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Un regreso esperado

Barcelona. 12/10/25. L’Auditori. Obras de Casablancas, Beethoven, Schönberg y Richard Strauss. Josep Colom, piano. Orquesta Simfònica i Nacional de Catalunya. Ludovic Morlot, dirección.

La OBC y Ludovic Morlot volvieron a la carga con un segundo programa en el que Beethoven fue de nuevo punta de lanza, en un fin de semana que también ha registrado una excelente respuesta de público en sus tres funciones. Si la Novena supuso una inauguración por la puerta grande, este segundo capítulo no ha querido quedarse atrás. En las del viernes y del domingo, además del Concierto para piano y orquesta nº4 en sol mayor, op.58, de Beethoven, y el Don Juan de Richard Strauss –quizá un pequeño guiño al Día de la Hispanidad–, se interpretaron también Tres epigramas, de Benet Casablancas, y las Variaciones para orquesta, op.31, de Arnold Schönberg.

El protagonismo de la mañana –y del resto de funciones– recayó en Josep Colom, una de las figuras pianísticas más renombradas dentro y fuera de nuestras fronteras, cuya vuelta a la sala grande de L’Auditori se esperaba desde hacía algún tiempo. Quizá para compensar la espera, el consagrado artista regresará en diciembre en un formato de cámara junto al clarinetista Joan Enric Lluna, en el que se recuperarán nuevamente algunas piezas de Benet Casablancas, además de estrenarse nuevos Haikus del compositor; algo que puede considerarse como una prolongación, pues, del disco The Clarinet Music, publicado en 2022. 

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Aunque las comparaciones sean odiosas –y las imperfecciones del directo, inevitables–, uno puede refugiarse en las grabaciones de la OBC de un ya lejano 2010, bajo la batuta de Salvador Mas, para hacerse una idea más justa de Tres epigrames de Casablancas, estrenada en 2001. A pesar de algunos momentos de gran expectación musical, la interpretación dio la sensación de poder pulirse más, ya fuera por el cansancio o por la falta de ensayos. Una mayor “dilatación” entre ciertos pasajes y más fluidez en otros, habrían remado a favor de una interpretación más orgánica, que arrancó algo atropellada, a pesar de los esfuerzos de director y conjunto por resaltar los detalles orquestales. Sin embargo, la escritura refinada y la incesante sucesión de texturas y colores del Allegro. Exultant no siempre alcanzaron la transparencia deseada. En cambio, el segundo tiempo se desenvolvió con mayor nitidez, sin solapamientos y con líneas más definidas, donde concertino y maderas surcaron con naturalidad el denso mar de cuerdas. El tercer epigrama cumplió su cometido, y Morlot se esmeró en acentuar los contrastes dinámicos, bien respaldado por una percusión y unos metales valientes.

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Colom hizo del Cuarto de Beethoven un deleite musical que dejó poco espacio para objeciones, algo que ya auguraba su delicadísima introducción. A sus setenta y ocho años, el pianista catalán se mostró ágil en lo técnico y con la obra de uno de sus compositores más afines plenamente interiorizada. Brilló en sus paseos virtuosísticos a lo largo del primer movimiento, y los pasajes de terceras y autopistas cromáticas no parecieron, aparentemente, suponerle un reto excesivo, y remarcó con sabiduría los rasgos distintivos de cada tema.

Destacó además el buen entendimiento con Morlot, con quien mantuvo una comunicación visual más que suficiente para tejer los puntos de unión entre solista y orquesta. Se decantó por la cadenza original –la variante extensa–, recreada a su gusto y bien bañada de rubato, que culminó en un formidable final. Morlot moldeó un Andante de equilibrada tensión, dibujando unos secos y tajantes unísonos de cuerda al tiempo que Colom se hacía con la sala, adentrándose en la armonía beethoveniana con su quirúrgico juego de pies.

El catalán retomó a gusto la pirotecnia en el tercer movimiento, no sin antes adentrarse en el tema principal con algo menos de sutilidad en el tempo y las dinámicas, algo que por supuesto el público no percibió gracias a otro formidable despliegue técnico que hizo estallar la sala en aplausos. Amansó el griterío con dos Impromtus de Schubert, ambos ágiles y sin ataduras –segundo y tercero del op.90–.

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Variaciones para orquesta, op. 31 fue un tercer plato que discurrió sin sorpresas, con Morlot desengranando con atención la serie de Schönberg, tras pulir algunos ataques de cuerda en las primeras variaciones y el conjunto se mostró solvente en las intervenciones individuales, siguiendo bien de cerca las indicaciones del francés. Un brillante y enérgico Don Juan clausuró el evento a cargo de una orquesta que, ahora sí, mostró sin complejos su poderío, en los grandes momentos del poema sinfónico, bien enchufada a la batuta de Morlot. L’Auditori cerró así otro capítulo que, en general, volvió a transmitir sensaciones muy positivas.

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Fotos: © May Zircus