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El pájaro enjaulado

Madrid. 23 y 24/01/19. Auditorio Nacional. Temporada 18-19 Fundación Ibermúsica. Obras de Bartók, Mussorgsky y Mahler. Filarmonica della Scala. Riccardo Chailly, dirección.

Contaba Maya Angelou que, en unas circunstancias y hechos demoledores, descubrió que para lograr el silencio personal que acallase los demonios que ella sentía tener en su interior, debía escucharlo todo. Pegarse al sonido "como una sanguijuela". Fue así como comenzó a oír con detalle cada uno de los sonidos, creyendo que al "haberlos oído de verdad y haberlos comprimido en lo más profundo de mis oídos", el mundo quedaría en silencio a su alrededor. Sin frivolizar un ápice, son palabras que descontextualizadas podrían aplicarse a las sinfonías de Mahler (y que debería aplicarse el obtuso público del Auditorio Nacional). Era a través de la música la única forma en que el mundo le pertenecía. Todas las posibles evocaciones sonoras en busca de la difracción entre atriles. Mahler concentraba su alrededor y su interior en un sinfín de recovecos audibles, erigiendo una vida, su vida, la vida. Angelou y su pájaro encerrado vinieron mucho después, pero es fácil hallar un símil con la poesía de Tagore, su jardinero y su pájaro preso, tan del gusto de su generación... y de ese amor de Mahler por la tierra y la lírica oriental.

Mahler era, a su manera, un pájaro enjaulado. Su Sexta, la naturaleza más trágica de todas sus sinfonías en un giro de las formas hasta entonces utilizadas, que aún a día de hoy seguimos desmenuzando y averiguando. Una autorevelación de su ser a través de la naturaleza. La más directa. Aquella que según su propia mujer, "brotó directamente de su corazón". En un momento que se le supone particularmente feliz, Mahler se atrevió a ponerse cara a cara frente al destino. El héroe nos abandona y un gran martillo nos marca el fúnebre devenir de los aconticimientos. No fue el primero ni el último al que su música se le adelantó a su propia vida. Es esta la sinfonía "Trágica". Oscura, rotunda, sin renunciar por ello a la mirada bucólica ni a la reacción ácida y retorcida de una mente atormentada. Con Riccardo Chailly al frente de la Filarmónica della Scala, todos estos matices y concomitantes lingüisticos tienden a difuminarse, a perderse en el todo. Su visión juega a ofrecer el sonido global, del mismo modo que lo hizo en su Titan de hace pocos años con la Gewandhaus de Leipzig, también en Ibermúsica. Si en aquella ocasión se trabajó hacia el concepto sonoro más estético, en esta se ha orientado hacia la fuerza, la contundencia más arrebatadora del mensaje.

Es un rompecabezas para cualquier director de orquesta: mantener la tensión justa y necesaria sin caer en la laxitud ni sobrepasarse. Centrarse en la tragedia sin abocarnos al drama ni ahogarnos en el melodrama. La del italiano es una lectura, en cualquier caso, carente de oscuridad. Un Allegro que tanto recuerda a las marchas de Shostakovich (el mismo al que no tragaba Bartók y del que se ríe precisamente en su Concierto para orquesta), nos adentra en un primer movimiento de corte clásico, en realidad. El pretendido ambiente lúgubre deja paso a la vitalidad de Chailly, que parece echar de menos el optimismo del héroe, a través de una mirada tensa y un excelente lirismo en los violines. A continuación un Andante (utilizando la revisión de Mahler, pues) que se deplegó como lo mejor de la noche, con una cuerda límpida en el sentido estético ya mencionado, donde mayor finura en los vientos hubieran redondeado el momento, magnífico en cualquier caso. Pulcro e intenso; sin duda este es el Mahler de un hombre que idolatra a Puccini, como el propio director confiesa.
Ya en el Scherzo y el amplio Finale, se habría agradecido mayor atención a los acentos, a los recursos tímbricos y a la retorcida visión mahleriana: a esas risas que tan bien supo hacer destacar Chailly en el Bartók del día anterior. Digamos que pareciera que el italiano dirige a Mahler con la idea de elevar una torre homogénea, una catedral sonora como gran edificación, cuando a mi entender, el de Kaliste toma forma sobre un gran terreno irregular, con un sinfín de particularidades que acaban por formar el todo.

En el comentado Bartók: Concierto para orquesta, otro pájaro encerrado que quiso ser libre, volando hacia el frío exilio, fue donde la Filarmonica della Scala pudo demostrar mejor sus habilidades y donde el hacer de Chailly se elevó a su mejor forma en estos dos días. La Elegia central desplegó una estupenda atmósfera embebida de muerte gracias sobre todo al buen hacer de las maderas, especialmente de su piccolo Francesco Guggiola; sin reflexiones, de nuevo contundente en cualquier caso y seguido de un Intermezzo interrotto muy bien construido desde el podio. A ello le siguieron unos Cuadros de una exposición que volvieron a centrarse en el todo y donde algunos fatídicos patinazos entre los atriles solistas echaron por tierra algunos pasajes, en contraste con otros bellos momentos, no del todo sutiles.

Foto: Hanninen.