OBC Ono 2018

Sin azúcar añadido

Barcelona. 5/10/18. Auditori. Fernández Barrero: Homenaje a Bernstein. Bartók: Concierto para piano y orquesta núm. 3. Piotr Anderszewski, piano. Tchaikovsky: Sexta Sinfonía. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Kazushi Ono.

Ya en los primeros pasos de su cuarta temporada como director titular, Kazushi Ono y la OBC se encuentran en un momento de sintonía. Un inicio de temporada con muy buena recepción echando mano de Mahler, compositor de cabecera para esta orquesta en los últimos años, confirmó las buenas sensaciones en el marco de una renovación que liga al director japonés con la formación dos temporadas más.    

Homenaje a Bernstein (2017) la primera obra del programa, siguiendo la habitual solución de compromiso con la creación actual (que no es solución ni tiene nada de compromiso y finalmente se reduce a tolerar la inclusión de una brevísima obra como entrante) era un estreno encargo de la OBC al compositor Marcos Fernández Barrero (Barcelona, 1984). Si bien se trata de un laureado compositor que ya ha trabajado con éxito el lenguaje sinfónico uno se va con la sensación de que no aprovechaba las posibilidades del dispositivo orquestal que disponía la partitura, donde además en varios momentos las maderas quedaban sepultadas. En una primera audición, la pieza padece de falta de claridad formal y ausencia de discurso, y la sala la recibió con frialdad como suele recibir toda propuesta actual. Una lectura poco cuidada, fría y burocrática de la obra muy alejada del imaginario que rodea a Bernstein al que se “homenajeaba” tampoco colaboró con un buen resultado. 

Aunque escrito en un momento crepuscular en la vida de su compositor, el tercer Concierto para piano y orquesta de Bartók tiene ya desde el primer movimiento una luminosidad y vigor entusiasta especial -que se deshace en el adagio religioso-, menos reflexivo (y difícil) que su segundo, compuesto quince años atrás. Del solista requiere un cantabile fluido y atento a la evolución de la frases, y grandes dosis de agilidad para adaptarse a su complejidad rítmica.  El piano diáfano de Piotr Anderszewski ofreció eso, pero más aún reflexión, enjundia en el concepto. El pianista polaco es profundamente imaginativo y efusivo, arriesgado en sus lecturas. Su madurez y recorrido en una amplia franja del repertorio le permite adentrarse en los meandros de la partitura huyendo de todo mecanismo virtuoso. Una interpretación cavilada que empujando a la orquesta a las fronteras de lo inaudible nos regaló un segundo movimiento sobrecogedor, de adecuación impecable al doloroso lirismo concebido por el compositor húngaro en los últimos episodios de su vida. Algo más de rubato y libertad en el fraseo que de velocidad en el allegro vivace hubiera redondeado su lectura. De la orquesta demanda matiz, cuidado por los volúmenes y capacidad para dibujar los contrastes que entre senderos llenos de hallazgos armónicos y rítmicos desembocan en oasis de reflexión lírica. Algunas vaguedades entre orquesta y piano, en particular en algunos desacuerdos de tempo, atenazaron por momentos la posibilidad de ofrecer todo eso, si bien hay que tener en cuenta que hablamos del primero de los tres turnos en los que se suele pulir detalles. 

Armado de un concepto musical muy definido –necesario siempre, pero cuando uno aborda el lenguaje sinfónico de Tchaikovsky resulta de extrema importancia– el gesto contundente de Ono dibujó un primer movimiento de la Sexta vigoroso y rico en dinámicas. Fue el anticipo de una patética con amplio margen de mejora en muchos detalles, pero de claridad arquitectónica enriquecida por unas cuerdas de respuesta ágil y sonido compacto (la presencia del concertino rumano Vlad Stanculeasa es otra de las buenas noticias para el futuro inmediato de la orquesta). Con gran contención y sin añadir azúcares al pastel sinfónico romántico, el director japonés eligió primar siempre el equilibrio y el trabajo analítico por encima de la expresión arrebatada a la que arrastra la partitura, a pesar de algunos resbalones en el tercer movimiento. Unas maderas soberbias con solos de gran musicalidad (fagot, clarinete) y unos metales precisos pese a los excesos, fueron el valor añadido de una lectura solvente.            

No esperamos que la orquesta nos ofrezca versiones antológicas. Pero sí que se construyan los cimientos sólidos de una trayectoria sólida que revele el trabajo de un director titular del cual se aprecian signos en este inicio. Y que armados con eso, se pueda por fin encarar la renovación del repertorio sinfónico en la ciudad, que genere interés y salde deudas pendientes, y al que hasta ahora no ha apuntado la programación de ninguna temporada. Fuera de ese aspecto, esta temporada parece haber comenzado espoleada por un horizonte interesante: el de la gira en verano de 2019, cuando Ono llevará a Japón a mostrar su orquesta.