Dudamel MahlerChamber Palau18 

Texturas y alquimia 

Barcelona. 18 y 19/09/18. Palau de la Música Catalana. Apertura de la Temporada 2018-19 de Palau 100. Franz Schubert: Sinfonías núm. 5, en Si bemol mayor, D. 485 (18 septiembre) y núm. 3, en Re mayor, D. 200 (19 septiembre). Johannes Brahms: Sinfonía núm. 4, en Mi menor, op. 98 (18 septiembre). Gustav Mahler: Sinfonía núm. 4, en Do mayor (19 septiembre). Mahler Chamber Orchestra. Dirección: Gustavo Dudamel.

Generosa apertura de la temporada sinfónica del Palau de la Música Catalana con la visita de Gustavo Dudamel y la Mahler Chamber Orchestra. El venezolano es una apuesta siempre atractiva y, porque no decirlo, también mediática, con su inefable carisma y el particular sello de sus siempre enfáticas lecturas. Estos dos conciertos en Barcelona coinciden con el fin de los diez conciertos en gira con el programa Schubert, Brahms y Mahler que Dudamel y la MCO han interpretado previamente en Lisboa, París, Colonia, Frankfurt, Luxemburgo, Barcelona y Madrid, con un último concierto el pasado 20 de septiembre en el Auditorio Nacional de Música.

Con una más que notable entrada de púbico, un Palau visiblemente abarrotado recibió la visita con la expectación de las grandes citas, no en vano, en el Palau se han visto dos de los mejores conciertos de Dudamel en Barcelona, una inolvidable Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen con Yuya Wang al piano y la integral de las sinfonías de Beethoven, ambos conciertos reseñados en Platea Magazine y con la Simón Bolívar como formación orquestal. Precisamente uno de los cambios más notorios de esta presentación ha sido la orquesta, esta vez la Mahler Chamber Orchestra, formación creada por Claudio Abbado en 1997 y que tiene como sello característico un sonido más recogido y suave en contraste con los siempre fogosos y electrizantes bolívaresAsí pues se vivió una doble jornada con Schubert como preámbulo de dos de las grandes sinfonías de Brahms y Mahler, las respectivas Cuartas. 

No hay que menospreciar las sinfonías Quinta y Tercera de Schubert ya que fueron dos ejemplos modélicos de una visión clara y diáfana desde la mirada de Dudamel. Un Gustavo más comedido, menos gesticulante, siempre dirigiendo de memoria y muy en sintonía con el sonido redondo y camerístico de la MCO, quienes enamoraron por lo pulido del sonido de todas sus secciones.

Dudamel mostró una Quinta que mirando al sonido mozartiano, sonó inevitablemente con el sello romántico y característico de Schubert, con un uso de la búsqueda de texturas y colores muy pronunciado. El uso del vibrato en las cuerdas, la belleza de los solos de la flauta de Chiara Tonelli, un fraseo de búsqueda de colores hedónicos, y una respiración naturalista y muy orgánica marcaron una lectura pausada y sabia, lejos de los desmelanamientos con los que algunos críticos desacreditan a veces al venezolano. El juego de dinámicas del Allegro Giocoso, la coloración del Andante o el extrovertido Allegro Vivace final, todo un ejemplo de lectura de ritmo y resultado brillante siempre in crescendo, marcaron una lectura radiante y refrescante.

La Cuarta sinfonía de Brahms es una obra que Dudamel ya ha grabado para DG (2011) con los Los Angeles Philharmonic, formación de la que es titular desde el 2009. La cosmogónica última sinfonía brahmsiana es siempre un reto para cualquier formación y director y hay que reconocerle a Dudamel su apasionado discurso y rentabilidad del sonido conseguido. Si bien el inicio del primer movimiento pareció más perfilado que profundo, faltó línea y robustez en los primeros acordes del Allegro mas non troppo, Dudamel supo pasar del perfil a la densidad, construyendo el sonido arquitectónico propio de la madurez de esta última sinfonía. 

El Andante moderato fluyó con cierta pesantez inicial para transformar la lectura en un drama de aires operísticos hasta llegar a un final casi extático. La MCO respondió espléndida sorprendiendo con un sonido cinematográfico, impulsado por Dudamel en un tercer movimiento lleno de gradaciones de intensidad hasta desenbocar en el Allegro enérgico e passionato final. Aquí se vivió ecos eslavos de gran efecto emocional, muy en la linea del Chaikovski de los grandes ballets, con intervenciones brillantes del primer violín (Raphael Christ) y de nuevo de la flautista. Hubo una búsqueda de capas sonoras muy habilidosa desde la batuta de Dudamel, buscando los contrastes de los tempos, inicial, central y tormenta final. Lástima que el acorde final quedara algo falto de definición para cerrar una intensa e interesante lectura.

