Y pasan los años…
Barcelona. 25/10/2018. Palau de la Música. Rossini: La Cenerentola. Cecilia Bartoli, Carlos Chausson, David Alegret, Alessandro Corbelli y otros. Les Musiciens du Prince. Dir. musical: Gianluca Capuano.
En 1991 una muy joven y prometedora mezzosoprano se presentó en el Liceu con Il barbiere di Siviglia. Se llamaba Cecilia Bartoli, había despuntado en Pesaro y muchos le auguraban una carrera importante, pero quizás no podían prever que aquella joven se convertiría en una de las figuras indiscutibles del universo operístico de finales del siglo XX y principios del XXI. Desde entonces, Bartoli ha visitado Barcelona, afortunadamente, en numerosas ocasiones, pero nunca con una ópera escenificada. Ahora lo ha hecho a medias, con una versión semiescenificada de La Cenerentola, de Rossini, un título que marcó uno de los puntos álgidos de una gloriosa carrera.
Es evidente que, a pesar de lo cuidadosa que ha sido Cecilia Bartoli en lo que respecta a repertorio y control de sus apariciones, el paso de los años se empieza a notar. Es bien sabido que su voz nunca tuvo una gran proyección, algo de lo que la cantante siempre ha sido consciente, escogiendo muy cuidadosamente los teatros en los que cantaba. Ahora el timbre ha perdido algo de esmalte y algunos de los tics que ha tenido siempre se han agudizado, especialmente ese sonido característico, un tanto gutural, ahora aparece en una franja más amplia de su registro. Pero ser una gran artista se tiene o no se tiene y Bartoli, que ha marcado una época y revolucionó el modo de acercarse a determinados repertorios de la ópera italiana, desde Vivaldi a Rossini, sin duda lo es. Posee una expresividad, una capacidad de comunicación, una técnica vocal, una línea de canto y un dominio del estilo absolutamente apabullante. Angelina no es un papel que permita grandes exhibiciones hasta el Rondó final, que ha sido siempre un caballo de batalla en la trayectoria de la mezzo romana. Sin la suficiencia de antaño, dosificándose, pero con la experiencia acumulada, Bartoli, en su aria final, culminó excepcionalmente un auténtico festín rossiniano.
Un festín que no se explicaría sin la colaboración de dos gigantes del canto rossiniano como Carlos Chausson y Alessandro Corbelli, posiblemente dos de los mejores buffi de los últimos 20 años, y de un joven director que mostró cualidades sobresalientes, Gianluca Capuano. Lo de Chausson empieza a tener connotaciones fáusticas. Cada día lo hace mejor. Canta el repertorio buffo con una suficiencia vocal, claridad textual, perfección estilística y autoridad teatral magníficas. Si su Miei rampolli femminili fue de libro, el aria del segundo acto, Sia qualunque delle figlie, fue una demostración del talento de un cantante en plenitud de todas las facultades y dominio de todos los registros. Además, se comió el escenario y diseñó un personaje, con toques marxistas (de Groucho, no de Karl) en el punto justo de comicidad y patetismo.
Alessandro Corbelli está ya más limitado de facultades, pero posee esa emisión en el centro tan canónica, mórbida, que recuerda en muchos aspectos al gran Bruscantini, del que es heredero directo. Es evidente que Dandini requiere a un cantante más joven, con agilidades más fluidas, pero escuchar a catedráticos del canto como él es siempre una inspiración. El dúo con Chausson, Un segreto d’importanza, fue una delicia de principio a fin y una lección de cómo se debe abordar este estilo y este repertorio.
La Clorinda de Martina Jankova y la Tisbe de Rosa Bove tuvieron un importante juego escénico y un adecuado acoplamiento en los números de conjunto. Irregular el Alidoro de José Coca, de voz interesante y coloratura eficiente, pero con tendencia a perder la posición correcta en la franja aguda. Pero la sorpresa de la noche fue la incorporación, a ultimísima hora, del tenor David Alegret, que tuvo que substituir sin apenas ensayar al Don Ramiro previsto, Edgardo Rocha. Un bravo para el tenor catalán que, si bien se mostró puntualmente apurado en el agudo, cantó con elegancia y clase, ofreciendo en el dúo con Bartoli frases de gran categoría. Su falta de conocimiento del movimiento escénico acabó siendo una especie de running gag, con Bartoli y el resto de la troupe marcándole los movimientos de manera desinhibida, lo cual, hasta cierto punto, contribuyó al frescor de la sencilla y eficaz propuesta escénica, que en manos de bestias teatrales como las mencionadas, era victoria segura.
Finalmente, un sobresaliente para la prestación orquestal y coral de Les Musiciens du Prince. Si en la obertura el sonido del conjunto instrumental pareció un poco seco y hubo pequeños desajustes iniciales, en seguida cogieron la directa para ofrecer una versión burbujeante y colorista guiada por un director, Gianluca Capuano, que supo graduar a la perfección los infalibles crescendi rossinianos y poner en evidencia los mil detalles que esconde esta partitura. Un nombre a tener en cuenta.