Ligorio Ricardo Rios 

Furtivo y musical

Barcelona. 27/8/18. Palau de la Música Catalana. Debussy: Estampes. L’isle joyeuse. Bernstein: West Side Story – Danzas sinfónicas. Mussorgsky: Cuadros de una exposición. Daniel Ligorio, piano.

Como hace dos años en un recital monográfico de Enric Granados, Daniel Ligorio vuelve a hacer su aparición durante los veranos del Palau, fuera de los grandes focos. A salvo de ellos presentó entonces su disco dedicado al compositor leridano en el contexto del año Granados. Y esta vez las efemérides también influyeron en la composición del programa, aprovechando el centenario del nacimiento de Bernstein y de la muerte de Debussy: una rara operación de transmigración que sin embargo no fue lo más destacado del recital. 

“Pagodes”, la primera de las piezas que compone el tríptico Estampes, es delicada y frágil como danzar entre una cristalería sin rozar una copa: una tarea ardua la que se impuso Ligorio para comenzar. El lirismo orientalista de la partitura mediante el uso sistemático de la escala pentatónica dio rienda suelta al carácter imaginativo del pianista y la soltura llegó en los juegos reiterativos de “La soirée dans Grenade”, para trascender los mecanismos de la vertiginosa “Jardins sous la pluie” y descubrir por debajo su poética y su íntima pulsación, y por encima sus angustiantes y poderosas melodías. La imaginada isle joyeuse destinada a formar parte de otro frustrado tríptico, es otra evocación pictórica arrancada de los efluvios nostálgicos del pintor Antoine Watteau, pero también de viajes imposibles y evocados. En el juego de luces de la partitura se cifra su sustancia musical, que fue subrayada con más refinamiento que peso y contundencia. La esbeltez sonora del pianista fue quizás lo más reseñable de una lectura preocupada por la precisión. Antes del descanso, una lectura fresca de las danzas sinfónicas de West Side Story en el peculiar arreglo de Michael Hawley nos ofreció un amplio surtido de emociones y sacó a relucir la capacidad narrativa del pianista. 

A partir de una solvencia técnica indispensable para acceder a determinado repertorio, Ligorio no sorprende por virtuosismos sino por inteligencia y criterio reflexivo. Un pianismo interesante que todavía no había servido el plato fuerte. Con buen criterio, se aisló en la segunda parte del programa los intensos Cuadros de una exposición de ese talento inexplicable que fue Modest Mussorgsky. Transparente en las texturas, con contundencia sonora sin necesidad de efectismos, no cabe duda que Ligorio trajo muy trabajada la obra, cosa que le permitió ofrecer una interpretación capaz de recorrer todos sus recovecos y dejar al descubierto las entrañas con especial vehemencia y poder sugestivo. Conmovedor en “La cabaña sobre patas de gallina” –incluso levantándose de la banqueta– que desembocan en “La gran puerta de Kiev”, servida con tanta expresividad como elegancia de estilo y gran fidelidad a las extremadas dinámicas que exige la partitura, y una magnífica administración del pedal. En síntesis Ligorio ofreció una lectura estimulante, capaz siempre de generar expectativa, dotada siempre de una pulsación nítida y una extremada claridad en un fraseo siempre fluido. Si algo destaca de este solista es su gran sentido del sonido y la inteligibilidad formal, lo que se me antoja como bazas esenciales para que sea un excelente intérprete de cámara, terreno que cultiva con asiduidad. 

Si bien el pianista contaba con un pequeño grupo de incondicionales, no lo tuvo fácil ante una sala fría en la primera parte y con una entrada discreta, que sólo al terminar el tour de force de la segunda se rindió por entero y con justicia. Una pequeña porción desgajada con sabiduría y delicadeza de las Escenas románticas de Granados como propina (una partitura emblemática en su repertorio), el encantador “Epílogo”, sirvió para culminar y compendiar el paso furtivo de Ligorio por un Palau veraniegamente mortecino que no merecía: lírico, expresivo, sincero, musical.