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UN FENÓMENO LLAMADO CECILIA BARTOLI

Zúrich. 02/01/19. Operhaus. Haendel: Semele. Cecilia Bartoli (Semele), Fréderic Antoun (Júpiter), Katarina Bradic (Juno), Deniz Unzun (Ino), Nahuer Di Pierro (Sommus), Christophe Dumaux (Anthamas), Rebeca Olvera (Iris). Coro de la Ópera de Zúrich. Orquesta La Scintilla. Robert Carsen (Director de escena), William Christie (Director musical).

En el mundo de la ópera, tanto actual como casi desde su creación como género, existen un grupo de personas, especialmente cantantes, que por una u otra razón se salen de la norma y rozan lo excepcional. Ahora nombres como Domingo o Devia son ejemplos de artistas que han cruzado el puente que lleva a ser leyenda. La romana Cecilia Bartoli, creo que por derecho propio, está a punto de cruzar ese puente. No por edad, ya que hay muchos cantantes de sus mismos años en plena forma, si no por cómo ha llegado a esa madurez que ahora disfruta (celebra en estas representaciones de Semele los treinta años de su debut en la Ópera de Zúrich) sin casi perder aquello que le hace tan especial y única: una personalidad en el escenario arrolladora y una facilidad para las agilidades y coloraturas estratosféricas. El público, como pude comprobar en la representación que comento, ante el despliegue de uno de esos alardes pirotécnicos con un fiato eterno sonríe al final como diciendo que aquello es imposible y que sólo la Bartoli (el artículo “la” que distingue a las más grandes) puede llegar a esa perfección. Ejemplos de esta genialidad en Semele (este oratorio que quiere ser ópera o esta ópera que forzaron a ser oratorio para estrenarlo en la temporada de cuaresma londinense de 1744) hay varios, pero la mezzo estuvo especialmente brillante en O sleep, en la temperamental (sobre todo en manos de la cantante romana) No, no I’ll take no less  y en la cómica Myself I shall adore, tres ejemplos del enorme canto de la gran Bartoli. Simplemente apabullante.

Frente al vendaval Bartoli hubo un grupo compacto de cantantes en su mayoría a gran nivel y que le dieron una réplica adecuada, completando una noche musicalmente estupenda. En primer lugar hay que señalar el buen trabajo de Fréderic Antoun como Júpiter. Con una técnica de buena factura, agradable timbre y buena proyección, no tuvo ningún problema con las coloraturas que aparecen en sus arias, aunque actoralmente distó de estar a la altura de Bartoli, pero es que eso es bastante difícil. Excelente la Juno de Katarina Bradić, una gran mezzo que estuvo brillante en todas sus intervenciones, mostrando sus cualidades que le permiten mostrar seguridad en toda la tesitura. Gran actriz, ella sí que brilló en sus momentos en el escenario. Como también lo hizo una excelente Rebeca Olvera como Iris, mostrando, además de un timbre y un canto de gran belleza, una vis cómica que animó el a veces envarado texto del oratorio. Muy bien la Ino de Deniz Uzun y el Somnus de Nahuel Di Pierro que volvió a demostrar sus buenas dotes como cantante y actor. Más flojo el Athamas de Christophe Dumaux, casi inaudible pese a que la ópera de Zúrich es de reducido tamaño. Extraordinario el trabajo del Coro de la Ópera de Zúrich que en sus múltiples y nada fáciles intervenciones demostró una profesionalidad encomiable, y más teniendo en cuenta que no es una formación exclusivamente dedicada al mundo barroco. Bravo por ellos.

Si más arriba hablábamos de una cantante que marca nuestra época, enorme huella es la que ha dejado y sigue dejando el director norteamericano William Christie, un auténtico titán en el repertorio barroco. Y lo volvió a demostrar con la clara y precisa lectura que hizo de la partitura de la handeliana Semele. Desde la Obertura, el ritmo marcado fue el correcto en cada momento de la obra, siempre adecuándose y moldeando su gesto a lo que el autor exige. Vivaz y exultante cuando se requería y lírico y expresivo en los momentos más introspectivos (que abundan) en el oratorio, Christie es de esos grandes maestros (me acordaba ayer de Mackerras) que si no se viera su pelo plateado asomando por el foso se creería que estaba al mando de la orquesta un joven de veintipocos años. Esta vez no estaba a sus órdenes su conjunto habitual, Les Arts Florissants, pero la Orquesta La Scintilla estuvo a un buen nivel, respondiendo sin problemas a las indicaciones del director. Hay que destacar la gran labor del continuo, especialmente de la tiorba de Brian Feehan y el cembalo del propio Christie y de Giorgio Peronuzzi, encargado del órgano también.

La producción, estrenada en 2007 la firma otro primer espada: Robert Carsen. Carsen, como casi todos los grandes, tiene su propio marchamo que identifica de cierta manera su trabajo aunque también es verdad que el “lirismo” que en general impregnan sus producciones toma forma de diversas y variadas maneras. Aquí la escenografía se reduce a una gran habitación que se abre a la sala del teatro y cuyo elemento más destacable  son unas enormes puertas. En este esquemático entorno se desarrolla toda la acción, que se sostiene con unos pocos elementos de atrezzo (sillas, cama, ropa), una excelente iluminación y con un vestuario, lujoso y atractivo, que es lo que nos hace situar la acción en la Inglaterra de los primeros años del reinado de Isabel II (Juno aparece evidentemente caracterizada como ella). Carsen trabaja mucho más el movimiento de actores, siempre fluido y que intenta romper la rigidez que impregna (como se ha comentado) el texto. En tales circunstancias algunos de los cantantes dan lo mejor de si como Olvera o la propia Bartoli, un ciclón en alguna de las escenas donde deja de ser selene para ser Cecilia, la romana. Todo se le permite a la diva, porque la diva nos da todo y convierte en oro la mayoría de las cosas que toca. Esta Semele helvética es una  buena muestra de ello.

Foto: Opernhaus Zürich.