Con renglones torcidos
06/05/2018. Valencia, Palau de les Arts. Giacomo Puccini, Tosca. Director de escena, Davide Livermore. Lianna Haroutounian, Alfred Kim, Claudio Sgura y otros. Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta de la Comunidad Valenciana. Director musical, Nicola Luisotti.
Este estreno de Tosca supone la vuelta de Davide Livermore a Les Arts tras su salida como parte del conjunto de vaivenes que han asolado al Palau valenciano en los últimos años. Hubiera sido una buena oportunidad para reentrar por la puerta grande, pero la calidad de su producción no lo ha permitido. La premisa de esta Tosca es presentar el poder temporal de la Iglesia y su aspecto más opresivo y dominador. Es una prometedora idea que, sin embargo, se condena en la ejecución. Un escenario móvil en forma de plataforma triangular se convierte en las tres localizaciones del libreto, adornado con algunos elementos de atrezzo. Y no aporta mucho más que un plano inclinado por el que los cantantes tienen algunas dificultades para moverse. Las proyecciones invitan a apartar la mirada, una imposible combinación de catecismo e imágenes new age –esos cielos dramáticos, alas de ángel que revolotean, y coloridos cristos– rozan a veces el bochorno.
Livermore tiende a utilizar el escenario giratorio, pero, como ya le pasado en otras ocasiones, no consigue evitar el efecto tiovivo: no hay necesidad de mantener el movimiento continuo, especialmente si cada uno de sus lados es idéntico al anterior. En la parte positiva podríamos aplaudir el atrevimiento de introducir elementos abstractos y e imposibles proyecciones cubistas, con el intento de suspender la acción y la escena. Pero el resultado final es que se diluyen los preciosos e intensos elementos dramáticos del libreto.
Lo mejor de la noche, una vez más en Les Arts, estuvo en el foso. Y no tanto por la acción de su director, sino por la calidad de la Orquesta de la Comunidad. Sigue sorprendiendo que, con la procesión de gestores y batutas, siga manteniendo un sonido tan rotundo, corpóreo y atractivo. La solvente lectura de Nicola Luisotti por otra parte, realza los aspectos más intimidantes de la partitura, potencia sin perder transparencia, y ofrece un buen sentido narrativo aunque en ocasiones, como en el final del segundo acto, le falte un punto adicional de tragedia.
Lianna Haroutounian encarna una Tosca brillantemente cantada pero insuficientemente dramatizada. El timbre es luminoso, el caudal denso y vigoroso, el vibrato atractivo y los agudos se proyectan ampliamente para llenar toda la sala. Pero si pasa con sobresaliente la faceta más vistosa del personaje, se echan de menos las dinámicas, los reguladores; en definitiva, esos matices que dotan la interpretación del carácter humano: los celos, la impotencia, la incertidumbre y la debilidad. Cavaradossi es interpretado por Alfred Kim. Empezó con algún traspiés al inicio de “Recondita armonia”, algo fuera de tiempo e inseguro, pero su actuación no paro de crecer desde ese momento hasta un “Adiós a la vida” que supuso el momento más honestamente conmovedor de una noche donde no sobraron las conmociones. Posee un tercio superior luminoso y espectacular, que además empasta bien con el color de su compañera, a la que en algunas ocasiones llegó incluso a sobreponerse. Tampoco acabó de convencer dramáticamente el Scarpia de Claudio Sgura. La proyección es buena y el color apropiado, pero es difícil adivinar trazas de maldad e inquina en su personaje: sus perversas maquinaciones tienen más bien un aire aristocrático y transaccional.
El coro se elevó con un “Te Deum” para la gloria y también el terror, una estupenda combinación dados los mimbres de la producción. Se merece también un aplauso el cartel completo de secundarios, de los que hay que destacar la profundidad del bajo Alejandro López como Angeloti, el canto espectacular aunque breve de Alfonso Antonio como el Sacristán, y el conjunto completo del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo.
Livermore nos confirma una vez más su irregularidad. Aún está en la retina el notable Ballo que ha realizado para el Bolshoi, pero este montaje rebaja demasiado el tono de una las obras más poderosamente trágicas del repertorio. Su punto de partida, político, tiene sentido. Pero a la hora de escribirlo sobre el escenario lo ha hecho con unos renglones demasiado torcidos.