Temblor
Vilabertrán. 23/08/2018. Schubertíada. Obras de Grieg, Brahms, Strauss y Wagner. Lise Davidsen, soprano. James Baillieu, piano.
El Vaticano debería estar más pendiente de la Canónica de Santa Maria de Vilabertran. En esa pequeña iglesia se suceden los milagros año tras año, verano tras verano. Recientemente, un fenómeno paranormal ha hecho temblar los cimientos de este edificio románico. Un fenómeno paranormal, pero con nombre y apellido: Lise Davidsen.
Tras un arranque de Schubertíada fulgurante, con la revelación de Katharina Konradi, la confirmación de Sarah Connolly y la devoción por Matthias Goerne, ha llegado la que, sin duda, está llamada a ser la gran soprano dramática del fach alemán de los próximos años. La gran esperanza de la secta wagneriana, que ve en Davidsen una respuesta a sus oraciones. Y, evidentemente, raudos, los guardianes del templo de Bayreuth, han lanzado sus redes y han atado a la soprano para Elizabeth, en el Tannhäuser del próximo año, así como para la Sieglinde de la próxima tetralogía.
Y es que Lise Davidsen es un auténtico milagro vocal. Una combinación perfecta entre una voz bellísima, con la dosis de metal ideal - que le proporciona una proyección absolutamente asombrosa – pero también mucho, mucho terciopelo (en su caso, más que terciopelo, uno hablaría de auténtica seda), así como una naturalidad en la emisión, en la dinámica técnica y en la expresividad, sencillamente asombrosa. Las cualidades de las elegidas.
El centro de la voz es carnoso, el grave natural y colorido y el agudo, más que fácil, es despampanante. Posee un juego dinámico, que va del pianissimo a un fortissimo atronador, incomparable y, pese a poseer todos los recursos de una dramática, canta claro, sencillo y ligero como una lírica, que es lo que debe hacer una soprano de su edad, en los albores de una carrera que apunta a legendaria.
En Vilabertran, donde se la esperaba en candeletas, superó las, ya de por sí, altas expectativas que estaban depositadas en ella. Los corrillos previos al recital no dejaban de subrayar la mayúscula Ariadne auf Naxos que la soprano noruega (como la Flagstad, y ahí lo dejo) había protagonizado en Aix-en-Provence. Y si quedaba algún escéptico, las canciones de Edvard Grieg iniciales despejaron todas las dudas. Estamos ante un fenómeno vocal de primer orden que, si nada se tuerce, va a arrasar en los grandes teatros los próximos años. Y eso que uno tiene la sensación de que aún no se ha soltado del todo, de que es un purasangre que, el día que sea consciente y dominadora de todos sus recursos, no va a tener rival.
Tras el Grieg inicial, un Brahms de gran intensidad dramática. La acústica de la Canónica de Vilabertran puesta al límite por un torrente vocal, una fuerza de la naturaleza desatada, pero nunca forzada. Strauss cierra la primera parte y nos deja, más allá de la apabullante Caecilie, talento y dicción liederística en un contrastado Ruhe, meine seele! y un poético e intimista Morgen, muy bien secundada, en esta ocasión, por el pianista James Baillieu, aquí muy inspirado, y en general, atento y efectivo durante toda la velada.
Los Wesendonck Lieder ya tuvimos la ocasión de escuchárselos en Barcelona, pero en circunstancias completamente opuestas. En el Auditori, con la dificultad acústica que la sala principal comporta para las voces, y acompañada por la OBC. Ahora, en Vilabertran, en una sala pequeña y con piano. Y si entonces ya destacamos que una estrella había nacido, en esta ocasión pudimos observar al detalle una interpretación cada día más convincente. La voz es sencilla y llanamente, la ideal. El discurso fluye con una claridad y sencillez pasmosa y uno es consciente de ser testigo, en el caso de Davidsen, de una maduración lenta pero segura, sin prisas, en la que todo se va poniendo en su sitio sin necesidad de forzar nada. Como un gran vino que espera su momento.
Y finalmente, unas canciones de Sibelius, donde Davidsen ofrece destellos de una capacidad dramática que, sospechamos, nos va a dar muchas tardes de satisfacción. Las dos canciones del compositor finlandés que cerraron el recital, tanto The tryst como Svarta Rosor, dejaron a los asistentes sin aliento, pegados a la silla y temblando de emoción.
Un recital que pasará a los anales de la historia, tanto por su calidad intrínseca como por aquello de: yo, hijo mío, estuve en un recital de la Davidsen cuando empezaba y….