les impone. En sus manos la partitura se torna mucho más ágil que en otras versiones, incluso más tornasolada, con más color, con constantes cambios y pulsiones diferentes. Un ejemplo: el coro de caballeros que ansían el Grial en el primer acto es mucho menos marcial, menos imperioso que lo que se está acostumbrado escuchar y pasa convertirse casi en un ruego, en una plegaria colectiva pero a la vez individual por la comunión que ansían. También se decanta por un segundo acto tremendamente sensual musicalmente hablando, pasional y desafiante. Y en el tercero todo es más cotidiano, como si ese Montsalvat destrozado que solemos ver fuera más bien un lugar en horas bajas pero que pronto recuperará el esplendor gracias al empuje de Parsifal. ¿Resulta adecuada esta visión? Es la suya y hay que respetarla. Unas veces está mejor resuelta y otras más embarullada pero al público le gustó. Y sobre todo le gustó el arma principal de la que se sirvió Rattle en su propuesta: una excepcional Filarmónica, esa maquinaria precisa y perfecta que te deja siempre sin aliento. Aunque la palabra maquinaria es injusta por lo que conlleva de concepto de rigidez. Nada más alejado de ese concepto que el sonido que sale de esta orquesta. Todo fluye con una belleza, con una falsa sencillez, que uno parece esperar que en cualquier momento salga de los arcos de los instrumentos de cuerda (lo más excepcional dentro de la excepcional orquesta) algún tipo de halo, niebla, o vapor que nos envuelva igual que hace la música. Maravillosa y espectacular.
Este Parsifal viene de unas representaciones en el Festival de Pascua de Baden-Baden. Aunque el grueso del elenco es el mismo cambiaban dos de los principales protagonistas: Kundry y Parsifal. Stuart Skelton asumía el papel principal. Su participación en el primer acto es testimonial y es en los dos siguientes donde realmente tiene más protagonismo. Skelton posee una voz de buena proyección, potente, pero que va perdiendo su carácter más lírico y a veces no controla lo suficiente ese gran caudal en un papel de tantos matices como el wagneriano. Estuvo mucho más acertado en el segundo acto, donde su arrojo y pasión cuadraba más con la petulancia y poder seductor del personaje. En cambio en el tercero se echó de menos un Parsifal más maduro, más concentrado y menos heroico aunque también supo matizar cuando fue preciso. Una buena actuación pero ni mucho menos lo mejor del reparto. Eso quedó en gran parte para la Kundry de Nina Stemme. La cantante sueca se afianza cada día más como una (si no la más) destacada soprano wagneriana de la actualidad. Su Kundry es espectacular, sobre todo en ese segundo acto donde lo dio absolutamente todo, perfecta en toda la tesitura, rozando el grito cuando era lo exigido y con unos agudos impecables siempre. Se echó de menos verla en escena aunque sus miradas, sus gestos, lo decían absolutamente todo. Brava.
No es fácil enfocar el papel de Amfortas sin caer un poco en el aspecto más lastimero del personaje. Realmente se queja sin cortapisas de su dura situación y a veces hemos visto barítonos que caían casi en la comicidad cuando afrontaban este rol. No es el caso del canadiense Gerald Finley, tanto por su propio carácter como por no ser escenificada la ópera. Finley posee uno de los timbres más bellos que he oído en directo, una redondez que no conoce las aristas ni las fricciones, casi perfecto. Su Amfortas fue contenido, controlado, bellísimo y elegante, doliente sin exageraciones y siempre emotivo. Sin problemas ni de fiato ni de proyección fue, sin duda, de lo mejor de la noche.
Gurnemanz es el protagonista indiscutible del primer acto y casi del tercero y creo que a veces el drama sacro debería llamarse Parsifal y su fiel Gurnemanz. Aquí asumía el rol un bajo-barítono de categoría como es Franz-Josef Selig. Su voz posee todo lo necesario para llevar a buen puerto su largos monólogos y lo hizo sin ningún problema ni en agudos ni en graves y con un centro bruñido, elegante y sereno. Quizá le faltó más modulación, más entusiasmo y teatralidad aunque fuera una función en concierto, lo que lastró en ocasiones sus intervenciones.
El mejor actor de la noche, dentro de este concierto, fue, sin duda, Evgeny Nikitin. El cantante ruso tiene completamente interiorizado el papel del malvado Klingsor y así lo sintió el público de la Philharmonie. Su voz es más de barítono que de bajo pero la intención y genio que impulsa su canto estremece. Sin problema también, como todo el elenco, en proyección aunque no sea la voz más potente de las escuchadas. Sin tacha el Titurel de Reinhard Hagen y las seis muchachas flor que tienen un papel protagonistas. Para finalizar sólo se puede elogiar la excelente intervención de un coro tan curtido y con tanta experiencia como es el de la Radio de Berlín, uno de los mejores que se pueden oír en este repertorio. Magnífico.
Esta versión de Parsifal gustó al público que aplaudió especialmente al director, al coro y sobre todo a la orquesta. A Rattle se le veía feliz, seguramente este es el Parsifal con el que se quería despedir de una orquesta que le ha dado y a la que ha dado tanto.