En clave grotesca

 

Berlín. 05/03/2016. Deutsche Oper. Wagner: Rienzi. Torsten Kerl (Rienzi), Martina Welschenbach (Irene), Daniela Sindram (Adriano), Tobias Kehrer (Steffano Colonna), Dong-Hwan Lee (Paolo Orsini), Noel Bouley (Kardinal Orvieto), Clemens Bieber (Baroncelli), Stephen Bronk (Cecco del Vecchio), Rienzi-Double (Gernot Frischling). Dirección de escena: Philipp Stölzl. Dirección musical: Evan Rogister.

De las tres obras fuera del catálogo autorizado por Richard Wagner acerca de su propia obra -Die Feen, Das Liebesverbot y Rienzi- seguramente sea esta última la más susceptible de representarse de tanto en tanto con relativo éxito y sobrada justificación. Tanto por el estilo compositivo, ya más maduro y reconocible, como por el trasunto de su libreto, Renzi se presta de hecho a apreciables lecturas en una clave más contemporánea como la que de hecho ofrece esta producción de Philipp Stölzl para la Deutsche Oper. Estrenada en 2012, y ya comercializada de hecho en DVD, sitúa la acción en la Europa de los totalitarismos, en el llamado período de entreguerras, en una ubicación indeterminada que bien podría remitir a la Italia de Mussolini lo mismo que a la Alemania de Hitler. Rienzi es al fin y al cabo un relato histórico sobre el devenir de un liderazgo carismático (Max Weber dixit), por lo que cabe extrapolar la acción de sus coordinadas históricas concretas para hacerla resonar en otras más próximas a nosotros, como es el caso. 

Stölzl trabaja con una caracterización grotesca de los personajes, ciertamente apropiada al introducir un acento sarcástico sobre la trama y sus ecos contemporáneos. Se introducen incluso toques cómicos, como es el caso en la obertura, en la que un doble de Rienzi da vida a un dictador que danza al compás de la música, al modo de El gran dictador, tan divertido como inquietante por la frivolidad con la que parece asumir su omnipotencia. Además de la funcional escenografía del propio Stölzl y de Ulrike Siegrist, aderezada incluso con telones pintados de espléndida factura, la propuesta hace pie a menudo en proyecciones y recursos que resaltan el uso de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías a la hora de que ese liderazgo carismático encuentro su calado popular. 

En la parte titular Torsten Kerl ofrece un material robusto aunque de timbre poco agradecido. Frasea con ímpetu aunque sin matizar demasiado sus acentos. Llega además fatigado al final de la representación, singularmente en lo referente a su escena principal -con la plegaria Allmächt'ger Vater- y a la última escena, donde su voz amenazaba ya con romperse. Resuelto y convincente actor, es en conjunto un solvente Rienzi. Cabe preguntarse, al margen de lo infrecuente del título en la programación de la mayoría de los teatros, por qué tenores como Seiffert o el mismo Kaufmann no se ven seducidos por una parte que les iría como anillo al dedo y cuya escritura vocal anticipa claramente lo que encontramos más tarde en Lohengrin y Tannhäuser. 

Esmerada aunque modosa en su expresividad y algo corta de medios, la Irene de Martina Welschenbach deja un tanto indiferente. Cosa distinta sucede con el cálido Adriano de Daniela Sindram, de voz redonda y lírica, de canto siempre dúctil y expresivo. Completaba el cartel un nutrido y eficaz plantel de comprimarios propios de la casa, destacando el sonoro y firme instrumento de Tobias Kehrer como Steffano Colonna.

Grata impresión, por último, con la batuta prácticamente ignota que comandaba esta representación, la del joven estadounidense Evan Rogister (debutó en 2008), que ya había trabajado con frecuencia en la Deutsche Oper entre 2010 y 2012, desempeñándose después con más asiduidad en teatros americanos como Chicago, Dallas, Houston, Santa Fe, Philadelphia o Washington. Aseada concertación, fraseo esmerado y sentido teatral fueron las principales virtudes de su hacer, más oficio que talento, pero defendido con seguridad y decisión. A pesar de algún desliz en el metal, la orquesta titular del teatro aporta el sonido apropiado para este repertorio, con un color reconocible y una cuerda firme sobre la que construir la propuesta sinfónica de Wagner, aquí ya mucho más elaborada y rica que en Das Liebesverbot, que hace poco veíamos en el Teatro Real.