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Gratulerer med dagen!

Barcelona. 29/1/2018. Palau. BCN Clàssics. Brahms: Concierto para piano núm. 2. Simon Trpčeski, piano. Rimski-Kórsakov: Scheherezade. Oslo Philharmonic Orchestra. Dirección: Vasily Petrenko.

La Filarmónica de Oslo cumple 100 años y ha decidido compartir una porción de pastel musical en España. Una formación solvente y bien trabajada en todas sus secciones, que trajo un programa para lucir brillantez y virtuosismo. El corazón del Segundo Concierto para piano de Brahms, que vio la luz dos décadas después del primero, se forja en un diálogo entre solista y orquesta de gran intensidad y en un viaje emocional repleto de matices. Cuando la complicidad musical llega a las cotas que lo hace entre Simon Trpčeski y Vasily Petrenko el resultado suele ser, como en este caso, de hondura estética.   

Trpčeski es un pianista de entrega, refinada técnica y gran musicalidad, y sus características lo hacen especialmente dotado para este repertorio. Su administración cuidadosa del pedal redondearon un Brahms bien articulado al que si bien se le insufló genuino lirismo romántico, no descuidó la claridad estructural clásica. Más denso y carnal que aéreo y elegante, si bien fue capaz de mostrar un rico surtido de sonidos a lo largo del largo viaje emocional durante los cuatro movimientos, destacó más en la intimidad camerística y el delicado diálogo con la orquesta que en la brillantez y densidad que exigen otros pasajes, especialmente del Allegro non troppo que abre el concierto. Sin ser una dirección particularmente detallista Petrenko trató con plasticidad todos los colores y subrayó los aspectos más dramáticos una obra que en el concepto de solista y director sufre y hace sufrir. Un fraseo de gran aliento lírico en el célebre solo de violonchelo del andante –sonido amplio y riqueza expresiva– fue una grata sorpresa que vino a sumarse a la íntima musicalidad de los dos músicos (antológica la lectura que Trpčeski hizo del allegretto grazioso repleto de frescura, tras el solemne dramatismo de los tres movimientos anteriores). Una interpretación sensible, de variedad expresiva y energía controlada, suficiente para emocionar y sintonizar con el auditorio.

La vehemente y eléctrica batuta de Vasily Petrenko consiguió mantener la tensión dramática de la partitura con la contención precisa para no caer en amaneramientos de una partitura tan fascinante y repleta de momentos de gran belleza, como manoseada hasta la extenuación. Hablamos de una batuta que conoce todos los recovecos de la obra, cosa que le permite abordar una lectura tan personal –extrovertida, ampulosa, colorista y descriptiva– como de rotunda pertinencia estilística. No anunciaba tan buen resultado un primer movimiento en una lectura algo rápida que diluía el misterio pese a estar dotada de nervio y efervescencia y una concertino tan precisa como fría y escasa de pulso poético. 

A partir de entonces, la magnífica respuesta de la orquesta permitió que la vibrante batuta rusa orillara los límites del vértigo en un viaje sonoro trepidante sin dar asomos nunca de perder el control incluso en un virtuoso Festival en Bagdad. El virtuosismo de unas maderas incisivas, unos metales refinados y matizados o una cuerda sobrada de elegancia, sensualidad y elocuencia convergieron en una orquesta que se amoldó magníficamente bien a la acústica del Palau para ofrecer un resultado rebosante de perfume oriental y dotada del sentido narrativo que exige. La ovación en pie de gran parte de un Palau no todo lo lleno que uno desearía –y un Petrenko que incluso pidió más aplausos– redundó en un par de bises donde destacó una delicadísima Morgenstemning de Grieg, orgullo nacional para celebrar el centenario. 

Si hubiera algo por lo que lamentarse, sería por un programa que nos traía la enésima interpretación de estas partituras, y las ganas que nos deja escuchar esta orquesta en otros repertorios que nos impiden escuchar en la empobrecida vida musical de nuestra ciudad; sin ir más lejos, trayendo una muestra de su premiada grabación reciente con la obra de Scriabin. Pero sólo faltaría que les pidiéramos lo que nuestras orquestas y programadores –esa fuerza tan invisible y arbitraria para la música como el mercado lo es para la política económica– no son capaces de afrontar. No nos queda más que exclamar Gratulerer med dagen! Y que sea por muchos años más.