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Una Juive para la humanidad

Lyon. 16/03/2016. Opéra de Lyon. Halévy: La juive. Rachel Harnisch (Rachel). Nikolai Schukoff (Eléazar), Sabina Puértolas (Eudoxie), Enea Scala (Léopold), Roberto Scandiuzz (Brogni), Vincent le Téxier (Ruggiero), Charles Rice (Albert). Dir. de escena: Olivier Py. Dir. musical: Daniele Rustioni.

Dos producciones esta temporada, una en Lyon y otra en Múnich para la apertura de su festival, ponen de relieve una vez más La juive de Halévy que tanto éxito tuvo en los teatros en el siglo XIX, en un momento en el que son bienvenidas las óperas que versan sobre la tolerancia y el humanismo. Se trata en Lyon de la producción principal del llamado Festival para la humanidad, cuyo tema este año es “el otro”. Como toda grand opéra, su extensión original impone cortes para reducirla hasta una duración de aproximadamente tres horas: sin ballet, sin cabalette, recitativos reducidos… así lo han decido de mutuo acuerdo Sergey Dorny, el intendente de Lyon y Daniele Rustioni, el responsable musical de esta producción y próximo director titular del teatro a partir de 2017.

Olivier Py firma una producción bien hecha, técnicamente impecable en lo que se refiere a movimientos, luces, igualmente en lo que respecta a la dirección de actores, pero por lo que hace a su propuesta, lo cierto es que se queda atrás, casi en una aproximación “semafórica”, que subraya a decir verdad demasiadas evidencias. Como la ópera se llama, de forma casi violenta, La juive, Py insiste sobre la Shoah con imágenes de deportados en las calles encaminados al Lager, incluyendo una precipitación estruendosa de zapatos, con auto de fé, con el consabido estigma sobre los hebreos (estrella hebrea sobre la fachada de la casa de Eléazar) y con policías vestidos de un negro de evidentes reminiscencias. Qué duda cabe, es importante mantener viva la memoria, pero en este caso el recurso es tan insistente y pesado que terminar por perder su relevancia. Es también discutible el modo en que Py trata algunos personajes, como es el caso de Leopold, que deviene un frívolo sin sentimientos, llevado sólo por el deseo carnal y a quien Eudoxie atrae hasta su lecho con artificios típicamente femeninos. Py reduce también la opción entre Brogni y Eléazar convirtiéndoles en dos caras de una misma moneda, subrayando la rigidez de Eléazar que en modo alguno es un personaje positivo en el excelente libreto de Scribe. El ambiente general está ocupado en el caso de Py, como en Les Huguenots o en Il trovatore, con movimientos sin fin y con una escenografía hecha de bibliotecas infinitas que se alternan con árboles muertos: la religión del libro y la cultura contra la muerte del hombre y de la naturaleza, alusión a Auschwitz y a la Alemania de postguerra.

En el apartado musical todo funciona de modo muy convincente: la dirección de Daniele Rustioni ofrece unos colores logrados, más bien post románticos. Un sonido seco, cortante, con una energía a veces salvaje, no dejando apenas un respiro, controlando todo y siguiendo a los cantantes para no cubrirles en ningún momento. Una visión pues distante de Auber o Meyerbeer, mirando más bien al siglo XX. El coro de la Ópera de Lyon, que en manos de Philip White ha hecho inmensos progresos, suena muy convincente, con un esfuerzo y una dedicación evidentes.

El reparto rinde a un nivel más bien alto. Rachel Harnisch es una soprano mozartiana, con una voz limpia y ágil, bien controlada, magnífica línea, dramatismo, pero para Rachel se espera una voz más amplia como las de Varady o Antonacci. Con los medios que tiene, Harnisch consigue imponerse dentro del solvente y razonable nivel de estas funciones de Lyon, salvo quizá en lo referente al primer acto donde debe luchar con el coro en los números de conjunto. Pero en las partes más líricas, sea el dúo con Eudoxie sea el dúo con Eleazar, suenan en su caso verdaderamente conmovedores: ofrece una encarnación sensible del personaje austero querido por Py. La confirmación de una esmerada artista, por tanto.

Nikolai Schukoff era Eléazar. No se realmente qué motivos había en su caso para enfrentarse a un papel notablemente difícil, que no consigue hacer suyo por completo en ningún momento. Consigue sonar conmovedor (Rachel quand su Seigneur, interpretado de modo sensible y contrastado), pero los agudos no están a menudo bien resueltos, la voz se fatiga y no suena ya tan amplia y robusta como en otros tiempos. Ha perdido esmalte y quizá seguridad; una pena en el caso de un cantante que prometía mucho más. 

Eudoxie era la soprano española Sabina Puértolas, que ha cogido perfectamente la medida del personaje buscado y propuesta por Py, el de una mujer que busca reconquistar a su amado, con una bella presencia escénica en su caso y con un empeño genuino. La escritura vocal ornamentada de Edoxie está resuelta con garbo, con bellas agilidades y un tercio agudo quizá algo tirante pero con un verdadero sentido dramático en los dúos con Rachel, donde se muestra francamente excelsa. Un bello descubrimiento, en suma.

Enea Scala es Leopold: una voz bien controlada, con agudos estratosféricos, sin tratarse de una voz ligera, más iben lírica y amplia. Una técnica ferrea, una presencia firme y una dicción francesa prácticamente perfecta le convierten a mi entender en el triunfador de la velada. Estamos ante una verdadera promesa para todos los roles de tenor imposibles de este período, comenzando por supuesto por el Marcel de Les Huguenots, pero también en lo referente a todo el primer Verdi.

El Brogni de Roberto Scandiuzzi, lejos ya sus mejores días, presenta serios problemas de entonación en el primer acto, aunque se sostiene imponente por su presencia y por la calidad de su interpretación. Ruggiero es Vicent le Texier, excelente en los roles malvados, con una voz bien proyectada, quizá no siempre controlada, pero que cuidar bien con el personaje. Cabe señalar también el Albert elegante de Charles Rice, una voz a seguir.

La desigual impresión de la producción no arruina una sensación general muy positiva, que hace honores a la postre al retorno a los teatros de una ópera de gran valía y que merece ser representada en nuestros días como un título de repertorio más que como una rareza: la música es muy interesante, el libreto de Scribe está más cuidado de lo habitual en su caso, y con una batuta solvente y un reparto homogéneo, la receta del éxito está servida.