PelleasMelisande Volle Berlin TatjanaDaschel

La tragedia de Golaud

Berlín. 31/05/2018. Staatsoper Unter den Linden. Debussy: Pelléas et Mélisande. Rolando Villazón, Marianne Crebassa, Michael Volle, Anna Larsson, Wolfgang Schöne. Dir. de escena: Ruth Berghaus. Dir. musical: Daniel Barenboim.

La figura de Ruth Berghaus (1927 - 1996) es objeto de una reciente reivindicación al hilo de diversas reposiciones póstumas de sus últimos y más sonados trabajos. Así sucedió en 2016 con su Tristan und Isolde en Hamburgo o en 2017 con su Elektra en Lyon; y así ha sido ahora también en Berlín, con su propuesta para Pelléas et Mélisande, estrenada allá por 1991, con decorados y vestuario de Hartmut Meyer y con Michael Gielen entonces a la batuta. Con ocasión del centenario de Debussy que este año se conmemora, la Staatsoper de Berlín ha acertado al recuperar esta producción, que en su día generó impresiones dispares en crítica y público.

De alguna manera -formando parte de un movimiento generacional, huelga decirlo- Ruth Berghaus “inventó” en su tiempo toda una serie de recursos y lenguajes que hoy nos resultan familiares y que otros grandes directores como Willy Decker, Peter Sellars o Robert Wilson han hecho suyos de un modo habitual. Para este Pelléas et Mélisande Berghaus reduce la relación entre los dos protagonistas a un registro casi infantil, tal y como el propio Golaud apunta: “Vous êtes des enfants” le dice a Mélisande; “Je le sais bien, ce sont là jeux d’enfants”, apunta a Pelléas. En estas coordenadas la figura de Golaud se antoja aún más si cabe la de un extranjero, la de un completo extraño emocional. Berghaus trabaja con un lenguaje sugerente, comunicado a través de los espacios -fantástica la escenografía de Meyer-, sabiamente iluminados, generando atmósferas. También recurre a un lenguaje gestual muy medido, casi ritual, donde el trazo coreográfico de los orígenes profesionales de Berghaus parece rastrearse de un modo evidente. En conjunto, un gran trabajo, cuya reposición está más que justificada.

En el apartado musical, la expectación era alta por cuanto Daniel Barenboim se situaba en el foso de la Staatsoper Unter den Linden. Curiosamente, Barenboim aparta a un lado la tentación de un enfoque sinfónico, optando más bien por un discurso casi camerístico, muy intimista, plagado de claroscuros, colorista en grado sumo. Hay instantes más virulentos, acentos más marcados, pero fue el suyo un Pelléas ciertamente poético, casi vaporoso y muy intelectual. La Staatskapelle se entrega con un sonido que admira, singularmente por la textura de las cuerdas, aunque también por la precisión y sentimiento de sus maderas. Barenboim firma una versión melancólica, un punto ensoñadora, sumamente bella e intensa, sin necesidad de resultar grandilocuente. Subraya además Barenboim, con gran acierto, la filiación de este anómalo Tristán francés con otra gran tragedia del melodrama francés, caso de Werther; y sobre todo con el evidente Tristan und Isolde wagneriano.

Más allá del evidente interés que dirección musical y dirección escénica despertaban en torno a estas funciones, me atrevo a decir que la mayor sorpresa fue el descorazonador Golaud que firmó Michael Volle. En la mejor tradición, recordando por momentos al humanísimo José van Dam. Con un instrumento grande, carnoso y rotundo, Volle encarna la impotencia, la agresividad desmedida, el absurdo incontrolado de los celos, en fin, la gran tragedia de que atraviesa a su personaje, hasta el punto de ser el verdadero eje del libreto. El de Volle es un Golaud imponente, admirable, de una autoridad vocal incontestable y de una hondura escénica consternadora.

Amarga sensación al escuchar el Pelléas de Rolando Villazón. Sigue ahí la voz notable, grande, con un centro importante, pero es incapaz de encaramarse al agudo con suficiencia sin que el instrumento se quiebre. La línea de canto no es tampoco demasiado ortodoxa en este repertorio y su dicción en francés palideció un tanto al lado de su compañera de reparto, una excelente Marianne Crebassa. Ésta firmó una Mélisande casi ideal, con una voz hermosa, de una oscuridad muy sutil. Perfectamente plegada al singular declamado que prescribe Debussy, su adecuación estilística es irreprochable. Recuerdo bien su Cherubino de Le nozze di Figaro en Berlín, así como su Sesto del pasado verano en La clemenza di Tito de Salzburgo. Junto con esta Mélisande, tres papeles donde confirma ser una voz de primerísimo interés en nuestros días.

Desigual labor del resto del reparto, con Anna Larsson en la parte de Geneviève y el veterano Wolfgang Schöne como Arkel. La contralto sueca sigue exhibiendo unos medios imponentes pero la voz no es especialmente dúctil para acomodarse al lenguaje de Debussy. Schöne apenas sostiene ya la autoridad de su hacer por el fraseo, con un instrumento deshilachado y cansado; tampoco su dicción en francés fue redonda, ni mucho menos. Mucho mejor en cambio el joven Dominic Barberi en su doble cometido como el médico y como Le Berger, exhibiendo un material interesante y que convendría seguir de cerca.