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El arte de la frivolidad

París. 13/07/2018. Ópera de París. Palais Garnier. Donizetti: Don Pasquale. Michele Pertusi, Nadine Sierra, Lawrence Brownlee, Florian Sempey. Dir. de escena: Damiano Michieletto. Dir. musical: Evlino Pidò.

Se ha extendido una consideración generalmente negativa acerca de la frivolidad. Y lo cierto es que nada indica que deba ser necesariamente así. En su debido contexto y con la necesaria justificación, la frivolidad puede ser un acierto. Es el caso de esta propuesta de Damiano Michieletto para Don Pasquale, una obra cuajada de convenciones que no se antoja fácil actualizar sino es pasando por una frivolidad bien entendida. El trabajo de Michieletto parte de una escenografía mínima, casi anecdótica, y se sostiene sobre todo en una dirección de actores cuajada de detalles. La caracterización de los personajes es a buen seguro el mayor acierto de la propuesta. Michieletto convierte esta ópera buffa en un enredo contemporáneo, con algún riesgo quizá innecesario, como esa constante sugerencia de un idilio entre Norina y Malatesta.

El reparto reunido no defraudó las expectativas. Excelente la Norina de Nadine Sierra. Divertida, sexy, cómplice... cantada con un desparpajo apabullante y con un despliegue vocal arrollador. Lo mismo cabe decir del Ernesto de Lawrence Brownlee, quizá un actor menos esmerado aunque perfectamente esmerado con esta producción. Cantar esta parte tan exigente con la facilidad que derrocha el tenor norteamericano es algo digno de elogio. Brownlee introdujo además variaciones de su propia cosecha, algo que siempre es justo poner en valor.

Michele Pertusi aporta, en el rol titular, la dosis de oficio y veteranía en este reparto. Aunque la voz no sea descollante, el conocimiento del estilo y la atención a la palabra son propios de un grande del género. Y grata sorpresa, finalmente, con el barítono francés Florian Sempey como Malatesta: voz grande, sonora, de agudo desenvuelto y flexibilidad para el lenguaje belcantista. Una voz a seguir, sin duda.

Salvo algún pasaje algo más embarullado, acelerado de más buscando brío y más brío, la dirección de Evelino Pidò fue intachable. Buen conocedor de estas lides belcantistas, extrajo un sonido despierto y compacto de la orquesta de la Ópera de París, que suele ofrecer prestaciones muy irregulares, en función del repertorio y l la batuta de turno. Excelente el coro del teatro, como es habitual aquí.