Idomeneo, sobre fondo gris
Madrid. 20/02/2019. Teatro Real. Mozart: Idomeneo. Jeremy Ovenden (Idomeneo). Anicio Zorzi Giustiniani (Idamante). Sabina Puértolas (Illia). Hulkar Sabirova (Elettra). Krystian Adam (Arbace). Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Robert Carsen, dirección de escena. Ivor Bolton, dirección musical.
Robert Carsen es responsable de algunas de las producciones más memorables que se recuerdan en la historia del Teatro Real. Es imposible olvidar la reveladora espiritualidad poética de su Diálogo de Carmelitas hace más de una década. Tampoco la energía acuática de su Katia Kabanova o incluso, a otro nivel algo inferior, la mezquina carnalidad de su Salomé. Este año nos ha llegado por partida doble repitiendo de inmediato. Apenas acabamos de asistir comienzo de su Anillo, un Oro, transformado en una crítica al capitalismo y su inevitable acoplamiento con los desechos que produce. Una producción que se inspira,rinde tributo y desarrolla, el hoy ya clásico Anillo del centenario de Patrice Chéreau. Así revisada, la historia de Carsen parecen seguir un camino descendente, desde la genialidad creativa innovadora a lo ya visto; una sensación de déjà vu que continúa en este Idomeneo.
Carsen inisiste en su afán por transportar los relatos clásicos a lo contemporáneo, a problemas recientes y candentes. Su propuesta acrecienta su humanización, transportándola al Egeo con el trasfondo de la guerra de Siria. Creta es aquí puerta y barrera para los vencidos en la guerra. El buen oficio del director es evidente: el monocromatismo de un mar de fondo permanente proporciona una lírica visual transcendente, que recuerda al Monje en la orilla del mar, de Caspar David Friedrich. Además, haciendo gala de economía de recursos y de un sabio uso de la luz, el escenario se adapta a las necesidades de cada acto: desde cárcel-frontera a paisaje de ensueño. Pero el resultado final resulta lejano y falto de intensidad, despojado de su divinidad y su mitología, el componente humano no logra levantar dramáticamente este Idomeneo, más allá de lo adecuado del planteamiento inicial.
La propuesta escénica hubiera funcionado mejor apoyada por un cartel de cantantes superior al del segundo reparto, que resultó en general insuficiente. Cantantes especializados en repertorio antiguo que no siempre son capaces de estar a altura de lo que requiere Mozart en un gran teatro de ópera. Comencemos por lo mejor del plantel, las dos mujeres protagonistas. A la Ilia de Sabina Puértolas se le nota la escuela barroca y en eso reside su mayor virtud, ese canto delicado y lleno de sensibilidad y esas notas sostenidas sin asomo ninguno de vibrato. Se echó de menos un tanto más de arrojo para una interpretación correcta. La Elettra de Hulkar Sabirova comenzó desnortada, incluso desafinada. La zona grave, necesaria para construir la vertiente furiosa del personaje, es débil, pero tiene un centro sólido y un agudo para presumir. A partir del segundo acto creció en presencia escénica y vocal hasta un D'Oreste, d'Ajace que marcó el zenit vocal de una velada plana. A los dos protagonistas masculinos el papel les vino definitivamente grande, a pesar de tener algunas de sus arias aligeradas de coloraturas y agilidades. Jeremy Ovenden resultó sencillamente invisible e inaudible, una voz falta de cuerpo y de caudal que construye un personaje pequeño, mala cosa cuando el protagonista de la obra es tan solo parte del fondo. En términos parecidos hay que calificar al Idamante de Anicio Zorzi Giustiniani, hayque reconocerle, en todo caso, más pericia como actor. En plena forma, el coro estuvo intensamente impecable en cada una de sus intervenciones y nos permitió adivinar lo que hubiera podido ser un Mozart, vocalmente hablando.
Los segundos repartos de un gran teatro de ópera deberían ser una oportunidad para buenos cantantes aun sin nombre tengan la oportunidad de lucirse. Ocurre en demasiadas ocasiones que en el Real, estos son sencillamente inapropiados e insuficientes. Algo reconocido por el público que, en toda la noche, apenas otorgó algunos aplausos de compromiso. Para deleitarse musicalmente hubo que acudir a la buena labor Ivor Bolton, que evidenció que este es un repertorio que domina y disfruta. Su interpretación clara y luminosa, ágil y vital, plagada de detalles que avivaron el interés de una producción con demasiados elementos grises y planos.
Foto: Javier del Real.