Lombardi ABAO19 E.Moreno.Esquibel

 

Salvados por el foso

Bilbao. 28/01/2019. Palacio Euskalduna, temporada de ABAO. Verdi: I lombardi alla prima crociata. José Bros, Ekaterina Metlova, Roberto Tagliavini, Sergio Escobar y otros. Dir. de escena: Lamberto Puggelli. Dir. musical: Riccardo Frizza.

Obra débil en su entidad dramática, I lombardi alla prima crociata (Milán, 1843) es una suerte de laboratorio musical, una partitura en la que el joven Giuseppe Verdi buscaba superarse a sí mismo tras su primer éxito incontestable, cosechado un año antes con Nabucco. La ópera tiene una célebre intervención para el tenor ("La mia letizia..."), una escena no menos célebre para el coro ("Oh, signore dal tetto natio...") y casi un esbozo de concierto para violín, con la extensa página que Verdi dispuso para este instrumento abriendo el tercer acto. Pero el libreto de Temistocle Solera dista mucho de ser el mejor vehículo para sostener con tensión e interés el discurso de la velada. Así las cosas, la función que nos ocupa no fue un desastre, ni mucho menos; pero sí estuvo lejos de entusiasmar. De hecho, de no haber sido por el estimulante trabajo de Riccardo Frizza en el foso, la representación se hubiera medido por el tedio. 

El maestro italiano firmó un espléndido trabajo en el foso del Euskalduna, ponderando las virtudes de una música cuajada de instantes inspirados y de compleja concertación. Con unos tiempos estrictos y bien determinados, Frizza logró un sonido compacto y nítido de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, apostando por la grandeza de un drama donde se escuchan ecos de óperas todavía lejanas en el tiempo, aquí aun in nuce, como Macbeth (1847) o Rigoletto (1851). De hecho,de no ser por lo escuchado en el foso, con un discurso donde hubo tensión y lirismo a partes iguales, la función hubiera bajado muchos enteros. Mención destacada merece, por méritos propios, el concertino de la Sinfónica de Euskadi, Waldemar Machmar, brillante en su intervención al comienzo del tercer acto. También convenció el Coro de Ópera de Bilbao en sus numerosas actuaciones, destacando su emotiva recreación del ya citado "Oh, signore dal tetto natio...". 

El tenor barcelonés José Bros cantó indispuesto las anteriores funciones, siendo ésta, la última, la única en la que pareció mostrarse en franca posesión de sus medios. Aunque cuidadoso, dosificando sus fuerzas, convenció en su debut como Oronte a base de un fraseo genuino, sumamente elegante, de hermosa y convincente factura, redondeando una estupenda actuación en la escena en la que su personaje fallece, tras el hermoso terceto con soprano y bajo. Estos dos solistas, Ekaterina Metlova y Roberto Tagliavini, ofrecieron desiguales actuaciones. Metlova puso todo su empeño, fue evidente, pero ni la técnica es en su caso todo lo depurada que debiera ni el material de partida posee especial personalidad, lo que supone un lastre dificil de obviar. Tagliavini, en cambio, parece bien encaminado a situarse en la mejor estela de las voces graves italianas, siguiendo los pasos de artistas como Ruggero Raimondi o Michele Pertusi. Mostró así una voz bien timbrada y amplia, con evidente comodidad para moverse por los dominios verdianos de esta partitura. Del extenso elenco que completaba el cartel cabe destacar la notable impresión que dejó el tenor español Sergio Escobar, dueño de una genuina voz de spinto, amplia y con pegada en el agudo, capaz de hacerse oir con desenvoltura en el amplio Euskalduna. Sin duda, una voz llamada a mayores empeños, si siguie por esta senda. 

Sin duda el eslabón más flojo de esta representación, y su mayor lastre, estuvo en la producción firmada por Lamberto Puggelli y procedente del Teatro Regio de Parma, donde pudo verse hace ahora una década. Su trabajo es un quiero y no puedo que alterna imágenes de nuestro mundo, desde el Guernica de Picasso a proyecciones con pateras y migrantes, con una escenografía y un vestuario de aires históricos, incluyendo el muro de las lamentaciones de Jerusalén. La propuesta no acierta a comunicar exactamente qué se pretende con ese juego de imágenes, más allá de una evocación tan obvia como manida. Tampoco maneja Puggelli demasiado bien las masas corales ni la dirección de actores, circulando éstos un tanto a su libre albedrío por el escenario. No es fácil hacer algo estimulante con un libreto como el de I lombardi, pero tampoco ayuda el hecho de no medir las fuerzas y el talento, arrojándose así Puggelli a una relectura pretenciosa que se queda en tierra de nadie.