No puede ser
Madrid. 06/05/2018. Teatro de la Zarzuela. Sorozabal: La tabernera del puerto. Marina Monzó, Alejandro del Cerro, Javier Franco, Ruben Amoretti y otros. Dir. de escena: Mario Gas. Dir. musical: Josep Caballé Domenech.
No puede ser que el politiqueo ministerial condicione la vida cultural de los madrileños. Llámenme populista y demagogo si quieren, pero es una tragedia que todo el trabajo depositado en esta Tabernera del puerto se reduzca a dos representaciones. Y toda la responsabilidad es del Ministerio conducido por el Sr. Íñigo Méndez de Vigo y su Secretario de Estado de Cultura, Fernando Benzo, quienes con la complicidad de Gregorio Marañón han gestionado con nocturnidad y alevosía la absorción del Teatro de la Zarzuela bajo el paraguas de una fundación común con el Teatro Real. Si los trabajadores de la Zarzuela se movilizan y ejercen paros no es sino para reclamar sus derechos y por encima de todo la necesidad de ser escuchados y tenidos en cuenta en todo este proceso.
Pero tampoco puede ser que el público de la Zarzuela, al que tanto se agradece su apoyo y seguimiento, acabé siendo el principal y único perjudicado en este contexto. Las movilizaciones y los paros deberían servir para luchar por un mejor teatro de la Zarzuela, más ambicioso y moderno, aún más nuestro y más de nuestro tiempo. De modo que los trabajadores del teatro no pueden ponerse al público en su contra, privándole precisamente lo que más anhela, sus representaciones de zarzuela. Con ello, en verdad, no se hace ningún daño al INAEM y al Ministerio, más allá de los perjuicios evidentes de una taquilla que no se contabiliza. Hay que golpear con lo que más duele: con más zarzuela bien hecha, no con menos zarzuela y con un público que paga cuan justos por pecadores.
La batalla por la absorción de la Zarzuela está perdida desde que el Real Decreto entró en vigor. Debe imperar el pragmatismo: ahora es el momento de aprovechar la coyuntura para ganar y para crecer. El inmovilismo hará flaco favor al futuro del coliseo. Ni los trabajadores ni los artistas, ni por descontado el público se pueden permitir el lujo de prescindir de una Tabernera del puerto como esta, en la que hay tanta ilusión y tanto trabajo depositado. Así las cosas, la función que nos ocupa ha sido el estreno en verdad de esta producción, tras suspenderse la representación de ayer día 5, con el otro reparto. De momento solo se ha previsto ofrecer una función más, el dia 10, aunque las conversaciones entre los trabajadores de la Zarzuela y el Ministerio podrían desembocar en buen cauce, desbloqueando alguna representación más. Ojalá cunda el sentido común, ese que de tan común es tan escaso.
La producción de Mario Gas -su padre, por cierto, el bajo Manuel Gas formó parte del elenco que estrenó la Tabernera- promete más de lo que ofrece. Con ese encabezado de aires cinematográficos que, proyectado sobre el telón, hace de esta Tabernera un “romance marinero”, cabía esperar alguna vuelta de tuerca más en torno al libreto, que discurre con una literalidad algo decepcionante. No porque se cante lo que está escrito, obviamente, sino porque no parece que Gas busque darle a ello un eco, una amplitud o algún tipo de proximidad. El trabajo es bastante estático, más allá de la escena de la huida de Marola y Leandro, resuelta con un barco parece navegar entre brumas, sorteando un temporal, con un logrado juego de luces y proyecciones. Más allá de este vistoso cuadro, el resto de la propuesta deja un poco indiferente. Ni la encenografía de Enzo Frigerio ni el vestuario de Franca Squarciapino se cuentan entre sus trabajos más inspirados. Con todo ello la producción no pasa de ser vistosa, a lo sumo, bonita si ustedes quieren, pero sosa y un tanto anodina también, para qué negarlo.
Marina Monzó cantaba su primera Marola y convenció sin duda por su desenvoltura vocal, con un canto fácil, de linea impoluta, coloratura precisa e intachable técnica. Le faltan tablas, no obstante, para sacar todo el partido posible a los diálogos, como es lógico en una solista tan joven: asombra en ella la madurez de su canto, ya técnicamente tan hecho; en cambio es evidente que hay un margen de mejora en lo que se refiere a su actuación. Me recordó por momentos a una jovencísima Pilar Lorengar, quien también con apenas veinte años despuntaba con el género lírico español en el Madrid de los años cincuenta. El oficio se aprende en el teatro y no hay duda de que, con un desparpajo vocal como el suyo, lo demás irá viniendo conforme acumule funciones a sus espaldas. Con Marina Monzó tenemos soprano para rato.
Gallardo, valiente y noble el Leandro de Alejandro del Cerro, con una voz amplia y más segura en el agudo que en las pasadas funciones de Marina. Sobradamente familiarizado ya con el genero, los diálogos fluyeron en sus manos con desenvoltura. Recio timbre el del Javier Franco para la parte de Juan de Eguía, que el barítono gallego recrea con intensidad, sin muchas dobleces en lo actoral pero con indudable entrega, contundente. E impecable el Simpson de Rubén Amoretti, reemplazando en esta velada a David Sánchez. Amoretti sonó rotundo, aportando además muchas dosis de teatro con su labor en las partes habladas. Del resto del plantel cabe destacar el Abel que firma Ruth González, fantástica en los diálogos, viviendo el teatro de forma tan evidente como natural, haciéndonos creer los desvelos de ese muchacho por Marola como si fueran nuestros.
Brillante labor en el foso de Josep Caballé-Domenech, resaltando lo más inspirado de esta música de Sorozábal, donde momentos de enorme calidad, con melodías subyugantes, se alternan con otros mucho menos ambiciosos, casi ramplones. La partitura fue estrenada, por cierto, en Barcelona allá por mayo de 1936, a las puertas de la Guerra Civil y juraría que es la primera obra del catálogo lírico que habla tan abiertamente del contrabando de droga, tema hoy en día de corriente actualidad. Digna labor de la ORCAM, que no obstante sigue dejando al descubierto sus connaturales flaquezas, con un sonido de pocos quilates, algo destemplado y falto de brillo. Buena labor del coro titular del teatro, que viene encadenando una temporada de trabajos notables.