PabloFerrandez 

Spiritoso Fischer

Barcelona. 16/02/2016, 20:30 horas. Auditori, ibercamera. Sinfonía nª. 35 en re mayor KV. 385, “Haffner” W. A. Mozart. Concierto para violonchelo nº 1, en do mayor, Hob. VIIb: 1. J. Haydn. Sinfonía nº5 en do menor, op. 67. A. Fischer (dirección). Pablo Ferrández (cello). Wiener Symphoniker. 

El maestro húngaro, Ádám Fischer, sorprendió desde el primer compás de la fabulosa y enérgica sinfonía Haffner mozartiana. Tomó al pie de la letra el llamado Allegro spiritoso, ese espléndido primer movimiento que galvaniza al oyente desde el minuto, con una contagiosa energía, impulsando la fuerza dramática de las cuerdas, apoyado por un metal y un viento certero y nítido en su diálogo con los violines y violas. Fischer no dio tregua, dirigió con nervio y utilizó ambos brazos -sin partitura- con un uso más gestual que no con una batuta que se fue pasando de mano en mano. Creó el ambiente relajado y juguetón del Andante con delicada concentración, mientras que la Wiener Symphoniker, respondió con un sonido flexible y teatral. Del Andante destacó el origen o inspiración de la sinfonía en una serenata, donde lució el sonido preciso y dulce de metales y vientos, recordando por instantes al preciosismo sonoro de “La gran partita”, compuesta poco tiempo antes. Fischer acabó con autoridad musical una lectura que buscó los contrastes tan mozartianos entre el juego de planos teatral y la transparencia del sonido de los movimientos lentos, para cerrar la sinfonía con un presto lleno de ritmo donde las cuerdas protagonizaron de nuevo una lectura llena de dinamismo y relieve, mención para el concertino, el ruso Anton Sorokow. 

Joseph Haydn es uno de los compositores de cabecera del maestro húngaro Ádám Fischer, ahí están el Festival Haydn de Eisenstadt, creado por el como también la Orquestra Austrohúngara Haydn. Quizás por eso sorprendió que aquí si saliera con partitura, o quizás fuera más por cuadrar tempi e indicaciones con el joven debutante en la Sala Principal del Auditori, el madrileño Pablo Ferrández. La cuestión es que desde el podio se mimó al solista y se respetó siempre el diálogo y calidad de sonido. Comenzó algo tímido el joven chelista madrileño que se mostró cauto, extrayendo poco a poco el hermoso color de su chelo con un manejo del arco expresivo y con ganas de demostrar un fraseo fogoso y personal. Buen balance del instrumento en un Adagio que Fischer convirtió en un nido de seda orquestal que envolvió con delicadeza al solista. Ferrández demostró talento e imaginación en las cadenzas, virtuosismo, ahí es nada su diálogo de tú a tú con el concertino en el moviendo final del Allegro molto, para cerrar su debut con un notable alto. Es verdad que el sonido todavía no es todo lo homogéneo que debiera, con pérdida de proyección y nitidez en algunos pasajes pero sabe compensarlo con expresividad y musicalidad en una lectura más romántica que clasicista, en la línea de su admirado Rostropovich. Y como no, después de los aplausos y calidez del público barcelonés, Ferrández supo agradecer la muestras de aprobación con una lectura sentida y contemplativa del inefable Cant dels ocells de Pau Casals como hermoso bis.

Con la icónica quinta sinfonía de Beethoven se cerró este concierto de clasicismo puro. Ádám Fischer alumbró un  trabajo fresco y contagioso siempre desde un prisma transparente, buscó y encontró el enfoque mozartiano del que nace en buena medida Beethoven, con un control de las dinámicas preciso y puntillista, pero también con el aura romántica y libre de una música que parece avanzarse al cine. Un caramelo para la Wiener Symphoniker donde la brillantez de las secciones orquestales se conjugan felizmente con el control del sonido y recreación vitalista de la batuta de Fischer. El premio final se cuajó con dos felices bises: la Danza húngara nº 5 de Brahms, en un homenaje a la tierra natal de Fischer y la chispeante Pizzicato polka de Johann Strauss II para acabar con el mejor sabor de boca vienés posible.