La sinfonía número 3 de Schubert enfiló el segundo día que unía la 4ª de Brahms del concierto inicial con la 4ª de Mahler que cerraba el programa final del segundo día. La MCO demostró las virtudes de sus secciones, sobretodo con un viento y metal de iridiscente sonoridad, funcionando como soberbios conjuntos a modo de serenata de viento con unas cuerdas siempre flexibles, elegantes y llenas de vitalidad. Hubo una búsqueda del estilo Sturm und Drang, que acercó Schubert al Mahler contratante posterior, al igual que enlazó con organicidad la cuarta de Brahms de la noche anterior, con sus tensiones y contrastes líricos. Destacó el trabajo virtuosístico del primer clarinete, de nuevo la flautista solista, pero también el excelso trabajo de los oboes o fagotes. Preciosista el tema del Ländler en el Menuetto. Vivace. Cerró un Presto Vivace donde Dudamel de nuevo, volvió a mostrar su sello: contrastes, frenesí rítmico, luminosidad sonora.

Para muchos de los asistentes de estos dos conciertos, era la cuarta sinfonía de Mahler el gran atractivo de los dos programas, pues es bien conocida la afinidad estilística de Dudamel con el mundo mahleriano. La percepción de su identificación con la estética del compositor bohemio-austriaco fue patente desde los primeros acordes, a pesar del extraño y recogido ritmo sonoro de los cascabeles iniciales, menos bufonescos y más contemplativos de lo usual. De nuevo la sensación casi física de los colores de la partitura, reflejados en un estado anímico recreado con brillantez en las secciones de la MCO, mostró a un Dudamel casi alquímico, como un científico alocado buscando la fórmula magistral. Los metales respondieron radiantes, plenos de una sonoridad intensa y lírica, las cuerdas empastadas, sonoras pero ligeras, luminosas, el final del Bedächtig, nicht eilen de estilo casi straussiano sorprendente y revelador. 

Ni siquiera un inevitable sonido de un móvil inquietó a un Dudamel concentrado que simplemente paró, y volvió comenzar para engarzar el In gemächlicher Bewegung, ohne Hast, de manera sutil pero incisiva. Buscó y salpimentó los matices y contrastes de la partitura con efectos cromáticos casi ornitológicos. Se lució el violín solista en sus frases demoníacas de teatral resultado. La maravilla sonora que supuso el icónico Ruhevoll, poco adagio, marcó el cenit de la sinfonía y también de los dos conciertos. 

¡Cuanto de la quinta sinfonía hay ya en la cuarta! ese inicio lírico y recogido tan propio del Mahler más meloso se apareció desde los primeros acordes con la sensualidad espiritual del cielo infantil que se pretende. El tempo pausado, el control de la respiración de la orquesta, el fluir acústico del gran instrumento sinfónico mahleriano…el solo mozartiano del oboe, el contraste teatral y efusivo de la terrible explosión acústica, los colores eslavos que rememoraron al Brahms del día anterior, la melancolía Chaikovskiana de nuevo in mente. Y sobretodo, la facilidad y naturalidad de una lectura que respiró libertad y profunda serenidad a pesar de ‘los males del mundo’.

Dudamel supo rebuscar en la magia del descubrimiento de la realidad infantil, jugando con la planificación sonora, con la profunda ensoñación que transmitieron las cuerdas, donde el tiempo pareció estirarse, el mundo pararse, la simbiosis sinestéstica de la orquesta y la batuta rozaron aquí lo sublime, en el más puro sentido postromántico del término. Después de este momento mágico, el Sehr behaglich final sonó como un consecuencia causal y liberadora, donde la cálida voz de la soprano sudafricana Golda Schultz se mostró idónea por timbre y fragilidad expresiva. No una fragilidad como carencia, sino como muestra de la inocencia y la pureza de una voz infantil que se recrea en un cielo mundano y cercano.  El público reaccionó con cierta estupefacción final, con algún aplauso entrecortado demasiado pronto, para luego recogerse y de nuevo explotar, in crescendo, marca y estilo Dudamel, en una cerrada y generosa ovación final.