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Álvarez, por encima de todo

Londres, 17/12/2018. Royal Opera House. G. Verdi, Simon Boccanegra. Elijah Moshinsky, director de escena. Carlos Álvarez (Simon Boccanegra); Ferruccio Furlanetto (Jacopo Fiesco); Hrachuhí Bassénz (Amelia Grimaldi); Francesco Meli (Gabriele Adorno); Mark Rucker (Paolo Albiani) Simon Shibambu (Pietro). Royal Opera Chorus y Orchestra of the Royal Opera House Covent Garden. Henrik Nánási, director musical.

A los barítonos les toca frecuentemente el papel de secundarios, sazonado además con buenas dosis de vileza. Deben conformarse con servir de contraste al lucimiento de las habilidades vocales y espirituales de los tenores, a los que además intentan fastidiarles la trama y la vida. Hay algunos, como Carlos Álvarez, con los que hay que tener especial cuidado. Su calidad artística es tal que les birlan la atención y los mayores aplausos a los supuestos protagonistas de las producciones. Que se lo digan si no al mismísimo Jonas Kaufmann en su visita al Liceu, hace tan solo unos meses. Si, además, le damos un papel principal a uno de estos artistas, la experiencia puede ser tan memorable como este Simon Boccanegra con el que Álvarez regresa triunfal al Covent Garden, tras una ausencia de más de tres lustros.

Después de haber tenido el placer de haberle escuchado varias veces en los últimos dos años, se puede confirmar que la enfermedad que le alejó de los escenarios ya es tan solo un mal recuerdo. Es hoy uno de esos cantantes versátiles que dispone de una solución brillante para cada uno de los retos que le proponen tanto la partitura de Verdi  como la propuesta escénica. El caudal es imponente, capaz de sobreponerse al coro y la orquesta; el color oscuro y sombrío, ideal para dibujar un personaje atormentado por el poder y el pasado; y su presencia escénica, creíble y carismática. Regaló a la audiencia una lección de canto y tragedia llena de momentos que permanecerán  en el recuerdo: la terribilitá tenebrosa de las dos escenas con Fiesco, el emotivo legato descendente hasta las notas más bajas de sus reflexiones en solitario, y un “Maria” final, en los estertores, cantado a media voz y sobre el aliento, ante el cual solo el silencio y las lágrimas pueden proporcionar alguna réplica.

Frente a él un histórico de la lírica, Ferrucio Furlanetto, demostró una extraordinaria inteligencia dramática y unas capacidades vocales sorprendentes a sus casi 70 años. Es cierto que la voz no es siempre firme, pero el color continúa atractivo y homogéneo, y le sobra volumen para ofrecer un adversario creíble en esta trama de conspiración y traiciones. La Amelia de Hrachuhí Bassenz tiene la voz y el temperamento para resolver los momentos más encendidos de la narrativa, pero flojea en los instantes más íntimos, como en esa “Come in quest'ora bruna” cantada sin rastro de la sutileza que Verdi siempre requiere y en este caso exige, explícitamente, a modo de “dolcissimo” escrito sobre el pentagrama. Francesco Meli cantó con pasión e ímpetu desatados, luciendo una gallardía a plena voz luminosa y meritoria, pero inapropiada para una obra de estas características –no se trataba solo de impresionar al público a base de agudos.

La puesta en escena de Moshinsky, estrenada en 1992, se mantiene vigente. Las arquitecturas colosales y las marcadas perspectivas fugadas de los cuadros del Quattrocento envuelven las diferentes escenas. Los exuberantes figurines casan bien con esas perspectivas de estilo Perugino sobre las que pareciera haber caído una pesada tormenta marítima. El conjunto y la dirección de actores, que parecieran diseñados para ser fotografiados, no resultan especialmente excitantes, pero están sabiamente concebidos para realzar las acciones y posiciones de los cantantes.

El siempre magnífico coro de la Royal Opera llenó la escena de épica en cada intervención, mientras en el foso Henrik Nánási ofrecía una lectura rutinaria de la partitura, incapaz de resaltar ese severo y tenebroso colorito orquestal que vertebra la obra. Para encontrar ese imprescindible carácter, hubo que encomendarse a un Álvarez, grande e impecable, que destacó por méritos propios sobre todos los demás elementos de esta notable producción.

Foto: ROH.