Minkowski

Un testamento musical mozartiano

Barcelona. 29/03/2016, 20:30 horas. Palau de la Música Catalana, ciclo Palau 100. Adagio y rondo en Do menor para harmónica de cristal, flauta, oboe, viola y cello, KV. 617. Aria de Pamina “Ach, ich fühl’s, es ist verschwunden”, de La flauta màgica, K. 620. Concierto para clarinete en La Mayor, KV 622. La clemenza di Tito, KV 621 (obertura). Requiem, en Re menor, KV 626. Chiara Skerath, soprano, Helena Rasker, mezzosoprano, Yann Beuron, tenor. Yorck Felix Speer, bajo. Nicolas Baldeyrou, clarinete. Thomas Bloch, glassharmonica. Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana (Josep Vila i Casañas, director). Les Musiciens du Louvre. Marc Minkowski, director. 

Les Musiciens du Louvre y su director fundador, Mark Minkowski, trajeron al Palau este concierto que han llevado en gira por Alemania, Polonia, Holanda y Francia, con el título “El testamento de Mozart” ya que todas las obras presentadas fueron escritas en 1791, último año de vida del compositor. Es cierto que la presencia del Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana y su protagonismo con el Requiem mozartiano, era uno de los grandes reclamos de una cita que ofrecía también el último concierto para un instrumento solista escrito por Mozart, el inefable KV 622, Concierto para clarinete y orquesta en La mayor. 

Comenzó el programa-homenaje con el curioso Adagio y rondo en Do menor para armónica de cristal, flauta, oboe, viola y violonchelo KV.617, donde se pudo apreciar en manos del especialista instrumentista Thomas Bloch, la peculiar y delicada sonoridad de la armónica. Incluso con solo cuatro instrumentos tocando, el etéreo sonido de la armónica se diluía entre el público llegando a pasar casi inadvertido según la distancia del espectador con el escenario del Palau. Aún así los casi ocho minutos de Adagio y Rondó, sirvieron de curiosa introducción a la gran aria solista de la Pamina de La flauta mágica, que sin solución de continuidad, Mikowski eligió como segunda pieza. Es cierto que sobre el papel la elección del programa, a pesar del hilo temático planteado, hacía ver como extraño un aria de ópera desnuda en medio del Rondó y el Concierto de clarinete, pero una vez escuchada la pieza de armónica de cristal y su mágico efecto sonoro, quedó planteada como una posible introducción al mundo fantástico creado por Mozart en Die Zauberflöte. Esta especial introducción dejó en bandeja de plata la intervención de la soprano, de origen suizobelga, Chiara Skerath, quien mostró un instrumento esmaltado, con el timbre idóneo para el repertorio mozartiano, con el punto justo de metal, para ofrecer sim embargo un Ach, ich füchl’s más bien frío, de corrección estilística precisa pero algo falta de hondura expresiva. 

Con la interpretación del Concierto de clarinete se pudo disfrutar del hermoso sonido del profesor del Conservatorio de Lyon y solista de la Philharmonie de París, el virtuoso Nicolas Baldeyrou, quien apostó por la nobleza del sonido del clarinete. Les Musiciens du Louvre arroparon perfectamente el trabajo solista de Baldeyrou. El clarinetista protagonizó el concierto con una interpretación limpia, dulce y llena de ternura, con el punto álgido en el inolvidable Adagio, donde la profundidad y elegía de la partitura flotaron llenando la sala del Palau de una atmósfera intemporal solo al servicio de una obra de la madurez y calidad de la interpretada. La batuta de Minkowski se prestó flexible y atenta al solista y dibujó con trazos cuidados y vívidos un concierto de hermoso acabado al que quizás solo le faltó algo de personalidad y carisma desde la voz solista de Baldeyrou.

La segunda parte comenzó con la obertura de La clemenza di Tito KV 621, donde Minkowski hizo gala de su reconocido nervio teatral que aplicó con ritmo vibrante para una formación orquestal de sonido pulido, brillante y de contagiosa energía interpretativa. De nuevo el gesto del director con los brazos en alto indicó el inicio del Requiem sin descanso ni aplausos después de la obertura. Lo primero que llamó la atención fue que el Cor de cambra cantó sin partitura, cosa que contrastó fuertemente con las partituras expuestas en los atriles de cada solista individual. ¿Por qué unos sí y otros no? 

La cuestión es que la calidad vocal, frescura del sonido de las secciones, control del volumen con momentos de verdadero virtuosismo colectivo (Confutatis), o matices y colores (Sanctus) y pianísimos de cortar el aliento (Lux aeterna), todo eso consiguió un Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana en perfecto estado vocal. La complicidad con la batuta de Minkowski se rebeló natural y de sonido espontáneo, aunque es cierto que en alguna sección la lectura rayó el ritmo frenético y casi atropellado, sin caer en un sonido borroso, que llevó la formación vocal y orquestal a un límite rítmico obsesivo como en un Dies Irae puro fuego o en un abrasivo Confutatis. Las voces solistas destacaron por un gran empaste colectivo, como se evidenció en el final del Tuba Mirum o en el evanescente Recordare. Entre los cuatro solistas, destacó la voz bien proyectada de la soprano Chiara Skerath, esta vez muy entonada en sus solos, la claridad y frescura del timbre del tenor Yann Beuron,  ambos algo por encima de la adecuada localidad, aunque algo falta de graves, del bajo-barítono York-Felix Speer, correcto en el inicio del Tuba Mirum, o la algo rugosa voz de la mezzo Helena Rasker que hizo gala de un pequeño vibrato no apto para todos los gustos. La visión dramática en lineas generales desde el podio por parte de Minkoswki ofreció un Requiem más combativo y en cierta manera más operístico que no oratorial, con sonoridades que recordaron a la Flauta Mágica como en el contemplativo Benedictus. Con los últimos compases del Cum Sanctis tuis, un público entregado rompió en aplausos a pesar del gesto de Minkowskicon los brazos en alto para introducir, fuera de programa y modo de bis conclusivo, un etereo y casi más bachiano que mozartiano, Ave verum corpus, inolvidable donde el Cor de cambiar hizo gala de unas medias voces y planísimos casi susurrados de una calidad irrefutable.