Poppea Zurich Rittershaus

Poppea a golpe de smartphone

Zúrich. 08/07/2018. Opernhaus Zürich. Monteverdi: L´incoronazione di Poppea. Jake Arditi (Amore, Florie), Valiquette (Fortuna), Hamida Kristoffersen (La Virtù), David Hansen (Nerone), Stéphanie d’Oustrac (Ottavia), Julie Fuchs (Poppea), Delphine Galou (Ottone), Deanna Breiwick (Drusilla), Manuel Nuñez Camelino (Nutrice), Emiliano Gonzalez Toro (Arnalta), Nahuel di Perro (Seneca), Gemma Ni Bhriaian (Valetto), Thobela Ntshanyana (Lucano), Michael Hauenstein (Littore), Kristofer Lundin (Liberto), Dir. escena: Calixto Bieito. Escenografía: Rebecca Ringst. Iluminación: Ingo Krügler. Video: Sarah Derendinger. Dir. musical: Ottavio Dantone. Orchestra La Scintilla. 

Una orquesta rodeada por una pasarela oval, a la que se accede descendiendo a través de una escalera arropada por público; 14 televisores, emplazados en los palcos laterales más inmediatos al proscenio de manera simétrica; y una gran pantalla al fondo, en las que se proyecta únicamente a los cantantes. Así de somero descrito, y a poco que se conozca la enrevesada trama de Francesco Busenello puesta en música por Monteverdi, uno diría que es prácticamente imposible mantener al público entretenido con lo que Rebecca Ringst propone en escena, un público además por lo general nada avezado en estas primeras lindes del género operístico.

Si sin embargo añadimos que la dirección se puso en manos de Calixto Bieito nos debería cuanto menos despertar curiosidad, de ahí nuestro breve salto a Zúrich, ya que la trayectoria del director mirandés es buena prueba de que sus propuestas suscitan de todo menos indiferencia. L’Incoronazione era además uno de esos caramelos que Bieito, si hacemos referencia a propias palabras, estaba esperando desde hace 30 años, pero no por el dulce en sí, sino porque trata de forma manifiesta dos temas con los que el escenógrafo baila y conjuga con explicitud y comodidad: el poder y el sexo.

Aunque la de Monteverdi fue una de la primeras óperas de la historia del género, Bieito propone una lectura que traslada el narcisismo de entonces a su versión más cruda y actual, aquella reflejada a través de un mundo volcado al triunfo en las redes sociales, donde la quincena de pantallas propuestas en escena por Sarah Derendinger se nos antojan hasta pocas para inmortalizar los puntos álgidos de la trama con video, cámara lenta o selfie, todas a mano de smartphone.

Esta Incoronazione supone también el triunfo de la gestualidad y del teatro en el más amplio sentido de la palabra, precisamente ahí donde más rédito sacan las producciones de Bieito. Los primeros planos continuos desnudan a cada uno de los personajes, y lejos de suponer un desafío para los cantantes, estos parece que hayan caído en una marmita mágica preparada por el mismísimo Esquilo, pues durante las más de dos horas de representación embriagan con su poción al público. Las pantallas subrayan el discurso, bien con tomas en directo, instantáneas, rememorando hechos o completando la trama en un segundo plano, como por ejemplo la muerte de Platón, sea cual fuere la rudeza de las imágenes. La ingente información visual llega a apabullar y abrumar tanto como en la realidad, siendo el mayor ejercicio el intentar no distraer la atención de aquello que discurre delante de nuestras narices para caer en las dos dimensiones propuestas. Sea como fuere, pese al inmenso reto Bieito logra el efecto contrario al de las social networks y nunca se llega a perder el hilo de la narración, pues las distracciones no son tales y hasta el explícito narcisismo llega a tener su lectura argumentativa.

En cuanto al reparto, nadie diría que Julie Fuchs debutaba el rol de Poppea, si atendemos a su extraordinaria interpretación y su temple con el papel. El avanzado embarazo de la soprano francesa (nos canceló precisamente en marzo en París, y ahora quizás atisbamos los motivos) fue aprovechado por Bieito para incluir a este inesperado “actor” en la ruleta teatral, doblando la sensualidad de las escenas, llegando incluso a mostrar el actual estado del fruto tras el insigne Pur ti miro con el que se concluye la obra. 

Fuchs no lidió sola la batalla de los novatos. Y es que de los catorce personajes de la trama, diez eran los solistas que debutaban su rol en la Opernhaus de Zúrich. Y de los personajes principales únicamente David Hansen (Nerón) había vestido antes sus paños, un riesgo que sin embargo trajo sólo beneficios, al evidenciar cada uno de ellos una asimilación del texto y una implicación digna de resaltar en todos y cada uno de los casos, motivo por el cual evitaremos incluso señalar con el dedo a nadie más que a la protagonista.

La orquesta La Scintilla, bajo la dirección de Ottavio Dantone, encajó el discurso escénico con naturalidad, mostrando gran afinidad con la propuesta y aportando incluso un pequeño granito de arena desde el punto de vista filológico, al basar su texto en las copias venecianas  –diría que únicamente se excluye un ritornello de origen napolitano– de la obra de Monteverdi.

Sangre y cunnilingus, que los hubo, no fueron en esta ocasión óbice para que un público, en su mayoría de avanzada edad –aquella donde a veces la capacidad de encaje de aquello que juega en el límite es menor– se alzase para ovacionar a la orquesta, a los cantantes y a la puesta en escena.