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Vericharrismo

Madrid. 02/11/18. Teatro de la Zarzuela. Giménez: "María del Pilar", versión concierto. Carmen Solís (María del Pilar). Andeka Gorrotxategui (Rafael). Iwona Sobotka (Esperanza). Rubén Amoretti (Valentín). Damián del Castillo (Marcelino). David Sánchez (Tío Licurgo). Jorge Rodríguez-Norton (Almendrita). Marina Rodríguez-Cusí (Señá Nieves). Mario Gas, narrador. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Óliver Díaz, dirección musical.

Vuelve el Teatro de la Zarzuela a repetir la fórmula que tantos éxitos le ha dado y que a buen seguro necesitamos. La recuperación de un título poco escuchado (y conocido), en versión concierto, con pocas funciones (dos en este caso), un reparto cuidado y adecuado de voces y la figura de un narrador que resume y actualiza los diálagos. En el caso de esta María del Pilar, zarzuela que estenó Gerónimo Giménez en 1902, la adaptación del texto que realiza María Velasco busca el equilibrio entre el respeto al original, la actualización y el giro de tuerca con mensaje. Siempre ha de ser posible darle la vuelta a la cosificación y el machismo que a menudo desborda los libretos de zarzuela y muy marcados aquí. Personalmente, esta noche me ha cogido más cansado frente a la violencia y la posesión, frente, ya digo, a la cosificación de la mujer. Por eso agradecí frases como que "se castiga en ellas (las mujeres) lo que en ellos (los hombres) se aplaude" o "tantas mujeres que se casaron felices y no fueron protagonistas de sus propias vidas", que no imagino precisamente en el original. A ello, además, sumar el gusto del metateatro, con referencias a El Caballero de Olmedo, de Lope o el Don Juan de Zorrilla. Con esta última el calambrazo fue automático, porque a Mario Gas (el narrador) le debemos muchos regalos. Sobre el escenario nunca podré olvidar, por ejemplo, el cast que milagró (así como verbo), para precisamente un Don Juan con Terele Pávez como el calavera, Asunción Balaguer como Doña Inés y, ya como lujo oriental, la Brígida de Julia Martínez. Esta última, por cierto, entre el público de la función. Sería maravilloso, pero maravilloso, que Bianco la convenciese de nuevo para volver a un escenario, el de la Zarzuela, aunque sólo fuese como narradora. Sin duda, ella se merecería que la siguiésemos aplaudiendo.

Volviendo a María del Pilar, perdónenme por el inciso teatral, pero es que todo está tan conectado... el libreto más allá de los diálogos es ciertamente endeble, vacuo y no parece que de los más inspirados, trastabillando en ocasiones la parte musical, sin que termine de haber una conexión total entre uno y otro. Por momentos, además, recuerda a momentos ya vividos como la Marina de Arrieta o la Manon Lescaut de Puccini. Y este cuando este último o Verdi por ejemplo, ponían tanta atención a sus libretistas, por algo supongo que sería. El resultado global es una suerte de costumbrismo verista a la salmantina, entre charros, lo que vedría a ser un vericharrismo, con una historia de celos, adulterio y lucha entre hermanos que no renuncia al contraste cómico con personajes secundarios. El cuadro, por momentos, es singular. En cuanto Giménez desprende a la orquesta de la parte más evidente de folclorismo, lo esuchado gana enteros, alcanzando su cénit en el Preludio del tercer acto, aunque ya con grandes momentos al principio de la obra, como en todo el tratamiento de la cuerda en la romanza de Esperanza. A buen seguro, la efusiva labor de Óliver Díaz al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid (con lanzamiento de batuta incluído en su intensidad), hizo posible el disfrute de la partitura en todo su esplendor, insuflándole pulso y tersura a partes iguales y controlando a los solistas, que en alguna ocasión tendían a ir demasiado por libre.

Entre las voces presentadas, destacar las dos féminas protagonistas: Carmen Solís en un canto entregado y valiente como María del Pilar. Una voz spinto, con cuerpo y homogénea, que junto a la también soprano Iwona Sobotka en el papel de Esperanza, de timbre terso y resolutiva en toda su tesitura, con comprometidas bajadas al grave muy bien resueltas, regalaron los mejores momentos de la noche, incluído un curioso y bonito dúo  en el segundo acto: En odiarme rencorosa, de nuevo nada cómodo en cuanto al texto. Rubén Amoretti como Valentín levantó los mayores aplausos en su bella romanza, aunque en los números de conjunto, como el concertante que cierra el primer acto, mostrase mayores contratiempos, y Andeka Gorrotxategui se entregó como Rafael, con un canto siempre hacia delante que le hizo perder la voz por un momento. Nada importante. Mucho peor, a buen seguro, el comportamiento del público, muy maleducado una noche menos más... y menos mal que en esta ocasión no nos sabíamos la letra...

Foto: Platea Magazine.